SOCIEDAD

Mojame y llamame Berta

default
default | Cedoc

Hablar del clima suele formar parte de las sobras, de la pasta base de las charlas. Uno habla del clima cuando no tiene absolutamente nada que decir y, a pesar de eso, no le queda otra que decir algo. Si hay un lugar paradigmático para las charlas sobre el clima, ese lugar es el ascensor. Compartir esos breves momentos con alguien semidesconocido o semiconocido suele llevar a charlas meteorológicas del tipo “parece que va a llover” o “dicen que va a refrescar” o el clásico cruce entre la alteración de los estados mentales y el clima: “Qué tiempo loco”. No hay muchos lugares más en los que uno se imagine hablando del clima. Puede ser un taxi, aunque allí la charla sobre el clima suele ser la concesión que se le hace al taxista. Algo así como “bueno, está bien, charlo pero hasta acá nomás, comentamos el clima y listo, me pongo a hablar por el celular, escucha música, leer o cualquier otra cosa que implique no prestarte atención”. Los demás ámbitos para las tertulias express sobre cuestiones climatológicas tienen que ver con lugares de paso parecidos al ascensor: un palier de un edificio, una sala de espera y no muchos más.
Resulta cuanto menos paradójica que una semana que comenzó con unas elecciones nacionales, siguió con el histórico fallo de la Corte Suprema sobre la Ley de Medios y continuó con el aniversario número 30 de la restitución democrática haya concluido con los argentinos hablando del clima. Lógicamente, para lograr semejante despropósito hace falta algo más que los vaivenes climáticos y la analogía con los desequilibrios mentales. Un “tiempo loco”, un “parece que va a refrescar” o un “che, qué viento que se levantó” no alcanzan para lograr que el país hable del clima.
Para lograr que el país entero hable sobre cuestiones meteorológicas hacen falta: 1) Una gran catástrofe climática real. 2) Un dispositivo mediático y gubernamental decidido a hacernos creer que va a haber una gran catástrofe meteorológica. Y si lo que sucede es el punto 2, hay que tener bien en claro que esto sólo se logra con una gran vocación de inducir a la población a pensar que estamos ante el fin del mundo causado por viento, granizo, lluvia, inundaciones y demás pestes ingobernables.
¿Cómo se funda un “relato” climático? En principio hay que aclarar que no alcanza con una sola voz mediática diciendo “va a llover”. Si, por ejemplo, 678 anuncia granizo pero TN dice que va a salir el sol, ahí hay un problema. El relato político puede prescindir de una voz, pero el relato climático no. Y aquí hubo consenso total. Porque una cosa es que Marcelo Bonelli y Orlando Barone estén a las antípodas. Y otra muy distinta es que Nadia Cyncenko y Fernando Confesore (la meteoróloga K y el meteorólogo de la Corpo, pongamos) coincidan en sus predicciones apocalípticas.
No, por favor, aclaremos: Nadia y Confesore no tienen la culpa. Ellos hacen su trabajo, como siempre. Y lo hacen bien. El problema es el espacio que fueron ganando los meteorólogos en el periodismo argentino. Su crecimiento sólo es comparable con los cronistas de policiales. Y así como el crecimiento del interés por los cronistas de policiales generó una estampida en eso que llamamos inseguridad, el crecimiento del interés por los meteorólogos generó una psicosis inédita con el clima.
Esta psicosis climática se manifiesta en algunos términos que hasta hace mucho no existían. Hoy hablar de “sensación térmica” es lo más normal del mundo. Pero hasta hace algunos años ese término no existía. Había temperatura y humedad, nada más. Cada tanto aparecía un “presión”, gracias a lo cual nos enteramos de una unidad de medida llamada “hectopascal”, que Lalo Mir satirizaba en Radio Bangkok llamándola “hermetopascoal”. Pero esto tenía más que ver con lo gracioso del término, nadie sabía qué era.
Hoy, además de “sensación térmica”, hemos naturalizado totalmente el “alerta meteorológico”. O sea… ¡el pánico! No sólo eso: en los últimos años se empezó a poner de moda asignarle un color a los alertas. Hay alerta naranja, alerta rojo… pero eso no es todo. Esta tormenta que nos hizo olvidar de las elecciones, de la Ley de Medios y de los 30 años de democracia tiene un elemento que hasta el momento jamás habíamos pensado que existiría. ¡Un nombre!
Sí, esta tormenta no es una tormenta cualquiera. ¡Se llama Berta! ¡Como los huracanes en el Caribe! ¿Será este el comienzo de una penetración cultural que comenzó con Halloween y continúa con San Valentín? ¿O se trata tan solo de hacer más humana una tormenta? Porque está claro que una cosa es decir “entre el granizo y la inundación me destrozaron la mercadería del negocio” y otra muy distinta es el más piadoso “esta Berta es tan traviesa, ¡me mojó todas las cosas! ¡Picarona!”
No me queda claro si lo del alerta meteorológico es algo que llegó para quedarse o si terminará perdido en el baúl de los recuerdos nacionales junto a términos como “patacón”, “megacanje” o “riesgo país”. Personalmente, me da la sensación (térmica o no) de que la meteorología es otro capítulo más de la serie “paranoias nacionales”. Y que así como la sensación de inseguridad disparó la venta de alarmas, puertas blindadas y rejas y la contratación de empresas de seguridad privada, la sensación de tormenta debe traer unos cuantos negocios parecidos.
Que quede claro: la inseguridad existe y las tormentas existen. También existen las coimas y la complicidad estatal para que todo eso exista como tragedia. Y, sobre todo, están los sectores más vulnerables que son quienes padecen las consecuencias de una y otra. Pero hay que reconocer que la película ha cambiado. Porque una cosa era preguntarse, como Pedro y Pablo, “¿dónde va la gente cuando llueve?” Y otra bien distinta es este mucho menos romántico y mucho más masoquista “mojame y llamame Berta”. Así estamos. ¡Qué tiempo loco!

*Escritor. Ex director de la revista Barcelona.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite