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El riesgo del riesgo

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Del Potro. Otro con una “selfie en cuarentena”. | cedoc

Uno de los furores de estos días de pandemia son las fotos. Todos han abarrotado de imágenes propias las redes sociales o sus historias de whatsapp mostrando el modo en que diligentemente cumplían con las recomendaciones de quedarse a resguardo del mismo mundo exterior que hasta unos días antes se transitaba con total naturalidad. Que muchos repitan ese patrón expone algo fundamental en el análisis de estos tiempos extraños, y es que la sociedad continúa su camino con total capacidad de reproducir comportamientos generalizables bajo la simulación de una actitud de compromiso individual. Así, se conforma una red urgente de nueva valoración para la que se premia a quien reproduce el comportamiento asumido como correcto, como si fuera producto de una consideración individual, y castiga ferozmente, hasta con persecución pública, a quién no lo respeta. La sociedad gusta de mostrar sus garras de ese modo.

En casi todo lo que ocurre hoy, las ideas de riesgo y decisión, inundan el vocabulario cotidiano, y en todas ellas está la ilusión de la acción individual como producto de un proceso racional, igual que aquella de decidir quedarse en casa. Las decisiones de los gobiernos, como un ejemplo más de ellas, serían basadas en datos y en el supuesto de que asumir decisiones de disminución de riesgos se hacen sumamente imperiosas, al punto en este caso, de la disyuntiva entre la vida y la muerte. Sin embargo, es difícil describir a esto como un proceso de decisión racional cuando la cadena de regulaciones sobre fronteras se producen casi en efecto dominó. El mundo de hoy no admite como racional o correcto a quien no cierre sus aeropuertos o declare cuarentena, por lo que se lanza, prácticamente, una competencia global para premiar a quién mejor resuelva el aislamiento social en menos tiempo. Argentina no refiere su decisión a datos propios, sino a que estaríamos condenados a seguir los casos de Italia o España, es decir a una conjetura en relación al futuro que obviamente es desconocido. Cada caso nuevo que es expuesto en los medios masivos de comunicación es señalado por los propios partidarios de Alberto Fernández como la afirmación de que sus decisiones son correctas y exponiendo, justamente, que para el sistema político, se trata como siempre, del modo en que logra que la opinión pública valore sus decisiones. El virus se va llenando cada vez más de sociedad a una velocidad mayor que la que el virus logra penetrarla.

La presión para obligar a la toma de decisiones, que es a lo que se dedica el sistema político, produce consecuencias sobre las que no se ocupa en primera instancia (en segunda tampoco). Mientras los datos de aumento de casos de contagio inundan los medios de comunicación, las consecuencias de la regulación de las restricciones de circulación quedan prácticamente alejadas de la consideración pública y sin la misma energía numérica. Mientras los mapas del mundo, y las energías de sus recursos humanos se orientan a exponer el virus y sus crecimientos, ninguno de los que posa para las fotos cumpliendo el mandato social del encierro, despierta las alarmas por el impacto de lo que Cass Sunstein llama “riesgos subordinados”. Un pasajero avisó en medio del Buquebus que su análisis había dado positivo; a las horas en el puerto de Buenos Aires había ocho ambulancias de SAME. No tenemos forma de saber a quién o qué caso dejaron de atender por estar allí o a qué potencial riesgo se expusieron por enviar tantos recursos a un mismo lugar.

La profundización sobre la problemática hace presente algo muy relevante en las teorías sociológicas modernas. El universo social es un cuerpo que genera en simultáneo incalculables operaciones sobre las que la ilusión del control es solo eso, una esperanza. Mientras el sistema político toma decisiones, desconoce el impacto que tendrá en el sistema económico su misma regulación y por lo tanto la generación de un nuevo riesgo. Es una paradoja, pero esta acción precautoria genera problemas por ahora incalculables. Más pobreza, desocupación, hambre o incluso nuevos problemas de salud producto de nuevas condiciones sociales por un total detenimiento de la economía. No existe casi ninguna chance de que esos riesgos y consecuencias tengan el mismo tratamiento de alarma que tiene hoy el coronavirus. Quien decide la orientación de los temas, las preocupaciones y lo habilitado para ser tratado y qué no, es la misma sociedad.

El coronavirus es probablemente una amenaza global de extremo riesgo. También lo son la obesidad, la enfermedad coronaria, el dengue, la expansión del narcotráfico, el calentamiento global, el estado de las rutas y las guerras. El modo en que rotamos la atención y la energía a cada asunto es una cuestión sociológica, que simula ser sostenido en procesos de decisión basado en evidencia, pero que en realidad siguen solo tendencias de lo aceptable y lo no aceptable. En estos días, no hay nada más conservador y corriente, que una selfie en casa, porque de eso se trata la vida en estos días. No se acepta otra cosa.

A mi familia y a mí la expansión de la crisis nos agarró en el exterior. Se iban cerrando las fronteras y las opciones de regreso. Mientras los sistemas políticos copiaban sus regulaciones, miles de extranjeros en todo el mundo íbamos quedando en un limbo de movimiento en el que no éramos aceptados en casi ningún lugar. Latam nos trajo por donde los dejaron, por donde todavía no les habían cerrado las puertas. Estando lejos, un call center se transforma en un familiar, un operador en un amigo que busca opciones y las encuentra, y la tripulación un equipo de rescate. El no abandono de una empresa, en esas condiciones, no tiene precio posible, incluso con un Estado presente, impidiendo que pueda operar.

 

*Sociólogo.