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Alberto rígido

alberto fernandez 04042020
El presidente Alberto Fernández. | Télam

El mundo diseñado por Alberto Fernández durante la cuarentena podría ser descripto como de intención de influencia total. La consideración que en general se le otorga al concepto de poder, y al poder entendido como un medio para influir sobre otros, en especial en el sistema político, es la de impulsar acciones que producen efectos con cierta intención buscada sobre otros. Bajo esta ilusión, el sistema político supone que domina la totalidad de las causas y las unifica con todos los efectos posibles, y como la política suele pensarse, con la idea de Estado, por sobre el resto de la sociedad, quien no ejerza con eficacia ese aglutinamiento, sería un mal político, ya que teniendo la chance del supuesto control total, no lo estaría haciendo o estaría sucumbiendo a influencias malignas externas. Los políticos europeos podrían haber controlado la pandemia, pero habrían caído por debilidad propia bajo las garras del capitalismo. Alberto, por el contrario y personalmente, se habría convertido en presidente por haber tomado a la totalidad, supuestamente, bajo su control.

Las ideas de causa y efecto están muy emparentadas con el surgimiento del actual gobierno nacional y se han impuesto como problema. Alberto no sería una propia causa, es decir quien produce su propio destino, el hombre que se genera a sí mismo en aventuras propias, sino el producto de la intención de otra persona. Cristina Kirchner habría ideado su existencia en este tiempo particular, de modo que los debates previos a la pandemia se estructuraban sobre las dudas de quién podía generar acciones reales de influencia. Mientras a Macri se lo podía describir como víctima de influencias externas (económicas), a Alberto Fernández se lo pensaba ocupando su tiempo en litigar frente a un poder supuestamente paralelo e interno. El crecimiento de su centralidad en este tiempo de ahora, en este ya mismo, no puede comprenderse en su necesidad sin esta limitación de origen. La decisión de cuarentena es un acto fundamentalmente de construcción de poder, que puede tener o no impacto sanitario, pero que se comprende en su demanda de intensidad sobre las bases de sus condiciones de nacimiento.

Hizo del decreto su fuente de poder y produjo la ilusión de control total, hasta que se abrieron los bancos

Estas descripciones y análisis de la política suelen sobre cargarse sobre las personas, es decir que en la ilusión de la lectura que de los escenarios se realiza, la enorme complejidad simultánea del mundo moderno se reduce a la acción de una mínima cantidad de casos. Esto deja sin explicar procesos sencillos de plantear, pero de difícil respuesta. Por ejemplo, ¿cómo es posible generalizar el respeto a una decisión de gobierno? Es decir, hacerla masiva y que prácticamente todos la asuman como válida y la incorporen a sus procesos de decisión de acción. La respuesta básica es la amenaza y sobre ella el sistema político constituye la casi totalidad de su estructura secuencial de operaciones.

Como diría Luhmann, “el poder debe ser permanentemente traído a formas, el poder debe hacerse visible”. El modo en que es justamente llevado a formas es a través de reglamentaciones, leyes que establecen obligaciones y limitaciones, y en las cuales su no cumplimiento se presenta siempre como una amenaza. Es decir que el poder construye formas que ofrecen ambas alternativas, el respeto (ej.: pago de impuestos) o su no respeto. La complejidad burocrática se articula, para no colocar justamente toda la intensidad de esa amenaza en una sola persona (el presidente), en una enorme cantidad de instancias para permitir más y más alternativas, para que en caso de que alguien decida no respetar una orden, tenga posibilidades secuenciales de hacerlo en otras etapas. En definitiva, el poder se basa en el largo plazo, en lograr que la mayoría, en diversas instancias, decida evitar el castigo. Eso coloca una enorme importancia en quien no decide la regulación ni la forma de castigo, los ciudadanos. Expandido a millones de personas se puede caer en la cuenta de lo complejo en que se basa el orden social.

El sistema político construye constantemente reglamentaciones que imponen amenazas, algunas más fuertes y otras más flexibles. La multiplicidad de estas formas es extensa porque requiere también de la adaptación a la diversidad social, de modo que las formas que adquiere el poder deben no ser tan rígidas y evitar exigir lo mismo a todos al mismo tiempo. Algo así podría estar condenado al fracaso en el largo plazo o simplemente prometerse vida por poco tiempo ya que la complejidad social lo haría estallar. La cuarentena es un caso de medida extrema de amenaza, que más que basarse en la adaptación a la diversidad, exige a la diversidad que se adapte a ella.

Como amenaza para el gobierno nacional, el decreto presidencial que impone la cuarentena es al mismo tiempo una enorme condensación de poder, es decir, la creación de una forma voluminosa y total. El decreto es básicamente una limitación, una enorme amenaza que se transmite por TV (por ejemplo contando las detenciones), pero que solo puede generar, al mismo tiempo, una enorme presión para su no respeto. El problema es que Alberto Fernández transformó una medida de amenaza limitada en el tiempo, en la fundamentación de existencia de su gobierno a largo plazo, y eso confunde operativamente todas las acciones del sistema político. Hizo del decreto su fuente de poder de influencia sobre la realidad y produjo la ilusión de control total basado en una descripción solo viva en la comunicación suya y de sus seguidores que pudo parecer real hasta que se abrieron los bancos y la complejidad social se hizo presente. 

 

*Sociólogo.