SOCIEDAD
el dolor de la familia del ciclista

“No podemos seguir mirando, tenemos que reaccionar ya”

Los padres y la mujer de Pablo Tonello, asesinado en Avenida del Libertador, volvieron a la escena del crimen y piden paz y unidad.

Juntos. Eduardo, Nora y Mayra, padres y viuda de la víctima, recordaron a Pablo en el lugar del ataque.
| Marcelo Silvestro

Eduardo Tonello miraba desencajado a su alrededor. Necesitaba una bicicleta. No pudo retirar la de Pablo de la comisaría porque aún era objeto de pericias. Pero insistía con la idea porque quería mostrar cómo mataron a su hijo en ese mismo lugar: la bicisenda de Avenida del Libertador y Lacroze. “Mi hijo no murió por una bicicleta. Dios nos mandó un mensaje con sangre. Esto tiene que parar, la división nos está matando. No es normal, no podemos vivir así. Tenemos que reaccionar, no podemos seguir mirando”, proclamó el padre de Pablo Tonello, el joven programador asesinado el miércoles en Belgrano por un hombre que intentó robarle la bicicleta cuando iba a trabajar.

La familia del joven asesinado volvió al lugar del crimen para pedir justicia, pero también para reclamar “paz y unidad a la sociedad”. Inmersos en dolor, le dieron un sentido religioso al homicidio. “El mensaje es que Pablo fue una semilla sembrada con sangre en este lugar”, asegura Eduardo, acompañado por su mujer, Nora, y su nuera, Mayra Rodoni.

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La joven viuda explica el concepto a PERFIL: “Nosotros queremos que esto se termine, que lo que le pasó a Pablo no pase más, queremos que él sea el último asesinado. Nos acostumbramos a que estas cosas pasen, pero esto no es normal y hay que entenderlo. La sociedad tiene que cambiar. Esto tiene que tener un impacto mayor para que reaccionemos y nos unamos más allá de la política”.

“Hoy arreglaron el tejido y ponen policía, nos duele muchísimo verlo. ¿Tiene que pasar esto para que nos cuiden? No somos dueños de nuestras vidas. Cualquiera de nosotros puede ser el próximo”, dice con indignación Etelvina Arnodo, suegra del programador.

“Nos conocimos en una iglesia de Campana. En octubre cumplíamos diez años de novios, nos casamos hace cuatro. Primero vino él porque sabía que la ciudad era el único lugar donde podía crecer en su profesión y cumplir sus sueños. Yo lo seguí. Elegimos venir a vivir a Belgrano porque pensamos que era el barrio menos inseguro de Buenos Aires”, cuenta Mayra. “Para mí era el hombre perfecto. Era un soñador, un luchador y un hombre intachable. Me cuidaba y protegía. Me venía a buscar a todos los lugares a los que iba, preocupado por la inseguridad. Nunca me dejó sola. A él ya le habían robado la bicicleta en Cabildo y Juramento”, sigue la joven. Juntos planeaban tener hijos y mudarse al exterior “para seguir creciendo”.

Su mamá, Nora, lo recuerda como una “persona amada”. “Siempre fue un hijo de Dios, un santo. Era amoroso. Tenía el sueño de hacer programas de videojuegos y lo logró. Cuando se fue de Campana estaba contento porque venía a la ciudad a progresar. Todo eso se lo quitaron”.

“Era el hijo del medio. Somos una familia de trabajo, no tenemos plata. Pablo todos los días pasaba por acá porque era más económico y le hacía bien a la salud”, dice el padre del joven asesinado. El hombre sostiene con fuerza la mochila amarilla de su hijo: “Siempre le decíamos que cuando le quisieran robar entregara todo, pero él quiso defender su trabajo, que llevaba en la mochila. Eso es lo que quiso defender”.