En medio de la tristeza de la cuarentena eterna, a veces hay momentos luminosos. Ayer miraba de reojo un intercambio en Twitter en el que los participantes enviaban listas musicales, cuando apareció Eliseo Brener, extraordinario escuchador de música. A Brener, que además tiene muy buen gusto, le queda chica la palabra “melómano”: es más bien un entendido en todo tipo de sonido que se haya producido alguna vez. Ayer avisó que había descubierto, en un blog llamado And Your Bird Can Swing, un tesoro como no recordaba otro en la web. El tesoro de Brener aparece bajo el misterioso nombre de “93 KHJ-LA Complete Boss 30”.
En realidad, se trata de la recopilación, por orden cronológico, de todos los temas estrenados en KHJ, una emisora de radio de Los Angeles situada en el 930 del dial, entre 1965 y 1974, cuando estuvo bajo el formato Boss Radio, con el que se convirtió en la más escuchada de la ciudad y fue largamente imitada en Norteamérica (una versión canadiense era incluso escuchada durante las noches en la Unión Soviética). La idea era sencilla: elegir semanalmente unos treinta temas y pasarlos a toda hora en programas conducidos por DJ carismáticos que hablaban menos de lo que se estilaba entonces y acompañarlos por jingles publicitarios que no desentonaban con la música. Los temas, elegidos a partir de las ventas en las disquerías pero también de una encuesta permanente entre los oyentes, se escuchaban en todo Los Angeles. Quentin Tarantino, un fanático de la autenticidad musical, utilizó los archivos de KHJ para ambientar su Érase una vez en... Hollywood. Si bien la idea de pasar los cuarenta discos al tope del ranking de revistas como Billboard era común entonces, una mano invisible parecía retocar la selección de KHJ como para que, escuchada hoy, hiciera caer de espaldas a Brener, que era muy joven entonces y no conocía buena parte del material. Pero también a mí, que era un adolescente y llegué a escuchar el mítico programa Modart en la Noche.
Estamos hablando de música pop de los 60. Para ser más específicos, de un pop mainstream dirigido a un público básicamente joven (tal vez no tan teenager como el de otras emisoras). ¿Pero qué es el pop? Acaso no más que un vacío que absorbe influencias y las balancea de algún modo. En ese momento, la gama era muy amplia en la costa oeste: allí se cruzaban las “invasiones inglesas” con la música local, cuyas raíces abarcaban el jazz, el blues, el rock, el soul, el folk, el doo wop, la beach music y el country, mientras nacían el funk y la psicodelia. El pop de KHJ era muy potente, muy fresco y muy variado. Tuve el placer de escuchar simultáneamente con Brener un rato de la selección del 65, intercambiando mensajes de admiración por los temas. Pasaban Donovan, Sam The Sham, Barry McGuire (el único cantante de protesta de derecha), Ramsey Lewis, Wilson Pickett, Marianne Faithfull, Lovin’ Spoonfull... Ahora, mientras escribo, me toca un segmento de 1967 con Eddie Floyd, Buffalo Springfield, Nancy Sinatra y hasta un hit insólito de la época, Winchester Cathedral, por The New Vaudeville Band, que recrea un estilo británico de los años 20. Me convenzo de que mi deleite va más allá de mi nostalgia por el tiempo en que fui joven y de que esa música heterodoxa, apoyada en discos simples y en la radio, evoca una época más feliz del mundo.