“El crecimiento chino es menor al que se informa”. “No sé qué harán con tantos edificios vacíos”. Así se reflejó en las últimas semanas en la prensa occidental la caída de las Bolsas de Valores chinas y el ajuste del tipo de cambio de su moneda.
Yo recuerdo haber escuchado esos mismos argumentos en el año 2000 en Shanghai de parte de economistas extranjeros (señalando entonces los edificios frente al Bund, la histórica costanera de la ciudad, hoy repletos de actividad), invitados a debatir sobre el acceso de China a la OMC, tema sobre el cual publicaría luego un libro con Long Yohng Tu, viceministro de Comercio chino y negociador jefe para lograr ese acceso.
Así como la entrada de China a la OMC cambiaría los patrones globales de comercio internacional (hecho no anticipado en aquel momento), del mismo modo, el ejercicio de “rebalanceo” de la economía china (desde el dinamismo exportador hacia un mayor consumo interno) influencia la marcha de la economía global, porque lejos de justificar las preocupaciones de los observadores prejuiciosos del año 2000 la economía china se ha convertido en la segunda economía del mundo.
Siempre es bueno poner las cosas en perspectiva. Quienes se preocupan en exceso por la devaluación acumulada cercana al 4% de la moneda china, deberían recordar que durante la última década el yuan se apreció 25%, al punto que el FMI oficializó el fin de las críticas históricas al yaun en una declaración pública en mayo pasado. Incluso durante el mandato del presidente Xi, el yuan se revaluó 13%.
La caída de la Bolsa fue más importante destruyendo valor por cerca del 40% del valor de los stocks. Sin embargo, esos valores habían crecido 150% desde inicios de año. No quiere decir que la pérdida de valor deba ignorarse pero, puesta en perspectiva, debe tomarse en cuenta que China está transitando hacia un camino de apertura y diversificación de su mercado financiero, con los desafíos que eso implica.
La caída de la tasa de crecimiento merece más atención pero no puede considerarse un fenómeno sorpresivo. Los reportes de mi propia compañía lo anticipaban desde 2012. Es bueno para China y para el mundo que su economía converja a tasas de crecimiento más moderadas. Después de todo, el rebalanceo chino ayudó a moderar los desequilibrios macroeconómicos globales que predominaban antes de la crisis financiera 2007/2008.
En todo caso, las autoridades chinas (a diferencia de las europeas o las japonesas, por ejemplo) disponen aún de herramientas para enfrentar la situación. La tasa de interés puede reducirse todavía significativamente si fuera necesario (desde los actuales niveles del 4,6%), al igual que los encajes bancarios (que permanecen cerca del 18%).
No quisiera que mis comentarios fueran interpretados erróneamente. La economía china enfrenta muchos desafíos. Al fin de cuentas, no hay muchos antecedentes a los que pueda referirse para comparar el ejercicio sin precedentes que lleva a cabo transitando desde la planificación centralizada hacia una mayor influencia del mercado en su sistema de precios y en el desarrollo de su potencial económico. Hay muchos motivos para preocuparse. Pero al mismo tiempo existen bases sólidas para el optimismo. El gobierno ha logrado alcanzar liderazgo mundial en una serie de sectores tecnológicos relevantes (desde energía solar hasta vehículos sin conductor, etc.).
Una serie de iniciativas destinadas a fortalecer un sistema judicial independiente y a luchar contra la corrupción se llevan adelante con vigor inusitado. Se implementan programas para liberar la innovación y el emprendimiento; y para apoyar a las pymes. Recientemente, por ejemplo, se inició el programa Made in China 2025 para asociar la producción de ese país con la calidad y la tecnología.
Existen desafíos. Sin duda, muchas cosas pueden salir mal. Sin embargo, el desempeño de la economía china debería haberse ganado una oportunidad para la esperanza y el reconocimiento de sus contribuciones al progreso internacional.
*Ex secretario de Industria, ex secretario general de la Onudi.