La tesis que se plantea es que la autonomía se ha profundizado en formas de organización y gestión generando condiciones de fragmentación que se tornan un obstáculo para organizar proyectos políticos-pedagogías que posibiliten resolver las problemáticas que emergen en las universidades.
Se lleva treinta años de democracia y los mismos problemas persisten. No se ha sabido, o no se ha podido, resolver cuestiones como el desgranamiento estudiantil, la legitimidad de las autoridades, la selección del cuerpo docente, la articulación con las empresas, la oferta académica, la forma adecuada de la organización académica, la articulación con el nivel medio y el posgrado, el diseño estratégico de las investigaciones, por mencionar algunos de tantos.
Brevemente algunos: el desgranamiento o deserción estudiantil, quizás el más importante. Las instituciones no han logrado incrementar en más de 25% (aproximadamente) la tasa de egresados en relación con los que ingresan, lo que significa que cada cien alumnos que se inscriben en una carrera sólo terminan 25, y la mitad de esos 75 que abandonan lo hace en el primer año.
La cantidad de becas que el actual gobierno nacional ha destinado a los alumnos es significativa, acompañando la suba del presupuesto (en el nivel universitario, en los últimos seis años creció del 0,81% al 1% en relación con el del PBI, según datos de la Secretaría de Políticas Universitarias). No obstante, no impacta en la tasa de egreso como se esperaría. Según el Anuario Estadístico Universitario (2012), elaborado por la Secretaría de Políticas Universitarias (Ministerio de Educación de la Nación), la tasa promedio de crecimiento de egresados fue de 2,7% en el período 2002-2012, y el crecimiento promedio de la matricula estudiantil, en el mismo período, fue de 1,4% (en el sector público).
Sumatorias. Sucede que el problema no radica sólo en la economía de los alumnos –que puede resolverse con becas–: también es académico, político y organizacional; y en este sentido, las universidades podrían hacer mucho. Sin embargo, por ejemplo, éstas no distribuyen sus recursos humanos en virtud de una planificación de las necesidades, sino que ello emerge como consecuencia de relaciones de fuerzas de los subgrupos del claustro docente. Así, es frecuente encontrar carreras que incluyen materias en los últimos años que tienen dos o tres veces más docentes que las de primer año.
La oferta académica, por su parte, poco colabora con la retención estudiantil, lo que podría aportar si los planes de estudio fueran más flexibles, con mecanismos de cambios, articulación y sistemas de créditos que faciliten, entre otras cuestiones, la movilidad de los alumnos entre carreras afines. Así, resulta que es más difícil transformar un plan existente que crear uno nuevo. Esta es una de las razones por las cuales abundan nuevas carreras, mientras las tradicionales mantienen su diseño curricular intacto desde hace décadas.
Los pocos estudiantes que logran terminar sus estudios, con duraciones promedio que rondan los siete años a pesar de que curricularmente se prevén cinco, encuentran que sus conocimientos muchas veces están desactualizados, por lo que requieren continuar con cursos de posgrado. En donde no sólo se terminó la gratuidad, sino que la calidad de la enseñanza, a pesar de las evaluaciones de la Coneau, se ve resentida por el imperio de la modalidad de cursos de verano.
El sistema universitario argentino está institucionalizado en torno a la oferta académica de grado, lo que se observa en la imputación de los cargos docentes a las carreras de grado, el personal administrativo en el mismo sentido, las aulas, los medios audiovisuales, su sistema político, etc. Los docentes y alumnos de posgrado no saben si son docentes y alumnos de la institución donde se encuentran aprendiendo o enseñando una carrera. Esto sucede mientras en otros países se están transformando las estructuras existentes de grado en pos de fortalecer e institucionalizar el posgrado.
La articulación del sistema de grado con el posgrado no parece ser responsabilidad de nadie, como tampoco la del posgrado con el sistema de investigación, tan importante para dar inserción a los alumnos para realizar sus tesis y concluir así sus estudios; el abandono aparece en esta etapa con toda su fuerza.
Si vinculamos estos problemas con otro, el de las formas de organización académica, nos encontramos con una dificultad que se suma. Pocas universidades han resuelto la relación entre los modos de organización con las tareas y competencias que deben desarrollar.
Existen, por ejemplo, algunas instituciones que sitúan en la base del sistema las áreas disciplinares, las que conforman un agrupamiento de docentes afines a las disciplinas a cargo; en el otro extremo, es decir en la cúspide, al Consejo Superior. Sería razonable que lo importante sea competencia del órgano máximo de gobierno y las problemáticas cotidianas lo sean de las unidades que están en la base del sistema. Sin embargo, es común ver debatir en los Consejos Superiores la compra de papel, mientras que las áreas planifican los ingresos y ascensos y distribuyen su personal docente por medio de los concursos cuasipúblicos.
Recientemente se ha planteado en el marco de las discusiones gremiales con los rectores y el ministerio el tema carrera docente. Sería importante que criterios como los de desempeño, perfeccionamiento, producción, etc., operen como referencia en los concursos para el ingreso y la movilidad, dejando a un lado el de antigüedad o cualquier otro vinculado o nexo de pertenencia.
La autonomía universitaria no ha quedado acotada a la libertad de la institución frente a la Iglesia, el Estado o el mercado, como lo fue en 1918, ya que se ha profundizado y traducido en la libertad de las universidades frente a otras universidades, de las facultades frente a otras facultades, de una carrera frente a otra, de los docentes entre sí, etc. Es decir, una autonomía que se ha consolidado organizacionalmente como espacios fragmentados, con lo cual parece imposible resolver las problemáticas pendientes.
Desafío. Los universitarios debemos honrar responsablemente este valor que otras generaciones conquistaron. Articular actores, espacios, políticas para resolver problemas se torna necesario. Sólo así podremos avanzar y plantearnos nuevos valores que operen como desafíos: inclusión social con calidad en la enseñanza, por ejemplo, son algunos de los que están en lista de espera.
Modelo en América Latina
La universidad argentina se encuentra a pocos años de festejar el bicentenario de la reforma universitaria, sucedida en Córdoba en 1918. En ella emerge un modelo de institución que fue tomado por toda América Latina: cogobierno, libertad de cátedra, compromiso con una mayor inclusión social, democratización en la gestión, etc. Estas son características esenciales que tuvieron a la autonomía como valor central, que posibilitó armar la defensa y la ofensiva frente a poderes conservadores y autoritarios. Hoy, con más de treinta años ininterrumpidos de democracia, es preciso preguntarnos si la autonomía debe continuar jugando ese papel.
*Doctor en Ciencias de la Educación y profesor de UNSL.