De ser hoy y aquí, la muy batida frase de Hamlet sobre el truchaje danés de su tiempo le quedaría escasa. No es "algo" lo que huele hoy a podrido en la "dinamarca" Argentina. Es mucho, mucho más que mucho. Y no hay señales ciertas de que pueda parar de mal oler. Aun con fecha electoral ya a la vista la producción de política "podrida" se acrecienta. Con la actualidad en formol no hay historia que avance.
Dicho así, suena a exabrupto, a elefante en vidriería, a protestón profesional. Pero es el pueblo (la gente, la ciudadanía, o como se quiera decirle) el que comenta que huele más a basural que a rosedal. El que aún no ve por dónde asomará en octubre el saludable viento de refresco.
Salvo dos o tres figuras intachables (pero sin peso ni pesos) los capocómicos confunden tanto a la popular como a la platea. Algunos se parecen (y se conocen) tanto que les resulta imposible superarse en un debate. Operan para impedir opere el otro. Se deshacen buscando deshacer. Y acaban en empates por prontuario compartido alguna vez.
Rutina de larga data, el país oficial promete más que lo que hace. Y el país opositor, más de lo que podrá hacer. Nunca como en antesala de elecciones se parlotea más sobre salud, educación, vivienda. Y de "tendencias del electorado" (sic). Algunos llegan a manifestar que en octubre "el Soberano hará escuchar su voz en las urnas" (triple sic).
Estos expertos en "opinión pública" instalan/instilan su propia tendencia en el acto de "pasar" por tevé la "última" variación que sus "dedo$" de lince supieron "detectar". Un rito de cada cuatro años. Meter porcentuales inflados en la bolsa, etiquetarlos a piacere y venderlos al mejor postor. Y parla parlando, pisar, embarrar, mezclar, empaquetar, para que nadie descubra pista alguna.
No es tarea difícil. Si hay una firme costumbre nacional, es la de vivir ignorando el desenlace de un crimen, la trama de una estafa, las huellas de un corrupto serial. Un día, o dos, habrá campanazo, vibrato y movilero, y al tercero un amnésico fiscal aplicará "palo y a la bolsa" y tendrá una nueva foja el Arbol del Olvido.
En horas, otro putrefacto suceso echará nuevo mal olor de recambio. Rebotarán flashes de primicia en la radio y el canal, y al rato, imitadores, chistosos y parlanchines banalizarán el impacto. Minutaje máximo para la pavada y breve para el drama. El país olerá a podrido un poco más que el día anterior pero un sistema aceitado mantendrá ecualizada la sensibilidad en cero. Sobran estímulos. Desde el farandulero cotilleo infernal de siesta/tarde/noche a la viscosa charla futbolera para zombies nocturnos.
En todos los países suceden cosas raras. Pero La Vista Gorda es más nuestra que mundial. Aquí es originaria. El escaso registro social del olor a podrido se debe a que hasta el mismo olfato está bajo el efecto de La Vista Gorda. Esta estupidez óptica se logra no observando la desdicha de los demás. Y de tanto no registrar la de otros no sabemos siquiera cual es la que hace sufrir a cada cual.
Bajo la jurisdicción de La Vista Gorda todo pasa. Decisiones del Ejecutivo que no pueden tomarse sin aprobación del Legislativo. Desvío de fondos jubilatorios para promesas partidarias. Gobernar a capricho y llorar de risa cada vez que un imbécil (en este caso, yo) recuerda en una columna que en el libro primero de La República, Platón decía, y sigue diciendo,: ”No sometáis a ningún Estado a señores absolutos, sino a las leyes, pues ello no redunda en beneficio ni de los que someten, ni de los sometidos. Ni de ellos, ni de sus hijos, ni de los hijos de sus hijos. El intentarlo lleva al desastre total".
(*) especial para Perfil.com.