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Algo nació (Segunda parte)

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Casa Rosada. | shutterstock

Continúa de ayer: “Algo murió”

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Lo que murió es concreto, lo que nació es una posibilidad. Es la vocación de poder del peronismo diferenciándose de Cambiemos en la primavera de 2018, cuando hubo un frenético fin de semana en Olivos donde parecía que el gobierno de Macri se reestructuraría con mayor protagonismo del radicalismo para pelear al año siguiente las elecciones presidenciales con otro ímpetu, y finalmente nada cambió, incluyendo la previsible derrota electoral al año siguiente. Hace menos de un mes, a comienzos de julio, el fin de semana de la renuncia de Guzmán y el encumbramiento de Batakis, también hubo un intento de cambio en el Gobierno pero triunfó el statu quo. Esta vez, como en la fábula del pastor y el lobo, siempre anunciado pero nunca consumado, la aparición finalmente se produjo sacando a relucir el instinto del peronismo, que no se resigna a entregarle a Cambiemos, sin luchar, el gobierno en diciembre de 2023, y en ese trance hasta Cristina Kirchner puede terminar aceptando un giro noventista (a lo Menem) hacia un Sergio Massa promercado y Estados Unidos.

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La necesidad hace a Cristina aceptar un giro noventista (a lo Menem) con un Massa promercado

Como si el peronismo entendiera intuitivamente la diferencia entre autoritas y potestas, conceptos con los que en el Imperio Romano se dividía el poder real que concedían los propios gobernados, fruto del éxito en la gestión, del poder formal que daba el cargo, sin más atributos que lo legal.

Sergio Massa, que hoy tiene en las encuestas el 9% de aprobación y más del 60% de rechazo, o sea alguien no competitivo electoralmente, podría invertir esa ecuación si lograra que la economía derramara mejoras a los votantes. Néstor Kirchner es el mejor ejemplo, en 2002 era alguien con un dígito de aprobación y, gracias a los aciertos en su gestión, pasó a contar con una aceptación aplastante. Sergio Massa, con muy poco que perder –ese 9%–, podría, de tener éxito, llegar a quedarse como socio controlante de una coalición que concentra el 40% de los votos.

El sociólogo Eduardo Fidanza, fundador de la consultora Poliarquía y columnista de PERFIL, cuenta siempre el encuentro con una encuestada del Conurbano durante un estudio de campo que le dijo: “No quiero que los hombres me hablen de amor, quiero uno que me ayude a arreglar el techo de mi casa”. Sea con la ideología de Menem o la de Néstor Kirchner, pero que genere mejoras más que palabras.

Sergio Massa representa la ideología opuesta al kirchnerismo, sintetizada en la diferencia entre estímulos y castigos, palos y zanahorias, como herramientas para conducir al mercado. Como cuando Néstor Kirchner recibió a Carlos Menem en Santa Cruz diciendo que llegaba el mejor presidente de la Argentina en mucho años, en medio del apogeo de la convertibilidad, lo importante es el éxito. O como decía Deng Xiaoping: “No importa si el gato es blanco o negro sino que cace ratones”.

La necesidad hace ver diferentes las cosas. Cristina Kirchner, frente al abismo de la derrota en las elecciones de 2023, puede ver más digerible la ideología promercado de Sergio Massa. Y Alberto Fernández, después de tres semanas de prueba con Silvina Batakis al ver aumentar el dólar paralelo un 50%, teniendo en el aumento de la inflación los costos de una devaluación sin los beneficios comerciales de haberla producido, pasar a resignarse y entregar una cuota de poder a su nuevo ministro. 

El solo anuncio de la llegada de Massa, junto con el aumento de la tasa de interés, hizo retrotraer el dólar paralelo a menos de 300 pesos, tras su escala previa de 220 pesos a comienzos de julio hasta los 350 pesos antes de los anuncios de la llegada de Massa. La corrida cambiaria generó un aumento de la inflación, que pasó del 5% mensual en junio al 8% en julio. En lo que va del año 2022, el peso se apreció un 9% al aumentar el dólar oficial menos que la inflación ese porcentaje. El mercado de dólar futuro descuenta que Massa produciría una devaluación del dólar oficial equivalente al 20%, con lo que recuperaría el valor real del dólar sobre el peso promedio de 2021. Para octubre, el precio del dólar futuro se pactó a 172 pesos y para noviembre, a 184 pesos.

