COLUMNISTAS
argentina volvio al triunfo

Sirvió más para cortar una racha que para mejorar

La Selección de Basile le ganó 2-1 a Uruguay con goles de Messi y Agüero y descomprimió el clima de tensión que se había generado después de sus últimas presentaciones. Sin embargo, volvió a mostrar fisuras en su funcionamiento: luego de un comienzo a todo ritmo, en el que consiguió los dos goles, mostró falencias y en el final terminó apretado.

|

Por un ratito creí que volvía a valer la pena ser hincha de la Selección. Porque, como cualquiera de ustedes con la camiseta por la que sufre cada fin de semana, nunca se me pasa la enfermedad de morir de ilusión por la celeste y blanca. Así quedé formateado en los 70, cuando hacer fuerza por la Argentina volvía a tener sentido. Desde entonces, con cualquier técnico, con cualquier lista de jugadores y ante cualquier rival, que el tiempo se detenga cada vez que juega el seleccionado es algo que no consigo evitar. En la mayoría de las ocasiones, esa expectativa tuvo premio. Otras, como ayer, no tanto. Porque finalmente recordé que ese formateo me impide contentarme con cualquier tipo de victoria. Y el de ayer fue un triunfo de una precariedad tal que no me queda claro cuánto ayudará a futuro en lo que a construcción de equipo se refiere.

Tan mal veníamos que ayer, con las reservas del caso y pese a que se daban muchas condiciones que podían disfrazarse de excusas en caso de una mala actuación o un mal resultado, volví a sentir que apurar la merienda era lo menos que merecía el equipo de Messi y Riquelme, de Tevez y Mascherano, de Cambiasso y Agüero. Ese equipo al que Basile benefició poniendo en la cancha lo que, en el aspecto ofensivo, siempre debería poner. Al menos por un ratito.

No voy a mentirme creyendo que siquiera hubo un rato de actuación reivindicatoria. Por el contrario, el partido terminó siendo de una ordinariez indigna de un torneo interbancario y con un árbitro impresentable. Por suerte, la Argentina liquidó muy pronto un partido ante un rival que es mucho más peligroso por cuestiones de mística regional que por presente deportivo. Uruguay, no nos olvidemos, jugó apenas uno de los últimos cuatro mundiales y lo hizo superando un repechaje con los australianos. En realidad, ese asunto de los adversarios difíciles de Sudamerica tiene mucho de sanata: el mismo Paraguay, que lidera el grupo y al que hace muchísimo no le ganamos como local, es el mismo que, si bien disputó los últimos tres mundiales, ganó apenas tres de los once partidos que jugó en las ruedas finales. Es decir, con el historial de los cucos paraguayos en las copas del mundo, nos la pasaríamos echando técnicos. Sin embargo, a la hora de mediocrizar nuestras pretensiones, creemos que es lógico no ganarles.

Sin embargo, era fundamental que la apuesta de jugar con Messi, Tevez, Agüero y Riquelme tuviera, por lo menos, el respaldo de un resultado favorable. Sobre todo teniendo en cuenta que, después de la Copa América, Basile entró en el descontrol de fluctuar entre presuntas convicciones futboleras y presuntos preceptos, entre los cuales el menos consistente indica que no se puede jugar sin una “torre”. No sólo al ajedrez se puede jugar sin una torre, sino que en ningún deporte gana aquel que crea que los jugadores se miden en centímetros y se pesan en kilos. No pasa en el fútbol, y si llegara a pasar en el rugby, Los Pumas jamás hubieran sido terceros en un Mundial (ni siquiera es ley en el básquet, si no Ginobili y sus amigos jamás hubieran sido campeones olímpicos).

Entonces, en un momento demasiado caliente en el que hasta se llegó a plantear un escenario inédito en 30 años –que un técnico del seleccionado sea echado en la mitad de su ciclo–, es imprescindible que en la Argentina se midan los jugadores por su talento. Y que, tal como se impone generacionalmente, pensemos en buscarle la vuelta para tener a los mejores dentro de la cancha. Por lo pronto, la Argentina es una selección a la cual rara vez la atacan con mucha gente. En consecuencia, no hay ninguna razón que impida jugar hasta con cinco jugadores que influyan ciertamente en función de ataque. Y si cinco o seis hombres con características de contención no son capaces de neutralizar el ataque de tres o cuatro rivales, entonces habrá que revisar qué pasa con ellos.

Momento de introspección. La tarde fue menos apacible de lo que pintó de entrada, porque, entre otras cosas, no tuvimos la destreza suficiente como para jugar el partido en el terreno elegido más que para pelearlo donde lo planteó Uruguay. Para colmo, aquellos que más se necesitan para darle coherencia al juego quedaron opacados entre tanta patada, tanta simulación y tanta presunta guapeza, que más que ser una muestra de temperamento fue el mejor camino para ocultar ineptitudes. ¿Será posible que, con esta victoria, aflojen un poco los fuegos artificiales que sólo han aportado confusión en el equipo y fastidio en todos los que miramos desde afuera? Las reservas siguen pasando por las decisiones del técnico. La Argentina no necesita ser más que Uruguay, que Paraguay o que Brasil. La Argentina, por ahora, necesita ser mejor que sí misma. Y con tantos vaivenes, pocas veces sabe qué Argentina es. Sin ir más lejos, volviendo a jugar los veinte minutos finales con un triple cinco difícilmente estemos construyendo el equipo posible. Una vez más, a la hora de las definiciones, Basile demostró que tenía más urgencia en terminar rachas sin victorias que en enderezar un camino (la entrada del Cata Díaz por Messi en el final entró en el territorio de lo vergonzoso). Una vez más, se eligió la subsistencia antes que la trascendencia. Teniendo los nombres de que dispone nuestro fútbol, esa ecuación me parece innecesaria.

Porque, como dice Basile, cuando el partido empieza, los jugadores se mueven y te desacomodan el dibujo. Pero él es quien decide quiénes son los once que salen a la cancha. Con eso y con los cambios se suelen dar mensajes inequívocos. Para que lo poco bueno de ayer sirva, Basile necesita parecerse a sí mismo. O al que fue, en tanto ese Basile siga existiendo dentro de Basile. Ah, y terminamos jugando tan mal como cuando no ganábamos.