“La adicción es una enfermedad del cerebro”, afirma Nora Volkow, directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de EE.UU. (NIDA, por sus siglas en inglés) y una de las mayores expertas en drogadicción del mundo. “Es común que el cerebro de un drogadicto muestre evidencias de un déficit en el sistema de la dopamina, alteraciones en la actividad metabólica en zonas discretas del cerebro y anormalidades en la conectividad entre diferentes regiones del cerebro”, sostiene esta psiquiatra nacida en México y bisnieta de León Trotsky.
“Todas estas perturbaciones afectan la conducta y contribuyen al fenómeno de búsqueda y uso compulsivo de una droga a pesar de las consecuencias catastróficas de dichas conductas”, le dice Volkow a PERFIL antes de arribar a Buenos Aires el próximo martes para participar como oradora principal de la V Jornada Internacional de Neurociencias, organizada por Adineu.
—¿Por qué sólo algunas personas que consumen drogas se vuelven adictas?
—El riesgo de que una persona comience a abusar de una droga y se vuelva adicta es el resultado de una combinación de muchos riesgos separados que operan en diferentes niveles. La genética es, por supuesto, uno de los factores que modulan ese riesgo; y se estima que aporta entre el 40 y el 60% del riesgo total. Otros factores que contribuyen a la variabilidad individual del riesgo a la adicción son los factores ambientales (como la asequibilidad de droga y la conducta del grupo de pares), la edad (en general los adolescentes presentan un riesgo mayor), y la presencia de comorbilidades psiquiátricas.
—Muchos adictos vuelven a recaer tras un tratamiento. ¿Qué puede aportar la ciencia en este sentido?
—Uno de los objetivos de la ciencia para mejorar las chances de una abstinencia prolongada es la investigación a fondo de los procesos neuronales responsables por la recaída. Gracias a tales estudios, hoy sabemos, por ejemplo, que la adicción a la cocaína se caracteriza por déficits en el control inhibitorio y un incremento de reactividad a los estímulos condicionados asociados a la cocaína. Es sumamente probable que estos dos factores también contribuyan a la propensidad de una recaída, por lo que es razonable proponer que intervenciones orientadas a reducir la impulsividad o la reactividad podrían proteger a un adicto contra la recaída.
—¿Qué pasa con la marihuana? Se cree que no es adictiva y que no implica riesgos.
—No nos debería sorprender que algunos jóvenes tiendan a minimizar los riesgos de la marihuana; después de todo, los mensajes que reciben de los adultos son cada vez más confusos y, frecuentemente, erróneos. Pero la ciencia es muy clara respecto de los peligros que presenta el uso de la marihuana, especialmente para la gente joven, cuyos cerebros todavía se están desarrollando, lo que los pone a un riesgo mayor de sufrir secuelas cognitivas importantes y persistentes.
—¿Qué opina de la decisión de Uruguay de legalizar el consumo de marihuana?
—No puedo comentar sobre las decisiones políticas que se den en otro país. Lo que sí puedo decir es que la ola de aprobación del uso de la marihuana, tanto médico como recreacional, es una tendencia preocupante. Este fenómeno no es nuevo, ya que la presión política por la legalización de la marihuana en EE.UU. viene ganando terreno hace ya varias décadas. No podemos negar la realidad de tal presión popular, pero es nuestro deber como científicos alertar a la población sobre las posibles consecuencias de legalizar otra droga que, como el tabaco y el alcohol, se volverá sin duda mucho más asequible gatillando consecuencias en la salud pública a largo plazo que serán muy difíciles de prever y luego de revertir.