El arzobispo porteño, Jorge Bergoglio, denunció hace una semana un crecimiento escandaloso de la pobreza en Argentina durante el último año y medio. Y no hace falta alejarse mucho de la Capital Federal para comprobar in situ que el tejido social se está resquebrajando. Las carencias se reflejan crudamente en cada distrito del Conurbano, el aglomerado más populoso del país que rodea a la Ciudad de Buenos Aires, donde la desigualdad es moneda corriente y donde los mismos intendentes gobiernan hace casi dos décadas como si nada pasara.
Cruzando la General Paz, los municipios van cambiando, pero hay imágenes que se repiten en todos ellos: a pocos kilómetros de grandes shoppings y autopistas aparecen bolsones de miseria, casillas y basurales a cielo abierto; en la mayoría de esos lugares la gente vive sin cloacas ni agua corriente. PERFIL recorrió la obra que la Pastoral Social de la Iglesia realiza en el GBA, para intentar aliviar las consecuencias de la exclusión.
“La pobreza nos acompaña hace mucho tiempo, pero con esta crisis global la situación se ha agudizado. Lo que hace falta son políticas de Estado para que haya distribución del ingreso, para que los chicos no se mueran de hambre”, diagnosticó, en diálogo con PERFIL, el párroco Fermín Osvaldo Gauna, de la Iglesia San Cayetano de Quilmes. Y agregó: “Los funcionarios, cuando se enriquecen, me demuestran que no les interesa solucionar nada”.
Miguel Hrymacz es el vicario de la Pastoral Social de Florencio Varela. Se dedica a la asistencia social desde 1982, año en que abrió la primera olla popular para asistir a los que menos tenían en la ciudad. “Cerramos el comedor en 1985. Lo volvimos a abrir en 1987, con la hiperinflación. Y no lo cerramos nunca más”, contó a PERFIL el sacerdote.