Era una tarde triste y silenciosa. Hacía frío y el débil sol otoñal ya había comenzado a ocultarse. Mientras los primeros oscuros nubarrones cubrían el cielo de la city porteña, la iglesia del Colegio Champagnat (uno de los más tradicionales de Buenos Aires), anunciaba el inicio de la misa. Una mujer esbelta, de largo cabello rubio, vistiendo un saco largo en blanco y negro, y grandes gafas, se ubicó en uno de los primeros bancos de la izquierda de la nave central. No estaba sola, una amiga la acompañaba. Con un rostro sereno, Adriana Díaz Pavicich (46), abogada, ex profesora de Lenguaje Radial en la Universidad Católica Argentina, y una apasionada del golf, la cuarta mujer de Bernardo Neustadt (luego de Josefina Nicolás, Any Costaguta y Claudia Cordero Biedma), presidía el homenaje a un año de la muerte de quien fuera su marido.
“En la luz, estás. En los actos generosos, estás. En los pensamientos correctos, estás. En la sabiduría, estás. En la ternura, estás. Siempre presente. A un año de tu partida, tu esposa, amigos y familiares te recuerdan con infinito amor”, rezaba el recordatorio publicado en un diario argentino. A diferencia de aquella gris jornada de 2008, cuando lo enterraron en el Memorial de Pilar, no estuvieron Tomás (16) y Josefina (14), dos de los hijos de Adriana que en aquel momento tanto lloraron al marido de su madre (su tercera hija, Felicitas, de viaje por Sudáfrica). En los bancos de la mitad de la iglesia, a la derecha de la nave central, sí estaba la fiel Any Costaguta (con quien el periodista convivió durante 20 años), con su acostumbrado bajo perfil. Junto a ella, se ubicaron María del Carmen Cerruti y Jorge Zorreguieta, los padres de la princesa Máxima de Holanda. Entre ellos hubo un cordial intercambio de sonrisas y hasta se dieron las manos a la hora del saludo de la paz. Sin embargo, la división con los hoy herederos directos del periodista, resultó más que notoria.
Entre los amigos y el entorno directo de Neustadt, en más de una oportunidad, se llegó a murmurar:“Una división digna de Montescos y Capuletos”. Clara manifestación de las diferencias que hoy se jugarían en el seno más íntimo y que llegarían a hablar de “las terribles horas que Bernardo padeció en sus últimos días de vida y que podrían poner en duda el desenlace final que tuvo”. La misa comenzó con la celebración de San Marcelino Champagnat, el santo al que el colegio debe su nombre, y continuó con el recuerdo del periodista que había cursado estudios en sus aulas. Adriana y Any jamás cruzaron miradas, aunque coincidieron en sus ojos cristalinos, cubiertos de lágrimas en varios pasajes de la ceremonia. Un constante y casi silencioso murmullo, fue el denominador común durante la misa. Al finalizar, no hubo saludos ni despedidas. El aniversario, en realidad, era el 7 de junio, precisamente el Día del Periodista. Ese domingo, la tumba de Neustadt amaneció con un gran ramo de rosas y un pequeño bouquet de otras flores. Pero no hubo visitas especiales, ni formales recordatorios. “No me dejen solo...”, flotó a lo lejos, como si el frío viento que soplaba por Pilar se hiciera eco de aquella sellada frase suya. Mientras los rumores se mezclaban con la fría brisa invernal.