COLUMNISTAS
OBAMA Y LAS CELULAS MADRE

Ciencia, religión y sociedad

Siempre me ha fascinado lo que considero un aspecto profundamente contradictorio de la sociedad norteamericana: la coexistencia de una visión del mundo centrada en el conocimiento y sus aplicaciones (que se expresa, por ejemplo, en formas extremas del racionalismo instrumental en economía) con instituciones religiosas retrógradas y muchas de ellas netamente fundamentalistas.

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Siempre me ha fascinado lo que considero un aspecto profundamente contradictorio de la sociedad norteamericana: la coexistencia de una visión del mundo centrada en el conocimiento y sus aplicaciones (que se expresa, por ejemplo, en formas extremas del racionalismo instrumental en economía) con instituciones religiosas retrógradas y muchas de ellas netamente fundamentalistas. Los Estados Unidos son esa nación donde grupos de presión muy importantes defienden en el espacio público –y consiguen– que cientos de miles de sus niños y jóvenes sigan siendo educados con teorías y relatos sobre el mundo que todos sabemos falsos, como la historia creacionista sobre el origen del universo. Esos grupos religiosos gozan además de un considerable poder político (marcaron profundamente las acciones del gobierno de Bush) y, si estuviera en sus manos, impondrían esa educación a todas las nuevas generaciones de la sociedad.

Lo cierto es que el pasado martes 10 el presidente Barack Obama firmó una orden ejecutiva anulando la prohibición que en 2001 el ex presidente George W. Bush había impuesto a la investigación, con dinero público, de las llamadas células madre. No es mi intención discutir aquí el problema de fondo (el lector ya habrá fácilmente adivinado mi posición sobre el tema); me interesa, en cambio, subrayar el grado de incoherencia lógica al que puede llevar el fundamentalismo religioso. Si suponemos que hay razones éticas que justifican el estar en contra del uso de las células madre para la investigación científica, porque dicho uso implica la destrucción de los embriones de donde esas células se extraen y que dichos embriones son “seres humanos”, estamos entonces claramente planteando una cuestión de principios. En cuyo caso no se puede aducir, como lo hizo un monseñor del Vaticano, que “hasta el momento las células madre embrionarias no llevan a ninguna parte”. ¿Quiere esto decir que si las perspectivas de la investigación fueran hoy más prometedoras, las células madre se podrían usar? Entonces, no es una cuestión de principios.

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Otra reacción ante la decisión de Obama, también del Vaticano, fue tal vez tácticamente más astuta: lo acusa de haber levantado la prohibición “por intereses económicos”. Y es verdad que detrás de la investigación con células madre, como en general detrás de la investigación biológica con fines médicos en general, hay negocios de muchos miles de millones de dólares para los grandes laboratorios, que no se distinguen –dicho con el debido respeto– ni por su ética comercial ni por su responsabilidad social. En todo caso, el problema para la autoridad política es doble y bastante difícil: preservación de la autonomía de las instituciones de investigación y cuidado en la aplicación de las complejas normas de regulación de un mercado como el farmacéutico, atravesado por numerosos mecanismos de corrupción, como lo muestran varios libros aparecidos recientemente en los Estados Unidos. No ayudan, claro, ni el fundamentalismo religioso incrustado en el núcleo de la cultura norteamericana, ni el conservadurismo extremo del actual jefe de la Iglesia Católica.

Todo lector de los medios se ha enterado, en estos días, de que se calcula en medio millón la cantidad de embriones congelados existentes en los Estados Unidos, embriones que en última instancia son destruidos, independientemente de que se los utilice o no para la investigación científica; podemos entonces suponer que los líderes religiosos escandalizados por la decisión del presidente norteamericano disponen también de esa información. Pero en ese caso, desde el punto de vista de esos líderes, nos encontramos ante una horrible situación previa, que no tiene nada que ver con el decreto de Obama y que parece salida de una novela de ciencia ficción gótica: ¡hay en Estados Unidos quinientas mil personas congeladas y sistemáticamente asesinadas! ¿Qué hacer? Se podría, por ejemplo, procesar y condenar a los miles de padres que decidieron recurrir a la inseminación artificial para poder tener hijos, una de las fuentes de los embriones que, si se me permite la expresión, han sido abandonados en innumerables clínicas.


*Profesor plenario Universidad de San Andrés.