Sobre el gravísimo intento de asesinar a Cristina Kirchner pareciera haberse dicho todo. La avalancha de imágenes, afirmaciones, acusaciones e hipótesis no ha cesado en los últimos días, redefiniendo la agenda mediática del país. ¿Fue un complot de enemigos de la vicepresidenta? ¿Se trató de un montaje del kirchnerismo para favorecerla ante los juicios que enfrenta? ¿O fue la obra de un alienado que quiso tener su minuto de trágica gloria? Mientras trabajan los investigadores, ensayaremos aquí otra interpretación, bajo un supuesto: la política y las clases acomodadas se confrontaron con un fenómeno social subyacente al que temen, no entienden y prefieren borrar de su conciencia. Mejor hablar de discursos de odio y atribuirlos al otro.
Quizá la etnología, esa disciplina que estudia, con sensibilidad aguda y grabador en mano, las costumbres y prácticas de los individuos y las familias, tenga algo que decirnos sobre el magnicidio frustrado. A menudo, los etnógrafos se sumergen en los confines de la sociedad para recoger testimonios del modo en que la gente vive y piensa en entornos adversos, sumida en un mundo incomprensible para los que poseen más recursos y construyen la agenda mediática y política. El que quiera acceder a una investigación etnográfica conmovedora en la Argentina puede leer La violencia en los márgenes, de María Fernanda Berti y Javier Auyero, publicada por Alejandro Katz.
Como sucede a veces, los noteros hicieron con motivo del atentado un trabajo de recolección de datos propio de etnógrafos artesanales, al consignar los testimonios de la pareja acusada y de sus compañeros cercanos. La primera revelación provino del que la televisión presentó como “el mejor amigo” del tirador fallido. Contó este muchacho que lo había visto por última vez hace unos meses en una parada de colectivos y que le dijo que un grupo de peruanos de la villa le debía plata y que le faltaban quince “lucas” para comprarse un “fierro”. Según la caracterización de Berti y Auyero, eso configura un episodio típico de violencia marginal.
“Quería apretarlos para que le den ese dinero, supuestamente más de 100 mil pesos”, explicó el amigo en la entrevista televisiva. Reconoció que por todo lo que solía contar, algunos de sus amigos pensaban que era mitómano y enfatizó: “Esa vez yo le dije: no me interesa andar en cosas turbias”. “Para que se den una idea, me dijo que tenía tres autos, también que tenía un inquilino que vendía marihuana en cantidad, que si le podía conseguir clientes”. Además, explicó que desde los 18 años Fernando “se aferró mucho al evangelismo y buscó otros grupos de pertenencia”, pero que se habían mantenido en contacto esporádico por ser vecinos.
El testimonio, que hasta ahí sonaba racional para los parámetros convencionales, tuvo un giro inesperado que escandalizó a una reconocida periodista. El testigo afirmó que el tiro no salió porque “lamentablemente” su amigo no ensayó antes; si hubiera ensayado, razonó, habría matado a Cristina. Asombrada, la periodista le contestó que estaba diciendo una barbaridad porque con esa opinión convalidaba la intención de asesinarla. El joven se sinceró con un argumento exótico: si la mataba, “por ahí significaría menos impuestos”. Ella asumió entonces el papel del censor, que regula lo permitido y lo prohibido: “Queremos decirte –le advirtió– que ese es el límite de lo que se puede decir y lo que no”.
La triste historia de Brenda, la pareja del frustrado magnicida, completa el cuadro: abusada en la infancia por un miembro de la familia, fue criada por su abuela, no terminó el secundario, a los 20 años quedó embarazada de un desconocido y el bebé murió a los pocos días de haber nacido; ahora se gana la vida vendiendo algodones de azúcar en la calle y contenidos eróticos en internet. Tiene apenas 23 años. En los últimos tiempos difundió opiniones afines a los libertarios; habría participado de una protesta violenta frente a la Casa de Gobierno, donde una pintada dejada por los manifestantes decía: “Casa de chorros”.
La estafa de una no-presidencia
El antropólogo estadounidense Philippe Bourgois y el sociólogo francés Loïc Wacquant estudiaron, a partir de la década del 90, las adversas condiciones de vida de individuos parecidos a Brenda y Fernando, que se cuentan por millones. Abordaron la periferia de las dos ciudades más emblemáticas de Occidente: Bourgois trabajó en Harlem y Wacquant, en los suburbios de París. De estas investigaciones surge que el trasfondo estructural que condiciona la vida de los habitantes de los arrabales es la imposibilidad de cumplir los requisitos de la economía formal, por escasez de oportunidades, falta de capacitación, exigencias burocráticas insuperables, estigma personal y territorial, desorganización familiar, contextos violentos y carencia de recursos discursivos y simbólicos.
La conclusión de Bourgois es impactante: frente a esas condiciones, los marginados se resisten a “ser nada”. A que les indiquen qué se puede decir y qué no. Reclaman respeto a sus pares, a las élites y al resto de la sociedad a la que no pueden pertenecer. Por eso, procurarse un “fierro” para ser respetado, un recurso que choca y atemoriza, forma parte de los códigos que comparten. El deseo de figurar, de ser reconocidos, de expresar el resentimiento que los quema, lo canalizan a través de las redes y los medios amarillos, y arrojando piedras a los gobernantes. Vendan algodones de azúcar o pornografía, pareciera que los mueve antes el deseo de forjarse una identidad que la necesidad económica. Un magnicidio puede ser un modo de alcanzarla.
La vida de Fernando, Brenda y sus amigos está signada por lo precario. Para entender sus crímenes hay que analizarlos desde allí. El Estado los trata como casos policiales o psiquiátricos y la política convencional los ignora, tal vez porque no cumplen los requisitos para ser “los pibes para la liberación” de Cristina o los ciudadanos respetables de Macri. Ellos constituyen, según Ernesto Laclau, la expresión de lo heterogéneo, un espacio social excluido de la representación que pugna, de manera desordenada e inorgánica, para ser legitimado.
Que nadie se sorprenda entonces de que el agresivo anarcocapitalismo, la atrayente utopía que propone arrasar el Estado y la política en nombre de la libertad absoluta calcen con ellos. La única simpatía partidaria que los investigadores descifraron los liga a Javier Milei, cuya carrera presidencial retomó, según los últimos sondeos, un fuerte impulso después del aberrante atentado.
Abramos los ojos o lo pagará la democracia.
*Analista político. Fundador y director de Poliarquía Consultores.