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Bolsonaro en Argentina

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Brasil. Ni los ataques a su democracia sirvieron para unificar posiciones entre los políticos locales. | afp

Si todo saliera bien, si la Argentina fuera alguna vez un país previsible, si quienes están en el Gobierno y quienes están en la oposición coincidieran en distintas cuestiones de fondo, disintieran en otras y compartieran las mismas formas correctas para coincidir y disentir, entonces, recién entonces, se recordarán los años de la grieta como una caricatura de la que nadie se sentirá orgulloso.

Que el problema no sea exclusivamente argentino, es un dato, no un consuelo.

El hecho de que no exista un solo tema en el que se llegue a algún mínimo acuerdo, debería alertarnos de que algo no está bien: si la Argentina fue un caso de éxito contra la pandemia o si el Gobierno envenenó y asesinó a miles de personas. Si el país atraviesa el período de mayor crecimiento de la última década o si lo que atraviesa es un tsunami económico. Si Macri es yeta y es la dictadura. Si Cristina está proscripta o es ella peor que la dictadura. Si la Corte Suprema es macrista o si el Gobierno quiere terminar con la Justicia. Si lo de Brasil es un golpe a la democracia o un golpe a una dictadura comunista.  

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En fin: si invitan a la Selección a la Casa Rosada, si es más grave el hackeo que los chats, si el gel íntimo es una cuestión de Estado, si Argentina, 1985 es una película peronista, si el Gobierno tiene presos políticos como denuncia… el oficialismo.

La única verdad no es la realidad, es la forma en que se construye esa realidad. Y en la era de la grieta cada sector fue construyendo su realidad hasta volverla una verdad única que el otro no puede o no quiere ver. 

El por qué las personas logran ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, es un dilema bíblico que, en general, no termina ni con la paja ni con la viga fuera de ningún ojo. 

Los que sí suelen generar efectos reveladores (re-velar, quitar el velo), son los cambios de ciclo históricos motivados por el agotamiento del ciclo anterior, por la necesidad de progreso o por puro instinto de supervivencia. 

Es cierto que la tragicomedia es global y que no es consuelo, pero a veces ver la caricatura de afuera puede servir para reconocer la propia. Bolsonaro es esa caricatura.

Un año después de las cinematográficas imágenes de la toma del Capitolio y la negativa de Trump a cumplir con la ceremonia de entrega de mando, ocurrió lo mismo en Brasil. Un presidente que desdeñó la importancia de entregar el bastón de mando a su sucesor y que incentivó a una militancia alimentada con odio a ocupar las sedes de los tres poderes.

La ausencia de un presidente en la asunción de su sucesor es un símbolo político que derrama hacia la sociedad. Es lo que también hizo en Perú, Ollanta Humala con Pedro Kuczynski; y en Bolivia, Jeanine Áñez con Luis Arce. Y es lo que pasó aquí en 2015, cuando Cristina Kirchner no le entregó el bastón presidencial a Mauricio Macri.

Los hechos violentos en los Estados Unidos, Brasil, Perú y Bolivia, evidencian que hay un correlato entre los gestos que emanan de los líderes y lo que después pasa en las calles.

La sociedad argentina todavía mantiene cierta inmunidad contra la violencia política, después de tanta violencia vivida, pero se juega con fuego al correr el riesgo de transformar una tragicomedia en una simple tragedia.

Que no haya un solo tema en el que se llegue a un acuerdo, debería alertarnos de que algo no está bien

Tiene razón la vicepresidenta cuando dice que el arma que le gatilló en la cabeza estaba cargada de odio. Cuando durante tantos años se demoniza al que está enfrente (como hacen los núcleos más duros del cristinismo y del macrismo o Javier Milei), existen altas chances de que aparezcan quienes consideren que la única forma de terminar con el Mal es destruirlo físicamente.

Desatanizar los debates no garantiza resolver los problemas, pero es el primer paso para intentarlo. Si se entendiera que al que está del otro lado lo guían intereses legítimamente opuestos y no alguna posesión diabólica, entonces existiría la chance de encontrar algún punto de acuerdo. 

O al menos servirá para ver la realidad a partir de hechos y no de prejuicios.

¿Son lo mismo Macri y Bolsonaro?, como acusa el oficialismo. La respuesta de alguien que no esté atravesado por la grieta, debería ser no. Coinciden en una concepción más ortodoxa que tiene al mercado como ordenador natural y también en la construcción de ese relato que demoniza lo que ambos llaman el “populismo”. Pero el argentino no es xenófobo ni discrimina a las personas por su religión o elección sexual y cuando perdió la elección lo aceptó de inmediato y le entregó el mando a Alberto Fernández. El domingo 8 repudió lo que pasaba en Brasilia y se solidarizó con Lula. Lo mismo que ya habían expresado Rodríguez Larreta y la enorme mayoría de opositores y oficialistas, y que Patricia Bullrich cometió el error de no acompañar.  

Las acciones antidemocráticas del bolsonarismo se hicieron carne en la grieta local. 

Y no solo sirvieron para castigar a Macri, sino para compararlas con un supuesto intento de golpe de Estado K contra el Poder Judicial tras la amenaza de no cumplir con el fallo de la Corte por la coparticipación y del pedido de juicio político a sus miembros. 

También el cristinismo denunció que la Corte encabeza un golpe institucional tras los fallos por la Magistratura y la coparticipación.

Cuando lo que se busca no es la verdad, sino cualquier argumentación que sirva para castigar al otro, todo vale.

Es sabido que la editorial Perfil sufrió, como ninguna otra empresa de medios, la presión de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner desde el primero hasta el último día. Y es cierto que a partir de la crisis con el campo esa presión se extendió a todos los medios críticos y que desde el poder se construyó un aparato de medios estatales y paraestatales para denigrar al que pensaba distinto.

Pero seguir comparando a quien fuera electa presidenta dos veces y vicepresidenta una, en elecciones incuestionables, con los mandatarios de Cuba y Venezuela, es otro síntoma de la polarización. Cuando no se distingue la verdad de la fantasía, la que pierde es la verdad: las acusaciones falsas sobre Cristina degradan a las que no lo son. 

¿La propuesta de Alberto Fernández de pagar con bonos a la Ciudad de Buenos Aires los fondos adicionales de coparticipación, lo coloca fuera de la ley? 

La mayoría de los constitucionalistas es crítica con las expresiones del Presidente tras el fallo de la Corte (y una parte coincide con el jefe porteño en que el Gobierno debe pagar en efectivo), pero acepta que son medidas que implican una nueva controversia legal, no un delito.

Un delito fue que entre 2011 y 2015 el gobierno kirchnerista no cumpliera con el fallo de la Corte para dejar de discriminar a esta editorial con la distribución de la pauta oficial. Durante cuatro años, se incumplió con esa orden sin que eso generara mayor conmoción en la dirigencia política.

En modo grieta, lo que en un momento es aceptable en otro puede ser un arma para lastimar al enemigo y cualquier verdad a medias se puede convertir en una revelación absoluta. 

En plena campaña, es probable que la grieta brille más que nunca.

Puede parecer que está en su máximo esplendor, pero quizá sea como una supernova.

Esas estrellas que brillan más cuando más cerca están de apagarse.