El Bicentenario genera un clima festivo imbuido de patriotismo. Es bueno que también nos lleve a pensarnos como país –como en parte está sucediendo– y produzca un anhelo para que en el futuro ese entusiasmo patriótico pueda coincidir con mayores razones para sentir orgullo por el país que somos.
En vísperas de esta fiesta patria –que no necesitaba de un feriado adicional para exteriorizarse–, el presidente produjo algunas definiciones dignas de ser rescatadas. En Berlín, durante su gira por Europa, Macri expresó en una conferencia de prensa, entre otras cosas, su aspiración a una Argentina donde la ley tenga vigencia para todos, sin excepciones. Es un propósito institucional que, de ser alcanzado, generaría un cambio profundo en las condiciones en las que se desenvuelve la vida del país en prácticamente todos los planos. Terminar con la desigualdad ante la ley es posiblemente la madre de todas las batallas.
El presidente formuló además una prioridad que bien podría definir el sentido de su gestión. Dijo que “cuando termine mi presidencia, si no bajó la pobreza, habré fracasado”. Es el enunciado de un programa de gobierno centrado en uno de los problemas más complejos y acuciantes que padecemos como sociedad. Articular una estrategia adecuada para ese propósito podría llegar a ser su mayor contribución al futuro del país que le toca gobernar.
Una tercera definición de Macri en Berlín es que espera que la Argentina se apreste a recibir a un número mucho mayor de inmigrantes. Se refería, obviamente, a refugiados del Cercano y Medio Oriente, pero es claro que pensaba en flujos migratorios de mayor alcance. Usó una expresión inequívoca: “Ser coherentes con nuestra historia”, dijo. La Argentina fue, desde hace bastante más de un siglo, una tierra de inmigración, un país que –como reza el preámbulo de nuestra Constitución– está abierto a “todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. La inmigración es una marca distintiva de nuestro perfil como país y ha sido un factor decisivo entre las condiciones que hicieron posible nuestro desarrollo económico y social desde la segunda mitad del siglo XIX.
Imperio de la ley, niveles de pobreza aceptables –por no decir “pobreza cero”, que resulta no creíble– , una sociedad abierta, son enunciados programáticos que definen el perfil del país que se desea. La búsqueda de consensos y las políticas públicas necesarias para hacerlos posible son la tarea de todos los días. Pero la enunciación de una agenda con grandes propósitos da sentido a la actividad de mucha gente para enfrentar y tratar de resolver los problemas. Después vienen las respuestas a los desafíos de la economía y a las demandas mundanas de los habitantes distribuidos a lo largo y lo ancho del territorio y a través de las innumerables actividades y organizaciones sociales que las hacen posible.
Estos días se habla mucho del “segundo semestre”, una expresión antojadiza que el mismo Gobierno instaló con referencia a esas demandas sociales cotidianas. No hay muchas novedades en estos primeros días del semestre, y sí más bien nuevas dificultades. Las definiciones generales del presidente en Berlín valen como una indicación del rumbo que el Gobierno propone para el más largo plazo, pero no resuelven los pedestres problemas de todos los días. Este puede ser un ángulo desde el cual entender a la opinión pública actual, donde una gran mayoría de las personas evalúa como mala su situación económica pero expresa aprobación al Presidente. Es difícil no extraer una conclusión: el problema no es el Gobierno, pero hay problemas –entre ellos, que los precios suben más que los ingresos y se espera del Gobierno que no amplíe esa brecha–.
En campaña. También se advierten movimientos anticipatorios de lo que será el próximo año electoral. La decisión de la gobernadora Vidal de reconstituir las alianzas sobre las que se sostiene su gobierno tiene sentido para consolidar la gobernabilidad y también con miras a 2017. Que intendentes de origen peronista consideren que es políticamente más conveniente entenderse con el gobierno de Vidal que con la ex presidenta es una señal de que algo está cambiando del lado de la “oferta” política. El gobierno nacional está avanzando en el mismo sentido en el plano nacional. Y está obteniendo resultados, como se ve en el Congreso.
En Revolución y guerra, su memorable libro sobre los conflictos que siguieron a la revolución de la independencia nacional, Tulio Halperin describió la emergencia de los focos locales de poder en términos que podrían aplicarse a nuestros tiempos. Hablaba de “una red de autoridades subalternas (…) más sólidas que aquellas de las cuales dependen. Su ascenso se produce a la sombra del poder central, no en pugna con él”. Eso por un lado condujo al caudillismo y a la anarquía, por otro a la organización de una nación sobre bases federales. El poder central puede terminar desgastándose en el intento de controlar a esos poderes locales, como fue el caso con el gobierno de Cristina de Kirchner. O puede tomarlos como un dato y operar con ellos. Pero eso exige consensuar no sólo grandes propósitos sino también decisiones puntuales, apuntando a encontrar respuestas viables a esos problemas pedestres que abruman a la sociedad. Los aumentos en las tarifas eléctricas que afectan a gran parte de la población son un caso, tal vez resulten un test. Y allí están en juego los principios enunciados en las definiciones del Presidente: el imperio de la ley implica también aceptar los límites al Poder del Ejecutivo.
Al mismo tiempo, los temas judiciables de corrupción están contribuyendo a diezmar las bases de apoyo del kirchnerismo. Ese proceso incipiente de cambios en la “oferta” política va en paralelo con los cambios en las tendencias de la “demanda”, esto es, en las expectativas y en las preferencias de la población. Se avizora en el horizonte un cambio político.
Es un momento oportuno para conmemorar el Bicentenario como fecha histórica sin dejar de pensar en
el futuro.