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Debería alcanzarnos

Escribir cuatro buenas palabras perdidas u ocultas en una obra que se sabe menor, no es fácil.

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Ordenando libros de la biblioteca del taller mecánico en el que trabajo, me reencuentro con Dos versiones, de Stephen Spender, traducido por Dardo Cúneo, publicado en 1963 en la editorial Colombo de Buenos Aires, en gran formato, envuelto en un cofre de cartulina Japón Imperial, en una edición en papel de interiores Miliano Fabriano, con ilustraciones originales de Vicente Forte, de 45 ejemplares numerados y autografiados por el traductor, el dibujante y el editor (mi ejemplar es el Nº 28) que contiene, como sugiere el título, dos poemas de Spender.

Alguna vez, en estas mismas páginas, ya me había demorado en Spender, o mejor dicho, en la superioridad de la traducción de E. L. Revol sobre la de Girri, de un poema llamado A mi hija: “Mientras ahora vamos caminando, mi hija/ Alegremente aferra un dedo mío con toda su mano./ Toda mi vida sentiré que un invisible anillo/ Circunda este hueso con su brillo; cuando crecida,/ Esté muy lejos de hoy, como sus ojos ya lo están”. El poema es una epifanía, una reflexión sobre la tensión entre la experiencia (el anillo que circunda al hueso con brillo) y la memoria (que ya está muy lejos de hoy) y es, además, uno de los pocos poemas grandiosos escritos por Spender. Spender no es un buen poeta, y las traducciones de Cúneo tampoco lo son: desaprovecha el único momento intenso del libro, el final del segundo poema: “Oh comrades, step beautifully from the solid wall/ advance to rebuild and sleep whit friend on hill/ advance to rebel and remember what you have/ no ghost ever had, immured in his hall”, al que traduce con conjugaciones castizas, junto con un también demasiado castizo “erguíos” y un desdichado “tapiado”: “Oh camaradas, erguíos bellamente desde el sólido muro/ avanzad para reconstruir y soñar fraternamente sobre la colina/ avanzad hacia la rebelión y recordad que lo que vosotros tenéis/ ningún fantasma jamás tuvo, tapiado en la sala”. Pensándolo bien, no es tampoco un tal mal poema, ni Spender un tal mal poeta, tan solo le faltó algo, un toque, una gracia; más de una vez se arroja hacia lugares comunes o chistes que no funcionan (como en ese poema que comienza con “Vivir distinto no es vivir en lugares distintos”). Y, sin embargo, leí bastante a Spender. ¿Por qué? Quizás porque a los poetas no tan talentosos también hay que leerlos.

He escuchado (habitualmente de la boca de Luis Chitarroni) extraordinarias anécdotas de escritores mediocres. ¡Era maravilloso! El resultado final, la factura de un poema, es una anécdota; y si bien es evidente que hay poetas mejores y peores, en el fondo lo que espero de un poema, o también de una novela, como una forma sublimada de mi pesimismo, es una sola buena frase, un pasaje intenso, irónico o preciso, algunas pocas palabras en el momento indicado; no mucho más. Eso ocurre más de una vez con Spender, incluso en esos dos malos poemas (¿acaso esas cuatro palabras, esa llamada –“Avancen hacia la rebelión”– no justifica toda su obra, no nos hacen pensar, no nos perturban?). Hay muchos poetas que no han logrado nunca escribir algo de intensidad alguna. Escribir cuatro buenas palabras perdidas u ocultas en una obra que se sabe menor, no es fácil. Pedir cuatro buenas palabras en un poema, algunos buenos párrafos en una novela es tan poco… y es tanto. Con eso debería alcanzarnos.                        

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