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El presidente Alberto Fernández junto a la titular del PAMI, Luana Volnovich. | NA

Con la existencia de una especie de huida del caos político cotidiano, es decir del conflicto entre Gobierno y oposición, de la obsesión por la economía con el dólar o la inflación, y de la batalla electoral que ya se comienza a olvidar, se expone con crudeza la complejidad de problemas simultáneos vinculados a las fuerzas de seguridad y los debates sobre su rol, así como el modo en que funciona y opera la Justicia. Mientras Alberto Fernández y su equipo de gobierno van convirtiendo el país en una suerte de letargo administrativo en donde él y lo suyos buscan trabajar en la administración de los problemas diarios, las noticias más explosivas las regalan Berni, Manzur, los narcos de Santa Fe o la discusión sobre si hay o no presos políticos. Hay algo allí, con reglas de juego simultáneas y alternativas, que no puede detenerse.

La política parece poder suspender sus propios asuntos conflictivos con acuerdos entre partes, y el funcionamiento del Congreso parece seguir, por ahora, un patrón de cierto acompañamiento y paz. Sin embargo, los asuntos relacionados con seguridad y Justicia se deslizan sin freno, con otras urgencias y dependiendo de otras reglas, que no excluyen al Estado, pero que poseen un ritmo de vida propio que no necesariamente controla totalmente el gobierno central. Alberto tiene menos problemas con el dólar y el FMI que con la puja del control de las fuerzas de seguridad en la provincia de Buenos Aires.

Las incursiones de Berni llaman la atención, tanto por lo abierto y voluptuoso de sus declaraciones, como por la insistencia. Su brutal prosa mediática conforma expresiones en formato de oposición abierta con el gobierno nacional y, por lo tanto, abre la recurrente pregunta de por qué haría semejante cosa; una pregunta que en general se coloca más del lado de la sospecha individual, es decir desde las intenciones ocultas. Así se lo puede imaginar como un enviado de avanzada de Cristina Kirchner para futuras contiendas próximas y cercanas, o simplemente como alguien descontrolado. Algo menos parece pensarse a Berni como la expresión de un sistema que lucha por su propia y definitiva independencia, algo que debería ya incluirse.

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Seguridad. El gobierno ya viejo de Macri puso enorme hincapié en colocar en el centro de su gestión la temática de seguridad y las fuerzas de seguridad. Macri defendía abiertamente a los policías en casos de supuestos enfrentamientos con delincuentes, llevaba las fuerzas de seguridad a evitar movilizaciones, instauró una suerte de servicio militar e hizo grandes actos de incautación de drogas. En todas estas acciones, aunque sean comunicacionales, se colocaba al Estado en el centro de la escena, como supuesto dominador de la política de seguridad y promotor de acciones con el centro en el mismo Presidente. Unos meses después, Sabina Frederic parece estar sola mientras el Presidente trata de resolver los aumentos a los jubilados o acordar con el FMI.

Literatura novedosa sobre mercados ilegales y sus relaciones con las fuerzas de seguridad y el Estado, sobre todo lo investigado por Matías Dewey, muestra que en paralelo a la vida cotidiana y formal existen órdenes recurrentes de extracción de recursos cuyos protagonistas son el mismo Estado y sus fuerzas del orden. Más que un Estado ausente, en los espacios donde la delincuencia se despliega existe un Estado particularmente presente suspendiendo la aplicación de la ley y aprovechándose de esa misma acción para obtener beneficios. Si bien el Estado es aquel que regula ese “orden clandestino”, su operativa se realiza con la construcción de reglas propias, desde cobro de impuestos hasta formatos de préstamos y reglamentación laboral; es decir una suerte de Estado paralelo. El Estado descubre que puede adquirir funciones diferenciadas, que puede expandirse y adaptarse. Parece que la subdivisión puede seguir, y sobre eso aparenta tratarse lo que entretiene en los medios en estos días.

En un gobierno que es producto de una coalición de partes, en el que el reparto de cargos se hizo por compromisos, todo parece expresar al mismo tiempo áreas y temas en los que unos dominan y otros se alejan. Las discusiones sobre seguridad han girado públicamente sobre un plano de diferenciación y no tanto de un centro de control. Berni pide quitar a las fuerzas nacionales, Manzur le dice que van a hacer lo que quieren y Rosario explota como un centro de batalla aislado expandiendo los episodios de muerte. Es tal vez, y más que nunca, la primera corporización real de independencia de la seguridad del control central.

A quien se le haya ocurrido poner a Patricia Bullrich como presidenta del PRO habrá que darle un reconocimiento. Si Alberto será quien ordene la economía, nadie mejor que la referente de seguridad anterior para desplegar su ataque en lo que, por ahora, parece ser una gestión desarticulada que construye, y consolida, un mundo paralelo.

 

*Sociólogo.