Buenos Aires, por fortuna, es una ciudad con cafés. Sabemos que un café, un bar o una confitería son comercios, pero también son mucho más que eso. Forman parte de la esencia porteña, son sitios clave en nuestra historia diaria. El tango, por ejemplo, logró su definitiva aceptación en los cafés, tanto en los de los barrios –pensemos en La Boca–, como en los de la calle Corrientes.
El café es el espacio del encuentro o del aislamiento, de los sueños y de las utopías. Es allí donde somos lo más parecido a nosotros mismos. Es por eso que cuando un café cierra, sea cual fuere el motivo, genera un gran vacío. Pensemos en la desazón vivida cuando cerraron el Jockey Club de Florida y Tucumán; el Canadian de San Juan y Boedo; la Confitería Las Violetas, o más recientemente la Richmond de la calle Florida.
Ahora bien, cuando un café que había cerrado sus puertas reabre, la satisfacción pasa a ser alegría. Algunos ya están de vuelta: es el caso del Café Los Galgos, que hace algo más de un año había bajado sus cortinas. Al poco tiempo, las instalaciones no estaban más, ni siquiera la gastada boiserie. Se pensó en lo peor. Afortunadamente, ya podemos sentarnos a sus mesas, como antes lo hacía Enrique Santos Discépolo. También celebramos al Tabac y al nuevo Café Cortázar. En la Comisión de Cafés Notables deseamos que sea para siempre.
*Director de Patrimonio Histórico del GCBA.