COLUMNISTAS

Original y copia

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Muchas veces, antes de que un diario u otro producto periodístico se lance, se relance o se rediseñe, se crea un modelo, una prueba, una especie de ensayo general –llamado “número cero”– que debe ser casi idéntico al “número 1”, el primero que saldrá a la venta realmente.

Cuando vi el ejemplar de Clarín hecho por La Cámpora, rápidamente me di cuenta de que no era el diario del día (porque Massa o Macri o Cobos no son –todavía– presidentes) pero sí pensé que era un número cero de algún rediseño. Las noticias, la escritura de las notas, los hechos que narraban, los copetes, las fotos, los detalles menores, el estilo general me pareció verosímil, muy parecido al Clarín real (sólo podría objetarse el recuadro de tapa en el que anuncian que Paul Singer va a dirigir la selección argentina de fútbol. Eso es poco creíble), como también me parecieron esperables las políticas que llevarían a cabo Macri o Massa o Cobos. Herida en su ombligo narcisista –porque en el falso Clarín no la ponían a ella como presidenta–, Elisa Carrió subió a su cuenta de Twitter un ejemplar de Tiempo Argentino en el que anunciaba que acababa de ser electa presidenta y se había acabado la corrupción. Es una pena que la diputada aclarase de entrada que se trataba de una burla, de un falso Tiempo Argentino, porque si no fuera por esa aclaración, yo también hubiera creído que era un número cero de un rediseño: el tono me pareció idéntico al actual Tiempo Argentino (salvo el recuadro de tapa en el que anuncia que Máximo Kirchner consiguió trabajo en una cadena de comida rápida. Peca de cierta ingenuidad Carrió: si la familia Kirchner lo quisiera, está en condiciones económicas directamente de comprar McDonald’s). Pensaba en todo esto cuando, hablando por teléfono con un amigo, le comenté –con admiración– cuánto trabajaba Nelson Castro: a la mañana en radio Continental, a la tarde en Todo negativo, y a la noche en Duro de domar. Pero mi amigo me dijo que el de la noche no era el verdadero Castro, sino un inverosímil impostor, para decirlo a lo Borges. ¿No es el verdadero? ¿Es un imitador? ¡Guau! A mí me parecía que era él. Es más: de las tres versiones diarias de Castro, la nocturna es la que me parecía más inteligente, más interesante, más aguda. No había ya comentarios de señora gorda, del tipo “¡qué terrible!”, “¡un bochorno!”, o “¡esto no puede seguir así!”, sino una cierta tendencia a complejizar el discurso político, que me resulta valorable.

Pues, ¿qué pasa conmigo? ¿Habré perdido el sentido del humor? ¿Cómo puede ser que no me haya dado cuenta de que son todas imitaciones? Y después, gracias a mi amigo, me enteré de que en muchas emisiones de radio hay también imitadores de periodistas famosos y millonarios, e incluso en varios programas de tele (entre ellos el del propio Castro en TN, donde interactúa con un guiñol que lo imita, y en Duro de domar, donde hacen un Marcelo Bonelli que también me parece mejor que el original). ¿Deberíamos sacar alguna conclusión de este fenómeno cultural? ¿Qué significa esta dificultad para distinguir al verdadero del falso, el original de la copia, lo auténtico de la caricatura? Sucede que si el periodismo se volvió tan fácilmente caricaturizable, es porque él mismo, antes, ya se había vuelto caricatura. Caricatura de sí mismo. Ojalá que en este fin de ciclo cambien muchas más cosas que un gobierno.

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