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Decime que no gana Milei

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Raro. Respondió en una conferencia de prensa a Fernández. | cedoc

A una semana de las elecciones presidenciales, gran parte de la sociedad parece asistir agotada a una campaña electoral interminable, afectada encima por una creciente inestabilidad económica presente y futura angustiante.

Ello no necesariamente se traduce en un marcado desinterés por votar o por lo que vaya a suceder. Es cierto, los porcentajes de ausentismo y voto negativo (en blanco y nulos) ha crecido en las PASO y en los comicios provinciales. Es cierto, algunos sondeos reflejan hastío electoral.

Pero también se podrían mostrar como contrapeso de atracción los casi ochenta puntos de audiencia que consiguieron (solo en el AMBA) los dos debates de quienes se candidatean a la Presidencia. Y la multiplicación de la conversación política en las redes. Nada es tan lineal.

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Casualmente, o no tanto, en este último tramo de la campaña aparecieron variados sucesos que destaparían situaciones opacas con posible impacto en quienes votan. El uso del potencial obedece a que hay ausencia del 100% de verificación de todos los hechos y algunos se denotaron falsos o flojos de papeles.

Insaurralde, Milei, Melconian y la campaña sucia

Breve repaso. “Chocolate” Rigau y el dinero que circula por la Legislatura bonaerense. Martín Insaurralde y el “Yategate”. Lilia Lemoine y un asesor libertario con falsos pedidos de fondos. Los viejos audios de Carlos Melconian, que bajo estricto off, fuentes de la Fundación Mediterránea dan por ciertos, aunque los limitan a su vida personal.

En las últimas horas se sumó la supuesta revelación de que hubo movimientos monetarios de origen irregular hacia entidades de EE.UU. de funcionarios bonaerenses y nacionales, que negaron todo. La novedad la aporta un abogado que litiga contra la Provincia de Buenos Aires en Nueva York, que dice tener como fuentes a bancos norteamericanos. Toda una rareza, como si cualquier transferencia a ese país pudiera saltear las duras regulaciones (compliance) de ese sistema.

Resulta probable que semejante revoleo de carpetazos reales y ficticios continúen en la semana previa a acudir a las urnas. Más allá de que quienes hacen seguimientos de opinión pública preelectorales advierten que ninguno de estos casos movió el amperímetro social. Ante un dólar a mil y los precios disparados, se entiende que el foco y la preocupación estén puestos en otro lado.

Sobre ese epicentro de congoja trabaja con astucia Javier Milei. Tras su triunfo en las PASO, pasó al modo surfer de la ola política para no cometer errores que pudieran sumergirlo en las profundidades. Y esta semana volvió a ocupar la centralidad en las aguas donde mejor se siente.

Quemando las naves (y el yate)

Así, se volvió a despachar contra el peso, para desalentar las inversiones de plazo fijo, lo que generó ácidas críticas desde Sergio Massa y Patricia Bullrich. Fuentes confiables incluso aseguran que hubo un llamado de Massa a Milei tras esas declaraciones. La conversación arrancó áspera y finalizó con algún atisbo de entendimiento, según cuentan.

Milei jamás imaginó el favor que le haría horas después el fantasmal Alberto Fernández, quien lo denunció penalmente por “intimidación pública” ante su renovada denostación de nuestra moneda, a la que quiere sustituir por el dólar si llega a la Casa Rosada.

El líder libertario aprovechó esa presentación judicial para contraatacar y contarle las costillas al Gobierno por su mala praxis económica. Lo hizo a través de una conferencia de prensa, una práctica inédita en su breve carrera política. Había que aprovechar y lo hizo.

El equipo de Massa salió con velocidad a difundir que el Presidente se había mandado solito, sin avisar ni consultar, y que el candidato oficialista estaba molesto con esa actitud.

Acaso esa desmentida haya significado un mensaje a tres bandas. Hacia Fernández, para que se mantenga inmóvil. Hacia el electorado, en el intento de seducción del voto moderado. Y hacia Milei, con el fin de mantener códigos de no agresión extrema acordados.

El yate de Kicillof

La agudeza económica del factótum de LLA explica, más allá de las controversias por la posible dolarización y eliminación del Banco Central, su éxito como postulante presidencial. Y sobre ella, enancada en las malas gestiones del peronismo y de JxC, ha colocado la idea de casta que tanto compró su electorado.

Esa suerte de blindaje para al menos un tercio de los votantes le ha servido para que sean prácticamente dejadas de lado por la ciudadanía ciertas propuestas disparatadas, retrógradas o impracticables. “No le entra una bala”, comenta un experto en comunicación que hace mediciones cualitativas.

Dentro del núcleo que rodea a Milei se vive una sensación de invencibilidad. Buena parte del llamado “círculo rojo” percibe ese efecto con tanta aflicción como ansiedad, por lo que pueda sobrevenir.

También esa instalación atormenta a quienes no votaron, no votan, ni votarán a LLA. En especial en la Ciudad de Buenos Aires, distrito en el que los libertarios sacaron la peor cosecha de todo el país en las primarias: 17% en la boleta presidencial  y 13% en la de Jefatura de Gobierno.

Gente cercana o desconocida me traslada en los últimos días un interrogante que huele a súplica: “Decime que Milei no va a ser presidente”. Nadie lo sabe.