Paralelamente, algunos analistas prevén un desdoblamiento cambiario con un dólar oficial para importaciones que continúa devaluándose al ritmo de la inflación, y otro financiero para operaciones de atesoramiento, turismo, pago de regalías y dividendos, importaciones suntuarias y operaciones financieras.  

Para muchos analistas, la llegada de Sergio Massa al Ministerio de Economía se resume bajo la definición “plan durar” o “plan llegar” a marzo, cuando el cronograma electoral obligue a comenzar a oficializar las candidaturas a las PASO de agosto. Lo que Cristina Kirchner habría aceptado con Massa como significante es una tregua con los mercados comprando un puente hacia el otoño de 2023 y allí ver si dio o no resultado, y cómo seguir. 

La apuesta de Sergio Massa es llegar a marzo próximo con un éxito económico que lo posicione como candidato natural del Frente de Todos. A quienes desconfían de la posibilidad de ese resultado, más aún producido por quien, como Massa, no es un economista preparado con un plan largamente estudiado sino un abogado que ni siquiera ejerció, desde las cercanías del nuevo ministro de Economía responden que se inspiran en el sociólogo Fernando Henrique Cardoso, quien antes de ser presidente de Brasil, como ministro de Economía, lanzó el Plan Real, que acabó con la inflación en Brasil y generó veinte años de crecimiento interrumpido.

Personalmente, yo tengo esa experiencia. Me tocó vivir en Brasil por segunda vez un año y medio a partir de mediados de 1992, cuando la inflación en ese país era del 30% mensual; el presidente electo por el voto popular, Collor de Mello, había sido destituido por corrupción, y había asumido el vicepresidente, Itamar Franco, muy poco respetado. Me tocó ver cómo quien había sido designado canciller pocos días después de la destitución de Collor de Mello, el 5 de octubre de 1992, Fernando Henrique Cardoso, y meses después, el 20 de mayo de 1993, era designado ministro de Economía, lanzaba el Plan Real, que acabó con una inflación que el año anterior había sido mayor al cinco mil por ciento, y tras el éxito de su plan en octubre del año siguiente, como candidato presidencial, le ganaba las elecciones al por entonces principiante Lula da Silva, triunfo que volvió a repetir en 1998 hasta que en 2002, ya sin poder ser reelecto, Lula pudo ser elegido presidente manteniendo ese plan económico.

Massa no es Fernando Henrique Cardoso, tiene problemas de imagen negativa que el sociólogo brasileño, por ser entonces desconocido, no tenía. Jaime Duran Barba sostiene haber estudiado en profundidad la imagen de Massa cuando era competidor de Mauricio Macri y atribuir la desconfianza que genera en cierta parte del electorado a tics de su kinestesia, como mover los ojos hacia los costados sin girar la cabeza, escondiendo el movimiento de la mirada, lo que serían señales de alguien poco transparente.

Massa se inspira en Cardoso, el brasileño que con el éxito de su plan económico logró pasar a ser presidente

Aquel Sergio Massa cuya mente iba más rápido que su cuerpo, que como uno de sus síntomas llegaba tarde a todos lados y al que Macri había bautizado “ventajita”, no es el mismo de hoy, una década después.

Como Perón, Menem o Macri, el apellido Massa tiene solo dos sílabas y es fácil de transformar en eslogan (más cuando las dos vocales coinciden). Así como el proceso de renuncias de Kulfas-Guzmán-Scioli-Batakis dejó sin posibilidades la candidatura a la reelección de Alberto Fernández, la muerte de algo propicia el nacimiento de algo, en este caso la posibilidad de la candidatura de Sergio Massa en 2023 y, con él, el de un peronismo transkirchnerista. Posibilidad viene de poder, de potencia, que tiene toda semilla de convertirse en árbol, pero solo algunas lo logran.