COLUMNISTAS
El piola y el prepotente

Atracción y política

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Diferentes. Menem no era pedante sino chistoso, sobrador y, de ser necesario, irónico. Milei conoce la indiferencia de la opinión pública, ante los matices y las explicaciones de temas difíciles. | cedoc/DUBINI

Carlos Menem, en un acto de la campaña que lo llevó a la presidencia, bajó de un helicóptero en una cancha de fútbol todo vestido de blanco. Así llegaba el dirigente carismático que había vencido en la interna a Antonio Cafiero, el otro candidato justicialista. Quienes se pensaban progresistas lloraban porque, para ellos, Cafiero representaba una versión del peronismo que nunca había existido, pero que deseaban que existiera: la fusión de progresismo, democracia y justicialismo. Hasta entonces, había sido un deseo imposible.

Quienes se pensaban verdaderos peronistas o se habían convertido en las vísperas, recibían al nuevo líder, convencidos de que, con Menem, el peronismo estaba a punto de recuperar todo el atractivo que había seducido a las masas trabajadoras y les llegaba el turno a las capas medias que las dictaduras militares habían curado de su intransigencia frente al pueblo y sus ídolos. Incluso, los gorilas más firmes podían reconocer eso en el nuevo dirigente. Muchos desconfiaban de Menem, pero no querían volver a cometer el error que sus padres y abuelos habían cometido en 1945. 

Menem parecía recuperar todo el atractivo que había seducido a las masas trabajadoras

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Como siempre que hay movilizaciones, estuve en esa cancha donde llegó Menem y salí convencida de que había llegado, por fin, algo nuevo para el peronismo, aunque no terminara de atraer a los sectores más progresistas. Era la nueva estrella. Hoy lo intenta Milei para convertirse en el jefe de quienes admiran a los regímenes inclinados a una ordenada socialdemocracia, que nada tiene que ver con los proyectos de Milei. En aquellos años era difícil ganar elecciones con votantes socialmente peronistas, declarando políticas liberales o, como se dice, de derecha. Menem fue la última esperanza de que el justicialismo podía tocar de nuevo, con variaciones, la vieja melodía: play it again, Sam, como le pide Humphrey Bogart al pianista en Casablanca y la melodía es As time goes bye. Informa a sus oyentes que, mientras pasa el tiempo, la historia de amor y pelea es siempre la misma. En el caso de Milei, la vieja canción ultraliberal en economía suena nueva.

Por supuesto, la famosa canción de Casablanca no está inspirada en la Argentina sino en un amor imposible. También la Argentina, para quienes no comenzaron a despreciarla o aborrecerla, es un amor imposible. Mi padre, nacido a comienzos del siglo XX, repetía una frase: este es un gran país, pese a que el peronismo gobierna. Mientras decía esta frase, paseábamos de noche por el barrio para romper afiches de Evita. Creo que mi padre equivocaba sus palabras y sus actos.

Sin embargo, como el amor imposible de Bogart en Casablanca, la Argentina llegó a ser imposible. La hicieron imposible los golpes militares y los errores de la política, el populismo ciego y el autoritarismo desesperado. As time went bye, es el paso del tiempo que se fuga irreparable, y muchos crecimos para darnos cuenta de que reparar errores es infinitamente más difícil que cometerlos, a pesar de haber peleado y discutido en todos los frentes con la esperanza de que sucediera lo contrario. Aprendimos que, con el paso del tiempo, lo único que puede hacerse con los errores es intentar repararlos, sin que haya ninguna seguridad en restituir lo que se estropeó.

¿Gran país? Nos dimos cuenta de la mediocridad como destino impulsado por clases gobernantes que también se equivocaron pensando que éramos un gran país que podían exprimir sin que perdiera su grandeza.

Pero volvamos a Menem.  Era más inteligente que Milei en un aspecto: no era pedante sino chistoso, sobrador y, cuando era necesario, irónico. Tenía todos los matices de ese discurso. Cuando se enojaba no apelaba solo a ladrar como uno de los cuatro perros de Milei, que el amor paternal ha vuelto famosos. En síntesis, Menem se comportaba como un piola y los piolas no acostumbran atropellar. Sus impactos pueden ser mortales, pero nunca tan anunciados como los de un boxeador sin táctica que desconfía de su capacidad para la defensa y busca matar en el primer round. Avisa a los gritos. No es un piola, sino un prepotente. Y habrían agregado: Así le va a ir a Milei, si no baja un poco el tono.

Milei hace un esfuerzo para que lo entiendan los que tienen el voto que decide

Milei conoce el estado de indiferencia de la opinión pública, frente a los matices y las explicaciones de temas difíciles. Su formación académica indicaría que puede hablar de otra manera. Pero no cree que pueda ser escuchado de otro modo.

Cuando se habla de la crisis de formación educativa en la Argentina debería ponerse en la primera línea de las pruebas el esfuerzo de Milei para que lo entiendan. Podría decirse que es el único camino que sus asesores creen que conduce a captar votos. Milei les habla a los que tienen el voto que decide. Si se equivoca en esta apreciación sociológica, si sus encuestadores y analistas se equivocan, el error de su compañía en estas elecciones queda claro.

Ni un gran actor puede fingir de manera tan uniforme y permanente.