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definición electoral

Dos meses claves

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Mezcla. La suerte del FdT depende en gran medida de lo que acuerden la vice y el ministro. | NA

Faltan 60 días, un plazo fijo. Para entonces se modificará el peso actual de las grandes figuras políticas. Unos dejarán de ser lo que son, otros serán protagonistas del segundo acto.

Por ejemplo, Macri podría convertirse en apenas un hombre de consulta si se desliga de la candidatura. Hoy, para la oposición, es necesario pero no imprescindible. Es público que Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich le reclaman la posta.

A su vez Cristina, más determinante en el oficialismo por concentrar la mayoría de las adhesiones, por ahora le traslada la responsabilidad de pilotear la carrera a Sergio Massa, aunque teme que su único potrillo se retrase en los próximos 60 días. Viene ocurriendo. Dilema personal: no tiene suplentes, quedaría de irrecuperable internación si de las internas brota de nuevo Alberto Fernández o Daniel Scioli. No se perfila otro: en la Argentina los gobernadores no quieren ser presidentes y los intendentes se niegan a ser gobernadores de la provincia de Buenos Aires (al respecto, una corrección a una anterior columna: Kicillof repetirá con Verónica Magario la fórmula bonaerense, jura que no contempla a nadie más).

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Con peso ante lo que vaya a decidir, las encuestas no le sonríen a Macri para ser candidato

En los 60 días que faltan, aproximadamente, al ingeniero quizás se le agote esa influencia de cacique sureño que convirtió a Cumelén en un centro de turismo político:  dirá si compite o no, decisión que la fantasía popular le atribuye a él cuando en rigor estará fundada en los números de las encuestas. Por ahora, las estadísticas no son gratas.

Si no cambia el viento, deberá pasar el mando a la interna de Bullrich y Rodríguez Larreta, a quienes cultivó tanto –con amor o desprecio– que ahora son un jarrón chino en el decorado de su casa. Siempre y cuando se presente: el entorno de amigos que se le acerca en La Angostura cree que es ineludible ese destino. Habrá que convenir que esos visitantes quieren que se presente, son parte interesada.

Como una deidad hindú, Kali por ejemplo, Cristina se exhibe con varios brazos y manos: en simultáneo acaricia a Massa y arrulla a sus creyentes camporitas para que lo desgasten, tipo los soldaditos De Pedro o Larroque (con su hijo Máximo, en cambio, las órdenes a veces no se cumplen) por su relación con el FMI o con ciertos bancos. Ni hablar de sus quejas contra ciertos economistas, por ejemplo Álvarez Agis, al que consideran favorito de un empresario cercano a Massa: Marcelo Midlin.

Cristina acaricia a Massa y arrulla a sus creyentes camporitas para que lo desgasten

Nada dice Cristina de otros espontáneos que se le anotan como propios, el caso de Juan Grabois, quien como delegado preferencial del papa Francisco trata de avalarla como futura presidenta. Un lugarcito bajo el sol, al menos por ahora. El hijo de “Pajarito”, que en distintos años sirvió a Perón y a Menem, íntimo de Bergoglio cuando pintaban como buenos católicos en las paredes “somos el odio” y, de paso, limpiaban de intrusos revolucionarios la universidad de El Salvador, pregonan hoy la batalla contra la propiedad privada y,al mismo tiempo, proponen su propia democracia ajena a la actual que no contempla a los vulnerables. Debe pensar lo mismo la dama, por eso calla.

Omnipotente, poderosa, airada y destructiva como la santa patrona de Bengala, reconoce en el ministro Massa un encomio laboral que ella nunca tuvo a su lado como presidenta, lo defiende y hasta le acepta explicaciones técnicas como si ambos se hubieran doctorado en Economía. Pero teme los resultados y que, en 60 días, como sueña la oposición, se produzca algún maremoto que vuelva más inestable la precaria situación actual. Curiosamente, también Massa empezó a preocuparse por esa posible alteración climática. Aunque no lo declame, siente que las diversas contingencias que enfrenta quizás lo distraigan de su mayor quimera: ser candidato a la Casa Rosada en este 2023. Si hasta empezó a quejarse de Alberto Fernández, al igual que Cristina: juntos advierten que el Presidente conserva una capacidad de daño que a ellos los lastima. Nunca habían pensado en esa adversidad, fueron demasiados indiferentes con él.

Como suele ocurrir con los polos, esas preocupaciones no se manifiestan en el mandatario. Al revés, hoy disfruta del aceite de ricino que le aplica cada vez que puede a Cristina y a La Cámpora, incluyendo a su propio ministro. También para él los próximos 60 días son decisivos.

El flautista Macri hace bailar y seduce con su música a todo el PRO

Es la última oportunidad, aunque muchos consideren risible su reelección y tampoco contemplen al sucesor personal (Scioli). Última oportunidad de vida, mas que de Presidente pato rengo al retiro seguro (Valencia le gusta a Fabiola), como le tocaría a la septuagenaria Cristina o las que se acercan a ese pico de edad y categoría, como Carrió y Bullrich, ambas nacidas el mismo año. O Macri.

Todos nominados para el relevo a pesar de que en política no existe la jubilación y les quedan los próximos 60 días para combatir y quedarse a flote en la  elección de octubre. Se sienten émulos de Lula, quien a los 77 le hace honor a la longevidad en el cargo, a los Adenauer o Kohl, por no citar a Franco o a la posible pareja norteamericana de Biden y Trump que, tal vez, peleen de nuevo a los 90 años por la presidencia de los Estados Unidos.

Al margen de esta discusión sobre integrantes de geriátricos, hay un detalle perdido de la última visita de un secretario de Estado norteamericano a la Argentina, hace apenas más de diez días. En su recorrido iberoamericano, comentan, le pidió al gobierno de los Fernández asistencia solidaria con Ucrania en su guerra contra Rusia. En concreto, un par de helicópteros artillados que disponen las Fuerzas Armadas. Parte de un reclamo común que le hizo a Brasil, por un stock clave de munición, y a Chile por unos tanques. Habrá que ver lo que pactaron Lula y Biden hace 24 horas, también lo que arriesga Fernández por una foto con su colega norteamericano. Justo él, que le había ofrecido a Putin que la Argentina fuera la puerta de entrada a Rusia en el continente. El ruso, como se sabe, estuvo decoroso con el argentino: le dijo que esa función de ingreso ya la cumplían otros estados desde hace varias décadas. Le faltó obsequiarle un libro de historia.