Mi sobrina Vera (16, alumna del Nacional de Buenos Aires) es una adolescente con carácter. El otro día se me ocurrió poner a Bob Dylan y me gritó que sacara esa mierda. La calificación suena un poco herética pero era normal cuando los primeros discos de Dylan llegaron silenciosamente a la Argentina en los 60. Vera se lo pierde, porque a diferencia de mi época, en la que los LP de Dylan circulaban casi en la clandestinidad, hoy se accede sin problemas a los sesenta álbumes oficiales y a los cientos de grabaciones piratas que forman parte indisoluble de su obra.
Dylan fue tan pirateado que hasta lo pirateó su compañía discográfica, que ya va por el décimo volumen de la bootleg series. En el sitio Bobsboots, The Bob Dylan Bootleg Museum, se puede aprender la diferencia entre copia, versión pirata, falsificación y bootleg, que viene a ser la distribución de material no autorizado pero sin equivalente comercial, como son las innumerables grabaciones que documentan los conciertos de Dylan, los ensayos y los temas que quedaron fuera de los discos regulares. La difusión de este material permitió descubrir que los seguidores de Dylan, fanáticos en su mayoría, consumen todo lo que se fabrica: lo viejo y lo nuevo, lo reciclado y lo descartable, lo legítimo y lo ilegal.
En la era de internet, está todo a mano: desde la discografía oficial completa, que se puede bajar gratis en un par de horas, al incesante descubrimiento de cintas que no se conocían. Uno se puede poner los auriculares y vivir en el mundo Dylan para siempre. Ahora, por ejemplo, estoy escuchando los ensayos de la gira que Dylan hizo con los Grateful Dead en 1987. Son setenta y cuatro temas con Jerry Garcia y sus muchachos, un paseo a puro rock ’n roll por temas clásicos y desconocidos, con joyas como Folsom Prison Blues, el canónico tema de Johnny Cash. Pero si uno quiere escuchar a Dylan con Cash, allí están las sesiones de Nashville, en 1969, de las que sólo un tema emergió oficialmente. Yo elegiría vivir encerrado en las Basement Tapes (un bootleg oficial que tiene su propio bootleg cinco veces más grande), la música distendida y misteriosa que Dylan grabó informalmente con The Band en 1967 y que inspiró un libro altamente esotérico de Greil Marcus. A pesar de que Vera dice que suena todo igual, Dylan transitó con distintas voces y estilos por el folk, el rock, el blues, la protesta, el rockabilly, el country, la balada, el gospel y todo lo que se haya cantado en los Estados Unidos. Y siempre tocó sus temas de un modo diferente.
¿Pero cómo convencer a Vera de estas evidencias? Entre todas las páginas dedicadas a Dylan, hay una que se llama How to Listen to Dylan, donde se enseña a apreciar su música si se la escucha en el orden adecuado. El sitio ordena sus discos, empezando por los más accesibles, y termina advirtiendo que no hay que escuchar los que considera malos, especialmente el peor, Self Portrait. Curiosamente, la décima entrega de los bootlegs se llama Another Self Portrait, y sus cuatro CD amplifican el original con más temas similares. Pero no quiero que Vera empiece a escuchar a Dylan como lo hace la gente prudente ni que termine diciendo: “Me gustan algunas cosas”. Prefiero que lo siga odiando y que sus pasiones no se atemperen cuando sea más grande.