En estos días sin electricidad pasé un día entero escuchando radio, situación poco habitual en mí. Me dediqué a escuchar las radios líderes, y debido a mi desconocimiento previo descubrí algo que supongo que ustedes, hipotéticos lectores de esta columna y probables radioescuchas, ya sabían: en su inmensa mayoría, esos periodistas trabajan de indignados profesionales: “¡Qué horror!” Entonces nada de lo que sigue a continuación, quiero decir, nada de lo que pienso escribir a continuación debería ser leído bajo el modo solapado de la indignación. No es indignación. O, mejor dicho, no es sólo indignación. Intenta ser una descripción de lo ocurrido que permita establecer, aun breve e incipientemente, una reflexión sobre el estado de la edición, sobre cierto estilo al que la edición parece conducirse. Describo, pues: el pasado miércoles 3 de abril, hacia las 16 en un caso y a las 18 en el otro, mientras los muertos por las inundaciones del día anterior en la Capital Federal y en el Conurbano no habían aún sido velados y media ciudad continuaba sin luz e inundada, y mientras las noticias que llegaban de La Plata mencionaban al menos 22 muertos (según Clarín.com de esa hora), que como sabemos terminaron siendo más del doble, recibí por mail (como muchos más: las bases de datos incluyen a miles de personas) dos flyers de dos editoriales (una multinacional, otra de capitales nacionales) publicitando dos libros sobre el tema de las inundaciones. No esperaron ni un día. El libro de la editorial nacional había sido publicado en 2010. El de la editorial multinacional no es un libro específico sobre temas urbanos e inundaciones, sino que trata acerca de los derechos que los ciudadanos no conocen, y entre ellos incluye un punto sobre “la importancia de conocer los derechos de los inundados”. Evidentemente ambas editoriales juzgaron que esa tarde era buen momento para reponer un libro de tres años de antigüedad, en un caso, y en el otro, para resaltar un pasaje de un libro que se dedica a muchos otros temas.
Creo necesario llevar a cabo una profunda meditación sobre esta situación, que va mucho más allá de este espacio, y que ameritaría si no una discusión social, al menos un horizonte problemático entre los interesados por el mercado editorial. ¿Cómo explicar lo sucedido fuera de cualquier indignación? La sociología enseña que todo fenómeno social es al menos resultado de dos causas. Por lo tanto, debe haber más de una razón detrás de esos mails. Yo quisiera avanzar la hipótesis de una de ellas: desde un tiempo hasta esta parte, las editoriales (en general, más allá de los mails de ese miércoles) han entrado en una especie de carrera al flyer.
La velocidad y el costo casi gratis de las redes sociales y del mail provocaron una inversión de la cadena de producción: coloca a la comunicación antes que la edición, al efecto antes que el rigor profesional, a la inmediatez antes que el interés real del libro. La utopía de que todo es promoción reemplaza el valor sustantivo del texto. Por cierto, los flyers son un dato menor en un cambio radical ocurrido hace al menos dos décadas, bien conocido por todos, que coloca en las empresas editoriales a las áreas de marketing y comercialización antes que ninguna otra. La historia de la imprenta es también la historia del capitalismo. Sería impensable que las editoriales no hicieran publicidad, mucho más si es casi gratis. Me animaría a decir que incluso no me parece mal. Pero no se por qué ahora recuerdo una frase de Hannah Arendt: “Allí donde la ética de los fines últimos desaparece, la ética se vuelve sobre los medios”.