Si el 3 de abril de 1968, Stanley Kubrik ingresó a la estrecha galería de los artistas de culto por su épica galáctica 2001: Odisea del espacio, otro tanto podría tal vez suceder con Piotr Gajewski, si los planetas se alinearan.
Es que el maestro polaco, de quien hoy habla todo el planeta, el fundador de la Filarmónica Nacional de Estados Unidos, tuvo entre manos el estreno mundial en Washington de una obra inédita, impensada, universal: Ciclos cósmicos: una sinfonía del espacio (“Cosmic Cycles: a space Symphony”).
Tamaña gesta la del nativo de Varsovia que aprendió a tocar el piano a los cuatro años, emigró a los Estados Unidos a los 10 y creyó ilusoriamente que su futuro estaría en las arenas políticas del Partido Demócrata. Niño prodigio, el actual mérito de Piotr Gajewski es un logro compartido con el compositor Henry Dehlinger, el Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA y la mismísima Filarmónica Nacional.
El realismo del cosmos
Entre todos, presentaron el 11 de mayo una puesta hiperrealista del ensamble entre arte y ciencia que caracterizará el siglo XXI. Con una fusión de música e imágenes, realizaron una sinfonía de siete suites multimedia sobre el Sol, la Tierra, la Luna, los Planetas y el Cosmos.
El resultado es un maravilloso viaje espacial sinfónico por el cosmos. Una de las travesías, por ejemplo, titulada La Tierra como Arte, es un plano secuencia que sobrevuela con música espacios tan próximos, tan nuestros como los arrecifes de coral mexicanos, el fitoplancton del Mar Báltico, los cayos de Florida, el cabo Cod de Massachusetts (en donde Robert De Niro rodó Cabo de miedo), el delta arañoso del Río Mississippi y el mayor criadero de salmón del Pacífico, en la confluencia de los ríos Yukon y Kuskokwim, en Alaska.
Y las imágenes satelitales de la superficie terrestre se funden con las venas color índigo del río Lena, en Rusia, y luego con una foto de altura de las Montañas Apalache. Los extremos siempre se tocan y resulta que no hay diferencia entre la orografía de Pennsylvania y un primerísimo primer plano del vestido de la dama besada en El beso, de Gustav Klimt. Así de fascinante es nuestro planeta.
En esa esfera sin fin del planeta más bello que pueda existir y que estamos a punto de perder, la Tierra, los cordones helados de British Columbia se enmarañan con las piedras rojas de las Rocallosas, y de la cuadrícula perfecta de California se llega de un salto a las salinas de Botswana.
Los campos floridos de los Países Bajos y el hielo en púas del recóndito Mar de Okhotsk, entre la península rusa de Kamchatka y la isla japonesa de Hokkaido, resignifican la grandeza del todo y la miopía de la condición humana.
La NASA apuesta todas sus fichas al realismo
Ciclos cósmicos: una sinfonía del espacio es una “obra de arte total”, definió el compositor estadounidense Henry Dehlinger, minutos antes del inicio del concierto.
"No es solo música, no son sólo imágenes, tampoco es una partitura para una película", intentó explicar y dejó en claro que no le alcanzaban los signos lingüísticos para poner en palabras una totalidad que es muy difícil de definir.
“Es más una experiencia inmersiva que encapsula tanto las imágenes como el sonido", precisó.
Tamaño esfuerzo trae a la memoria la suite astrológica Los planetas, del compositor inglés Gustav Holst, que durante los estallidos de la Primera Guerra Mundial, entre 1914 y 1918, quiso literalmente huir del mundo con su música a cuestas y refugiarse en nuestra porción más familiar del universo, el sistema solar.
Así, abriendo su homenaje a los misterios del cielo con los acordes apocalípticos de Marte, el portador de la guerra, inició la saga sinfónica que eclipsó todo el resto de sus producciones y que, sin la menor duda, inspiró a Henry Dehlinger, para ponerle sus propios pentagramas a su versión del sistema solar.
Realismo versus IA
Y bueno, sí, esto es otra cosa, porque a diferencia del esforzado Holst que solo contaba con imaginación en estado puro, Dehlinger la tuvo más fácil gracias a las caminatas en la Luna, el all inclusive científico de la Estación Espacial Internacional, los telescopios, robots y satélites fisgones de la NASA, todos recursos de ciencia ficción con los que hace un siglo sólo hubiera soñado Julio Verne.
"Casi tuve que pellizcarme y recordarme a mí mismo que esto no es una ficción, esto es real. No es ciencia ficción, es la ciencia real”, dijo para darse corte.
VIDEO: así nace una estrella, según la NASA
Piotr Gajewski, director musical y director de orquesta de la Filarmónica Nacional, explicó que la idea del proyecto surgió después de un trabajo previo con la NASA para seleccionar y editar imágenes que acompañaran una doble presentación de La Mer ("El mar") de Claude Debussy y Los planetas.
Toda la sinfonía, que consta de siete partes, es un ensamble perfecto. Comienza con visiones casi apocalípticas del Sol, arremolinado y “girando” entre sus propias llamas, gorgoteante y lanzando lenguas de fuego hacia los planetas.
Al batik azul de Júpiter le cupo un "tema regio" -según Dehlinger- presentado por cuernos que aúllan, pero de Júpiter son los toques de campanillas.
Los minutos dedicados a las corrientes oceánicas, en cambio, "parecen pinturas de Van Gogh en movimiento. Los colores son hermosos, ves patrones que nunca antes habías notado", resaltó Wade Sisler productor ejecutivo del Centro de Vuelo Espacial Goddard, primero entre los más orgullosos con el resultado.
“Partimos de una fascinante colección de datos visuales”, explicó. “Es un viaje como nunca he ayudado a nadie a emprender", agregó.
La sinfonía también analiza en detalle los experimentos recientes en asteroides antes de un gran final de nebulosas, agujeros negros y otros fenómenos galácticos.
Además de dos presentaciones en otras ciudades de Estados Unidos, la NASA publicó estos videos en su página de YouTube con una versión sintetizada de la banda sonora de Dehlinger.
Los responsables quisieron ser salomónicos para que ni las imágenes ni la partitura musical prevalecieran una sobre la otra. “Ambas son un misterio”, dijo Piotr Gajewski.
Por eso, en muchos segmentos, no hay una sincronización exacta, sino sólo la fluidez de un viaje. “Realmente queríamos que la gente pudiera experimentar la música, a los propios artistas y también a la ciencia en una creación equilibrada”, agregó Sisler.
Saber que las imágenes y las misiones eran reales, dijo Sisler, provoca una respuesta más fuerte de la audiencia en la era digital, cuando "puedes generar cualquier cosa a través de la IA (inteligencia Artificial), evocar cualquier cosa a través de efectos digitales".
