Hoy, consumir es más una experiencia que una necesidad. Si en otras épocas de la historia de la humanidad el objetivo era cubrir necesidades básicas –comida, ropa, etc.–, especialmente en este siglo de la hiperinformación la mayor parte de la actividad consumista tiene como objetivo satisfacer los deseos de quienes consumen, que consideran indispensables esos bienes que demandan, aunque no sean fundamentales para la supervivencia.
Estos consumidores, que se enfrentan a la toma de decisiones todo el tiempo y tienen esa capacidad al alcance de su mano –hasta en su celular–, son exigentes y demandan no sólo servicio sino también originalidad. Esas experiencias personalizadas, hechas a medida, los hacen sentir diferentes al resto y les provocan más satisfacción que una forma de consumo que sienten “masiva”. Puestos a elegir, preferirán esos bienes y servicios pensados para ellos, y quienes entiendan esto serán quienes prevalezcan y triunfen en un mercado cada vez más superpoblado y competitivo, donde la sobreabundancia de ofertas puede marear hasta al más organizado. Ser originales, además de eficientes parece ser la premisa a seguir para quienes brindan asesoramiento incluso en aquellos servicios que los consumidores ni siquiera sabían que necesitaban, pero que, una vez que prueban, no pueden dejar de tener.
*Socióloga, UBA.