Se para en el atril, mira con soberbia y nos invita en modo de chicana a armar un partido y ganar elecciones.
Muchos nos indignamos. Tengo conocidos que directamente buscan un canal de cable para no tener siquiera que escucharla. Otros la ven buscando el mínimo error, algo en la dicción, algo que diga que no sea acorde con la realidad, algún gesto. Buscan burlarse de la Presidenta para mostrar que la política es una gran mentira. Algunos, mientras ella desarrolla el soliloquio televisivo tuitean (tuiteo) sarcásticamente pasajes de su discurso dando cuenta de sus contradicciones penosas con la realidad. La ironía brota en las redes sociales. Tuiteros opositores se trenzan con kirchneristas y buscan algún guiño de algún periodista no militante que los apoye. No hay mucho espacio para los tibios, hay que darle con toda la ironía posible durante y después del discurso.
Pero como se pregunta David Foster Wallace, después de la ironía, ¿qué? “La ironía posmoderna y el cinismo se han convertido en un fin en sí mismos, en una medida de la sofisticación en boga y el desparpajo literario.”
De hecho, los indignados sentimos que se nos ríen en la cara. Aparecen las manifestaciones masivas como el 13S y el 8N y el rumbo del Gobierno no cambia. El Estado es sordo ante toda protesta. La impotencia y la frustración degeneran en escraches a funcionarios públicos. Los indignados nos dividimos entre los que están de acuerdo y aquellos a los que les parecen exabruptos. “Atentos, kirchneristas, ahora van a tener de su propia medicina”, tuitea una mujer y los retuiteos masivos no se hacen esperar. La venganza será terrible…
Indignados, estamos perdiendo y por goleada. Si nos quedamos en la indignación nos paralizamos. Si nuestra única arma es la ironía, todo queda en la nada. Y si le damos al kirchnerismo de su propia medicina, el peronismo será un experto en hacerse pasar por víctima.
¿Cómo ganamos, entonces? ¿Tendremos que armar un partido y ganar elecciones? Por experiencia propia, armar un partido es una tarea titánica y en este momento, innecesaria. No, no hay que armar un partido; sobran. Sin embargo, sí hay que ganar elecciones.
Y para ganar elecciones no hay que indignarse: hay que participar y convencer a votantes independientes que a veces se vadean para el lado K. Buscar su voto. Refunfuñar no sirve de nada.
Para empezar, los indignados tenemos que concientizarnos de que para llegar a gobernar se necesitan amplias coaliciones, y tenemos que exigir que se desarrollen. Tenemos que derribar los mitos de La Pésima Experiencia de la Alianza y Sólo el Peronismo Puede Gobernar. El peronismo siempre gobierna en coalición. En los 90 Menem lo hacía con partidos conservadores del interior y la UCeDé. Kirchner lo hizo durante un tiempo con la transversalidad y la “concertación plural”. Cristina gobierna con el Movimiento Evita, con una liga de gobernadores (no todos peronistas) y varias fuerzas de izquierda (por ejemplo, parte del socialismo en Capital, Sabbatella, etc.).
No pido que Altamira se junte con Macri. Pero se necesitan grandes alianzas para llegar al poder y ejercerlo, para ser competitivo y ganar elecciones. No sirve indignarse. Hay que exigir estas concertaciones entre partidos como algo natural de la política. Concertaciones que puedan durar mucho o poco (como sucede en las democracia chilena o brasileña), pero que permitan tener un sistema de partidos amplio y competitivo; hoy el sistema de partidos es el peronismo. Ya no basta con indignarse: hay que ganar elecciones.
*Politólogo. Twitter: @martinkunik.