En el mundo se evidencia un fuerte proceso de integración de tecnologías móviles en las escuelas. Esto se apoya en una certeza: hay más de 6 billones de suscripciones móviles; por cada persona que accede a internet desde una computadora, dos lo hacen desde un dispositivo móvil; y más del 90% de la población está cubierta por una red móvil.
La cultura digital impacta en la subjetividad de los estudiantes del siglo XXI produciendo nuevas demandas a la escuela. Estos estudiantes, que crecieron en muchos casos con las tecnologías, constituyen nuevos sujetos de aprendizaje más habituados a acceder a la información a partir de fuentes digitales; a dar prioridad a las imágenes en movimiento y a la música sobre el texto; a sentirse cómodos realizando simultáneamente múltiples tareas; y a obtener conocimientos procesando información discontinua y no lineal. Estos niños viven conectados.
Sabemos que estas tecnologías no están al alcance de todos. Mientras muchos logran apropiarse, otros no lo hacen o lo hacen limitadamente. Me refiero a la existencia de brechas en el acceso y en la calidad de los dispositivos. De la misma manera que no es lo mismo tener un libro que saber leer, la brecha digital no se expresa solamente en el acceso sino sobre todo en el capital cultural y las habilidades necesarias para saber usar la tecnología y transformarla para acceder a conocimientos relevantes.
La escuela se ve así interpelada por las nuevas dinámicas que se producen con la entrada de estas tecnologías disruptivas, ubicuas y versátiles portadas a través de smarthphones, netbooks o tablets. Esta “brecha de expectativas” tiene sustento en formatos escolares desconectados de lo contemporáneo y con una baja relevancia curricular. A partir de este panorama, debemos focalizar en políticas TIC que atiendan las necesidades de grupos específicos, cuya situación social, cultural y educativa condiciona trayectorias de vida atravesadas por la pobreza y la exclusión social.
La brecha digital conlleva atender la calidad de los equipos y las conexiones pero, sobre todo, supone incrementar el capital cultural y las habilidades para usar la tecnología de una manera innovadora y creativa. Estos cambios implican reconfigurar el diseño pedagógico de la escolarización para transformar los viejos paradigmas en nuevas propuestas educativas en sintonía con las demandas del siglo XXI.
*Coordinadora TIC y Educación IIPE Unesco Buenos Aires.