SOCIEDAD
DIARIO PERFIL

Morir como perros en el país del "si se puede evitar no es accidente"

Juan José Becerra evalúa en un artículo por qué se decidió ser extremadamente duro con los dueños de autos e infinitamente laxo con los dueños de los trenes.

EL tragedia de Once fallecieron 51 personas y más de 600 resultaron heridas.
| Cedoc

Hace muchos años iba manejando por una autopista y vi cómo un camión planchó con una de sus ruedas el cuarto trasero de un perro. En el espejo retrovisor de mi auto se reprodujo el final de la escena: el perro se movía desesperadamente, rascando el asfalto con las patas delanteras y girando la cabeza de un lado a otro, mientras la mitad muerta de su cuerpo se tatuaba sobre el piso. El lugar común “morir como un perro”, utilizado para ilustrar con dramatismo la mala muerte de los hombres, dio una vuelta inesperada. Allí no había un hombre muriendo como un perro sino –¡qué alivio!– un perro muriendo como un perro.

Un escena similar, aunque protagonizada por hombres y mujeres, pudo verse en el accidente del Sarmiento. Esa escena, en la que vimos a personas moviendo los brazos y las cabezas pero impedidas de mover sus piernas, en muchos casos hechas carne picada, será su memoria.

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De los yacimientos en los que excava la televisión, los del sufrimiento y la sangre son los únicos que considera sagrados. Veremos esas imágenes mil veces más, como si hiciera falta repetirlas para recordarlas. Es que en esas secuencias de loop en las que se documenta la tragedia residen, enlazadas, la autoridad y la perversión de las pantallas. El videograph invisible es siempre el mismo: “Vas a ver lo que voy a mostrarte, quieras o no quieras”.

Por supuesto, el problema no es la televisión. La televisión siempre ha hecho sus negocios en medio de algún drama. El problema nuestro, el de los espectadores, es analítico. ¿Qué pasó para que un tren que ingresa a una estación terminal a veinte kilómetros por hora, la modesta velocidad de un buen trote humano, produzca una masacre inédita y, al mismo tiempo, nunca tan predecible?

Pasó que estaba todo dado para que el accidente ocurriera. Todas las fuerzas en juego confluyeron en un punto catastrófico y en el barrio de Once volvió a alzarse una nueva catedral de negligencia argentina. Hay que entender este desastre del mismo modo que entendimos Cromañón, como una construcción paciente, milimétrica y múltiple que operó de manera paradójica en busca de un objetivo que no pudo no cumplirse: el de la destrucción.

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