“Yo soy Ignacio, o Guido, porque estoy muy firme con esa decisión”, arrancó. ¿Quién? Ignacio Hurban o Guido Montoya Carlotto. “Estoy acostumbrado a mi nombre Ignacio y lo voy a seguir manteniendo”, agregó quien, ahora sí, con seguridad, es hijo de Laura Carlotto y Oscar Montoya, desaparecidos durante la última dictadura militar.
Ignacio dio su primera conferencia de prensa junto a su abuela, Estela Barnes de Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo, en la sede de la institución.
Ignacio o Guido está acostumbrado a subirse a un escenario porque es pianista, compositor y arreglador. Medido en términos físicos, el escenario al que se subió ayer es bastante chico: un living que hace de salón principal de la sede de Abuelas de Plaza de Mayo, con un par de habitaciones laterales. Eso sí, la convocatoria fue masiva, muy masiva. Fueron todos los medios y el asunto apareció en todos lados. Los fotógrafos se subían a los sillones y a las mesas para intentar fotografiarlo junto a su abuela.
La elección de ese escenario tuvo para Ignacio o Guido un objetivo claro: “Potenciar estas búsquedas y que entendamos la importancia que tiene cerrar las heridas. Tengo suerte de ser parte de este pequeño efecto de cicatrización”, dijo en un tono muy calmo y distendido, ante una montaña de micrófonos y cientos de clicks de las cámaras de los fotógrafos.
Amores y apariciones. Si hubiera sido pensada como una película para hacer llorar a todo el mundo, no podría haberse hecho mejor. Pero no, esto es la realidad, esto es la vida, esto es la historia de un país. Entonces las lágrimas mezclan sentimientos tan encontrados como la emoción, la rabia, la alegría y hasta una mezcla de todo eso que, inexplicablemente, sucede.
¿De qué hablamos cuando hablamos de desaparecidos? A veces, de muertos, de buscar huesos, de rastrear cuerpos. Otras, de pérdidas de identidades, de buscar personas vivas que no son quienes creen ser. Pero cuando eso sucede, las personas no pierden toda identidad: desaparecen para quienes los buscan, para los familiares a quienes les fueron arrancados. Pero quienes fueron despojados de su verdadera identidad siguen con su vida. Y a veces les va bien. Porque, sí, al dolor de la apropiación, del corte del vínculo con la familia biológica, puede seguirle un buen vínculo con otra familia.
“Tuve una vida extraordinariamente feliz, fui criado con el mayor de los amores”, aclaró Ignacio o Guido. Y con frescura y una profunda honestidad se excusó en su condición de “hombre de campo” para admitir que le cuesta retribuir tantos abrazos, tantas muestras de afecto por parte de los numerosos miembros de su familia biológica: “Para Estela es más fácil porque hace 36 años que me está buscando; yo apenas hace dos meses que me enteré de que soy adoptado, por una circunstancia que probablemente en algún momento contaré, pero no ahora”. “El reencuentro fue absolutamente feliz y maravilloso”, continuó Ignacio o Guido, ante la mirada atenta y la sonrisa desbordante de su abuela Estela. “Mi rol de hoy no es el de hablar como titular de Abuelas de Plaza de Mayo sino de acompañar a mi nieto”, había iniciado la propia Estela la conferencia de prensa, un rato antes. Y luego explicó que más tarde se reunirían con la abuela paterna de Ignacio o Guido.
Ignacio o Guido contó en un momento cómo fueron sus últimas 48 horas: “Estaba tocando el piano en mi casa, comiendo unos bizcochitos en un día que parecía ser normal y recibí el llamado de Claudia (Carlotto, titular de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad) que me dijo: ‘Dio positivo, sos el nieto de Estela’. Luego llamé a mi mujer y a mis amigos y desde entonces estoy arriba de un auto, y acá, en Buenos Aires, frente a todos ustedes”, narró así el momento que cambiaría su presente, su futuro y, sobre todo, su pasado.
Si bien el gran cambio en la cabeza de Ignacio o Guido comenzó hace dos meses, el día de su cumpleaños (o de lo que él creía que era su cumpleaños), cuando se enteró de que era adoptado, reconoció que las dudas sobre su verdadera identidad eran anteriores: “Hay unos ruidos en la cabeza, unas maripositas que dan vueltas fuera del campo visual. Hay cosas que no las sabés pero las sabés, y empezás a preguntarte cuando aparece un indicio”.
También expresó que, a pesar de la vorágine de los últimos días, tuvo tiempo de empezar a buscar respuestas a algunos interrogantes que a él le parecían muy misteriosos. “Estoy cerrando una pregunta que me hicieron mucho: ‘¿Por qué sos músico?’ Hasta ahora no sabía de dónde venía esa vocación. Yo me crié en el campo, lejos de esas influencias”, explicó. Sin embargo, ahora cree que la genética o cierta energía deben haber incidido en una decisión crucial en su vida: “Algo de los ideales de mis viejos debe estar ahí. Si no estuvieran, yo que fui joven en los 90, hubiese ido hacia otro lado. Ser músico es una actividad política”.
Abuelas, abuela. “Fue shockeante, soy muy parecido a mi viejo”, admitió sobre una de las tantas sensaciones fuertes que lo cruzaron al ver imágenes de su familia biológica. Y agregó: “Todo esto es una alegría, sin dudas, por la familia que vengo; ellos son puntales fundamentales en esta búsqueda”. Aunque también admitió que lo que más sobresale entre todos los sentimientos es la incredulidad y la sorpresa: “Lo que más disfruto por el momento es la felicidad en el rostro de los demás, que ven un espejo del trabajo cumplido”.
Campera negra, remera con la imagen de un disco de vinilo del saxofonista estadounidense John Coltrane, uno de los pilares del jazz contemporáneo, Ignacio o Guido se paseó por el escenario de Abuelas, por el escenario nacional, por la historia, con una naturalidad y una sencillez envidiables. Eso, sencillez: como si el asunto realmente fuera sencillo. El de su identidad y el de lidiar con eso. Con eso que es una condición de la historia, una marca indeleble. Pero que no sirve para construir nada público: no sirve para ser mejor político ni mejor pianista. Sirve, apenas, para tener en claro quién es cada uno, cuáles son sus raíces, su historia, sus ancestros. Sirve, también, para saber que en esa identidad no sólo está escrita una historia, sino a veces también está escrita la historia. La historia de un país, la historia de un dolor, la historia de muchas abuelas y muchos nietos que se simbolizan en una abuela, en un nieto. Su abuela, Estela, es la abuela. Y él, Ignacio o Guido es el nieto. Por eso reconoció: “Sin quererlo, entré en los libros de historia”, sin escaparle al asunto. Por eso, sin resignarse, admitió: “Esta es una pequeña victoria en una gran derrota que nos hemos dejado hacer”. Por eso, tal vez, fue generoso y justo con su pasado. Que es la mejor manera de empezar el futuro.
*Escritor.