OPINIÓN

El pulso del electorado cordobés: termómetro silencioso y sentido práctico antes que épica

Mientras la política nacional grita, Córdoba escucha. En ese silencio prudente puede estar la clave de una elección decisiva. No gana quien prometa el cielo, sino quien garantice que el país no vuelva a caer al abismo.

Schiaretti y Javier Milei Foto: Cedoc

La historia política argentina ha sido, desde sus orígenes, una sucesión de duelos irreconciliables: realistas y criollos, unitarios y federales, conservadores y radicales, peronistas y antiperonistas, menemistas y antimenemistas, kirchneristas y antikirchneristas. Una línea de fractura que atraviesa generaciones y gobiernos, que separa más que articula. Parece definirnos, incluso más que nuestras propias coincidencias.

En ese contexto surge Córdoba, una provincia que históricamente ha jugado el papel de árbitro o contrapeso en el mapa nacional. Tierra de rebeldías y pragmatismos, provincia que nunca fue del todo oficialista ni del todo opositora, Córdoba suele leer el clima político antes que el resto del país, pero responde de manera distinta, con independencia, con una mezcla de cálculo y sentimiento.

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Claramente para poder entender lo que va a votar Córdoba no basta con mirar personajes, sino hay que rastrear tendencias históricas, peculiaridades culturales y el humor actual. Las encuestas muestran que están abiertas dos fuerzas con posibilidades reales, una que encarna el impulso radical de cambio, otra que aspira a canalizar el descontento desde una vía intermedia más pragmática 

Qué quieren los cordobeses el próximo 26

Me animo a decir que primero, los cordobeses quieren poco romanticismo y menos épica. Aquellos discursos que encendían ánimos hoy corren el riesgo de quemarse. El votante parece más dispuesto a contemplar una propuesta que lo tranquilice a otra que lo entusiasme demasiado, porque realmente “creer demasiado fue doloroso muchas veces”.

Segundo, se necesita sentido práctico. En una provincia con una fuerte identidad productiva e interior, las políticas locales pesarán tanto como los grandes discursos. Si alguien logra ofrecer logística, obra pública, respuestas concretas, aunque no revoluciones, tendrá ventaja.

Luego, se busca moderación como refugio. No como tibieza, sino como propuesta sensata para recomponer el país del caos de los gritos. Para muchos cordobeses, no se trata de elegir una bandera, sino de decidir a quién toleran un poquito más, entre tantos pocos tolerables.

Como cuarto punto, el efecto de los indecisos. En Córdoba los indecisos, o los que dicen “no quiero ese candidato”, pueden decidir la elección. Algunas encuestas indican que fuerzas intermedias tienen aún techo potencial de crecimiento, precisamente por ese tramo vacilante.

Por último, por lo menos en mi análisis, la memoria electoral como punto diferenciador. Históricamente Córdoba ha mostrado fuertes rasgos de inconformismo hacia el poder nacional que se impone desde Buenos Aires.

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En elecciones presidenciales, la provincia ha sido un bastión de voto reaccionario al kirchnerismo o al peronismo centralista. Pero también ha votado candidatos de centro o fuerzas locales cuando la propuesta es creíble. Esa ambivalencia es, justamente, su mayor fortaleza.

Entonces, ¿qué elegirán los cordobeses? Por cuestión obvia, no tengo una respuesta a esta pregunta, el 26 lo sabremos. Sí creo que el cordobés no elegirá el discurso más ruidoso, salvo que ese discurso convenza con gestos.

Tampoco elegirán al candidato más puro, si no puede mostrar signos de gobernabilidad. Más bien elegirán el equilibrio, alguien que no les prometa el cielo, pero que les dé seguridad de que no los dejará caer al precipicio. Quien pueda representar esa moderación estratégica, ni dócil, ni beligerante, captará ese voto que ya no se quiere involucrar en guerras políticas.

Ese voto silencioso puede definir la elección, no por entusiasmo, sino por prudencia.

Y, tal vez, el futuro argentino no dependa de un nuevo extremo, sino del cansancio que deja haberlos probado todos.