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A la luz de la veda

La figura del Caballo de Troya incluye también la posibilidad del fracaso, pero suspende el juicio moral.

16-4-2023-Logo Perfil
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Mientras hoy se juega saber si el fascismo se hace cargo finalmente del Poder Ejecutivo, para completar el ciclo inaugurado en el 76, con resurgimientos durante el menemismo y en el periodo 2015-2019 que, de algún modo, parecen no haber terminado o, al contrario, saber si el fascismo permanece, en líneas generales, fuera del Ejecutivo, es decir en los medios, en buena parte de la clase política, en el empresariado, las fuerzas de seguridad, los jueces y fiscales (que, por supuesto, ocupan lugares en el estado) y, desde ya, en inmensos sectores de la sociedad civil, mientras nos esteramos de hasta dónde somos y seremos hablados por el fascismo, cambio de tema para no romper eso que le conoce con el nombre de “veda”. Pues, me dedico a ordenar libros viejos. Coloco en un estante Teoría del mundo de la vida, de Hans Blumenberg, y me vienen ganas de volver a algunos de sus otros textos, en especial Naufragio con espectador, del que recuerdo una frase perfecta: “Lo difícil que se ha vuelto seguir siendo espectador”. La del naufragio es una de las más potentes metáforas literarias y políticas, y la posibilidad de asistir –como espectadores– a nuestro propio naufragio no deja de tener consecuencias impredecibles. Herder viaja a Francia para presenciar la Revolución, y a la vuelta, en enero de 1790, la nave se va a pique cerca de Amberes. Blumenberg extrae la siguiente conclusión: “Podemos asistir a la Revolución Francesa como mirando desde lo alto de una orilla firme un naufragio en extranjero mar abierto, a menos que nuestro genio maligno, incluso sin quererlo, nos precipite al mar”. Asistir a nuestra propia ruina, o mejor dicho, devolverle a la literatura su condición de ruina, es un acto radical, extremo.

Sin embargo, la idea de naufragio siempre lleva una carga moral. Quizás allí radique su insuficiencia. Al contrario, la figura del Caballo de Troya incluye también la posibilidad del fracaso, pero suspende el juicio moral: nosotros vemos, pero no somos vistos. Es el triunfo absoluto del espectador, pero ahora devenido actor. Quien mejor pensó estos temas es Héctor Libertella, que no es más que pensar en las condiciones de (im)posibilidad para la literatura de ser de vanguardia, hoy. En Nueva escritura en Latinoamérica escribe: “Se sugiere la posibilidad de un doble movimiento interior a la vanguardia, o la posibilidad de dos vanguardias coexistentes: una que, apoyada en cierto aparato teórico, alimenta la fantasía de una ‘evolución’ crítica (la vanguardia de pasos sucesivos), y su sombra en otra escena, que simula operar en el cuerpo social como escondida en un Caballo de Troya, que mientras espera el momento ilusorio de estallar se va comprendiendo en su disfraz, reinstaura el mito griego de la astucia, hace su negocio incluyéndose en un campo convencional, invierte a largo plazo indiferente al mecanismo de las pérdidas o de las ganancias, y que, ajena a la conquista de rápidos efectos en el mercado, sólo ‘funciona’ –pica, graba, talla– compulsivamente en las cuevas”. Doble Caballo de Troya: uno, el que ingresa subrepticiamente para volverse indiferente (“indiferente al ruido de la época”, como escribe J.A. Ramos Sucre), pero también el otro, mucho más crítico que, como una doublure, opera sobre la vanguardia para sospechar de su mito y darle un nuevo sentido, una segunda oportunidad.