La historia contemporánea argentina está plagada de muertes. Después de la última dictadura, miles de desaparecidos se convirtieron en la trágica expresión de un masivo duelo que no pudo ser resuelto por la sociedad. No hubo cuerpos para velar y despedir. Las heridas no pudieron cicatrizar.
Para la licenciada en psicología Diana Liberman, autora de “Es hora de hablar de duelo”, en el caso de los desaparecidos “debemos tener en cuenta que muchas de estas pérdidas son ambiguas y generan duelos complicados. En principio, para aceptar la pérdida es necesario ver el cuerpo, darle sepultura, concretar los rituales según costumbres o credos, cumplir las actividades propias que confirman el duelo. La imposibilidad de hacerlo facilita la negación”.
A pesar de ello, destaca que “Las Madres, Las Abuelas y demás familiares de desaparecidos en la Argentina lograron, por sobre todos sus pesares, crear y transitar caminos que, de un modo u otro ayudaron a trabajar su duelo y transformar el dolor y la impotencia en acción creativa, creadora y en recuperación de vida”.
“Son familias – afirma Liberman - unidas por la pérdida y el dolor que se ayudan a sí mismas y entre sí, y se acompañan en una lucha compartida, que a la vez las sostiene"
Se trata de pérdidas masivas, accidentales, tan súbitas e injustas como los atentados a la Embajada de Israel (1992) y a la AMIA (1994) y el incendio de Cromañón (2004).
“Algo similar ocurre con los casos de la Embajada de Israel y de la AMIA. Los sobrevivientes se reúnen, luchan y se sostienen mutuamente. En el caso de Cromañón, los padres ejercen fuerte presión para lograr acciones de la justicia, situación que ayudaría al mejor desarrollo del duelo. Todos estos grupos de dolientes que han sufrido terribles pérdidas funcionan, en verdad, como grupos de autoayuda”, asegura.