El 27 de abril de 1933, se estrenó ¡Tango!, la primera película sonora del cine argentino que se grabó con sistema óptico: el sonido se imprimía en la misma película fotográfica donde se registraban las imágenes.
¡Tango! dio vuelta la página del cine nacional con 80 minutos de una película musical en blanco y negro que reunía a varios actores de cuna teatral con voces consagradas. Razón suficiente para que las chispas no tardaran en encender el set: Libertad Lamarque (que ya había debutado en el cine mudo) chocaba con Tita Merello, y el personaje de Luis Sandrini fue ganando importancia porque Pepe Arias pegaba el faltazo y el guión se modificaba en la marcha para no parar el rodaje.
El argumento de ¡Tango! era talle small, pero convincente y sobre todo, “innovador”: un cantante de tangos enamorado cree que su noviecita del barrio se fue con un guapo a París; viaja a buscarla, sin saber que la muchacha lo estaba esperando en la pieza del conventillo. Todo, desde luego, deshojando margaritas y desgranando compases a cada desaire y caída de ojitos.
Tita Merello le destrozó el corazón a su pretendiente, cuando le cantó:
“Yo soy así pa’l amor, qué vachaché.
Y no me engrupe “Menjou”
ni “Chevalier”.
Yo quiero un gavión bien reo
d’esos que saben querer,
un “coso” que haga explosión
al caminar
y que de un solo “viandún”
me haga rodar,
que no me venga con caramelitos
ni me recite versitos
de esos que hacen llorar”.
La excusa argumental perfecta, en suma, para nuclear en el debut del cine sonoro argentino a las orquestas de Osvaldo Fresedo, Juan de Dios Filiberto (Caminito), Juan D’Arienzo (sus arreglos de La cumparsita lo transformaron en “el rey del compás”), Pedro Maffia (Amurado), la (Ernesto) Ponzio-(Juan Carlos) Bazán (Avellaneda, Cara dura) y Edgardo Donato, el cuadro de honor de la guardia vieja arrabalera.
¡Tango! descolocó a Hollywood
En verdad, no fue ¡Tango! la primera película hablada del cine argentino, sino Muñequita porteña (1931). ¿Entonces?
A principios del siglo XX, una ambiciosa Argentina quiso salir a competir con los grandes productos internacionales del cine, pero sin tener tradición cinematográfica, formación en el rubro ni suficiente tecnología aún.
Mariano Mores, el niño prodigio que admiraba a Gardel y grabó 300 tangos
Había docenas de directores que imitaban lo que se hacía en el exterior, que funcionaba muy bien afuera, pero que aquí tenía el inevitable olor a copia infiel sin originalidad. Por cada buen producto nacional, la cartelera se llenaba de una decena de películas del montón.
Hasta que apareció en escena un hombre que cambió el paisaje del celuloide argentino: José Agustín Ferreyra, tan bohemio como anárquico, pero con una idea clara y personal, algo de lo que los demás, por entonces, carecían.
José Ferreyra quería hacer cine de marca nacional y en sus películas asomaron los barrios porteños, el conventillo, los humildes, la dignidad del trabajador, la devoción a la madre y, obviamente, el tango, síntesis de la enumeración anterior, un compacto lacrimógeno perfecto que cambió ciento por ciento el rumbo del cine.
Tanto que a partir de Muñecas rubias, Organito de la tarde, La muchacha del arrabal, Perdón viejita y La costurerita que dio aquel mal paso, las grandes majors de Hollywood empezaron a inquietarse: pitando el habano entre los labios y sobando los tiradores con las yemas de las manos, los productores advirtieron por primera vez que podían perder el mercado hispanoparlante. Entonces comenzaron a rodar ellos mismos películas en español.
Cuando Carlos Gardel cerró con Paramount su primer contrato para filmar Luces de Buenos Aires (1931), se sintieron aliviados: la pelota estaba en su campo.
Todavía faltaba para El día que me quieras (1935) y Tango Bar (1935) y en el medio, pasaron cosas. ¡Agarrate Catalina! Cuando los argentinos quieren, pueden.
Prendido de la cola exitosa de la “gardelmanía”, Luis Moglia Barth se despachó con ¡Tango! y Enrique Telémaco Susini, con Los tres berretines, ambas de 1933.
¡Tango!, el detrás de escena
La película de Moglia Barth sentó las bases para la creación de Argentina Sono Film y, la de Susini, cortó las cintas de Lumiton, las dos mayores usinas de la industria del entretenimiento del acetato que hubo en nuestro país, durante los años dorados.
El suyo no era el típico caso de “m’hijo el dotor” sino, el de un hijo de comerciantes que estudió en el Colegio La Salle y que aprendió el oficio cinematográfico en una perlita de la época, Cinematografía Valle.
Esta empresa que hacía noticieros, fue pionera en películas animadas y una escuela de montaje, ya que allí tanto él como Leopoldo Torres Ríos aprendieron a realizar la edición (corte) de las películas alemanas, muy largas para el timing argentino, acostumbrado a la agilidad de Hollywood, un vicio que también trajo cola, pero eso es otra cuestión.
Y fue así hasta que un día, Moglia Barth fue a ver a su ángel de la guardia, Ángel Mentasti, entonces gerente de distribución de Cosmos, mientras Moglia Barth era jefe de Publicidad -ya se conocían de varios años juntos en Films Reich y el sello Pathé.
¡Tango! primera película sonora
Con una idea de Carlos de la Púa, Moglia Barth le mostró a Mentasti el boceto de un aviso publicitario atravesado en diagonal con la palabra mágica “¡Tango!”; abajo, una pareja y un guapo. Al pie, el reparto: Azucena Maizani encabezando, escoltada por Tita Merello y Libertad Lamarque, acompañados por el protagónico masculino de Alberto Gómez, más Pepe Arias, Mercedes Simone y Alicia Vignoli. Al pie, una leyenda prometedora: “Con las orquestas de Juan de Dios Filiberto, Pedro Maffia, Osvaldo Fresedo” y seguían los nombres.
Moglia Barth le preguntó a Mentasti: “¿Y? ¿Se vende o no se vende?” Le dijo que sí, y no hubo más que hablar.
Con ese poco, dieron el gran salto, una figura ornamental de tres piruetas, tres películas que debían salir como pan caliente gracias a la inyección financiera del abogado Julián Ramos, Roberto Favre, ex director de Pathé, y el mismo Mentasti. Cuando estrenaron ¡Tango!, escrita y dirigida por Moglia Barth, el grupo ya estaba rodando la segunda, Dancing y en 1934 estrenaban la tercera, Riachuelo.
¡Tango!, que había costado $20.000 de entonces, se estrenó en varias salas simultáneas, con éxito rotundo e inmediato.
En ese mismo set también nació el romance entre Tita Merello y Luis Sandrini, por entonces casado. Nueve años más tarde pudo ser y comenzó una de las grandes historias de amor del cine argentino, un gran amor que sólo se prolongó siete años, pero que para Tita fue de toda la vida.
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