Hace más de dos años y medio que Florencia Molinari, maquilladora argentina, vive en Chile. Cruzó la cordillera luego de conocer en un viaje a Andrés Chamorro, su novio chileno, con quien vive. Hoy, sin embargo, ya decidieron que cada uno se pone la camiseta de su país y se va a ver la final de la Copa América con amigos argentinos y chilenos, según corresponda. “El no quiere ver los partidos conmigo, el anterior contra Uruguay yo salía al balcón a gritar los goles y a él le daba vergüenza”, cuenta divertida Florencia.
Como ellos, muchas parejas “mixtas” vivirán hoy la eterna rivalidad argentino-chilena, sumados a las miles de personas que en los últimos días decidieron cruzar la frontera. Así, vuelos agotados, filas de autos y micros cruzando la frontera fueron la postal de los últimos días, pese a las entradas agotadas y las reventas a precios insólitos que alcanzaron los $ 200 mil. Desde las agencias de viaje, además, sostienen que si bien los paquetes para este fin de semana ya estaban vendidos casi en su totalidad, el pase de la Selección a la final hizo que la demanda de vuelos esta semana se incrementara aún más (ver aparte).
“Nunca pensamos que iba a llegar el día de jugar una final en contra. A Sebas lo cargan en la oficina con que si ganamos me tiene que armar las valijas”, se suma divertida, Candelaria Vernet, fotógrafa argentina que vive hace cuatro años en Chile con su marido Sebastián de la Fuente, publicista chileno. Se conocieron en Argentina, cuando Sebastián vivió acá, por lo que ambos admiten que tienen el corazón dividido, pero ahora, de cara a la final, también van a ver el partido por separado. “Yo me junto con amigos a comer un asado y ver el partido, que para mi generación es muy importante, porque es la primera vez que vamos a ver a Chile en una final”, dice Sebastián.
Rivales. “Mi sensación personal es que el chileno envidia un poco lo ‘canchero’ y buen mozo del argentino, y lo considera agrandado y que se lleva el mundo por delante. Eso se contrapone al chileno medio, que es más bien tímido, discreto, no habla muy fuerte”, dice Paola Rivas Santander, relacionista pública chilena que vive en el país con su marido argentino, Alejandro Angiolini, y su hija Lupe. Hoy los tres verán juntos la final, y tal vez hasta tomen alguna copa de pisco sour, aunque si llegan a penales ya decidieron que las chicas irán a un televisor y Alejandro a otro. “Si ganamos, al que sí le voy a mandar unos mensajes es a mi cuñado que vive en Santiago y con quien tenemos bastante contacto por whatsApp, porque estoy seguro de que si ellos ganan él me va a gastar y mucho”, dice Alejandro. Algo similar vive Sebastián: “Yo nunca sentí mala onda, siempre dentro de los límites de lo normal, aunque tengo un cuñado medio jodón que espero que ni aparezca”, agrega.
Polémica. Hace unos días que circula un video por YouTube con un grupo de hinchas argentinos cantando en un shopping chileno, al ritmo de “Chile, decime que se siente...”. Sin embargo, a diferencia del Mundial, para muchos el video fue ofensivo, porque mezcla lo deportivo con temas más sensibles, como la guerra de Malvinas. “No entiendo a los que mezclan deporte con política. Algunos dicen que es el ‘folklore’ del fútbol, pero el límite del mismo es la agresión al rival”, sostiene Alejandro. En su caso, el vínculo con Chile es fuerte, y no le molestaría irse a vivir allá. Lo curioso es que la que quiere seguir viviendo en Argentina es su mujer.