El humor social actual es una mezcla de enojo, depresión, incertidumbre. Y mientras el Presidente pasa de la etapa FMI a la etapa batalla contra la inflación, para la población se trata de una función en continuado en la que pasamos del “conmigo se termina el problema de los precios” de Macri a la inflación Alberto, en el marco de una pandemia que no termina de irse y de una guerra que trae consecuencias tanto geopolíticas como en la estructura de precios local.
Cómo pedir entonces paciencia, comprensión, visión general del porqué suceden las cosas. Más allá del rebote en los precios que genera lo que sucede en Ucrania, el 4,7% del índice de febrero preanuncia un marzo que no será mejor. La actividad económica se incrementó, las estadísticas en este sentido son claras y lo reconocen todos los sectores políticos, pero mientras para el oficialismo se creció, para la oposición se trata de un rebote. Pero el movimiento económico y la baja de la desocupación son un hecho, que no llega a compensar vitalmente el que la plata no alcance. Y genera la sensación de que las cosas van más lento de lo que marca el Indec.
El dinero no les alcanza a los pobres, a los que les angustia no saber si llegan al fin del día con comida en la mesa, no les alcanza a sectores de clase media a los que les cuesta llegar a fin de mes y que luego de la pandemia quisieran poder consumir aquello de lo que se privaron durante el encierro.
Sin estabilidad es imposible a los seres humanos, por más que sean argentinos acostumbrados a la improvisación, a programar el mañana. No me refiero a la discusión de si primero estabilizar para luego crecer o crecer para luego estabilizar. Esa es una discusión para economistas. Una discusión del Frente de Todos vs. Cambiemos y liberales. Una decisión para el Presidente y su ministro de Economía.
Estamos hablando de lo que sucede en la cabeza del ciudadano de a pie. Que cuando pensaba que terminada la pandemia entraba en normalidad, se encuentra con que la normalidad es incertidumbre.
Muchos, gracias al plan de turismo del Gobierno, pudieron vacacionar, pero la vuelta los arroja a una realidad que los llena de incertidumbre. A mayor conciencia de la finitud de la vida, situación que el coronavirus trajo como presente, más deseos de poder hacer lo que cada uno quisiera. Y en la medida en que ello no es posible, más frustración.
La violencia cotidiana, el ganar la calle contra el FMI, los reclamos por planes sociales, el malhumor , no son todo lo mismo. Pero expresados a diario todos juntos, abruman.
A esto hay que sumarles los robos, los asesinatos gratuitos, las patotas los femicidas. El Gobierno y la dirigencia política en general saben que hay que desarmar la posibilidad de que la conflictividad escale.
Es en parte la batalla que se dio en el Congreso para evitar el default. Pero el acuerdo no resuelve los temas estructurales. Y ganar la batalla contra la inflación es parte vital para ello. Mayúscula responsabilidad tiene el gobierno nacional en dar con la fórmula para resolver el problema.
Para que la baja de la inflación se sienta en los bolsillos siempre pasa un tiempo entre las medidas que se toman y sus efectos. Eso sucedió en 1991. Entre la puesta en marcha del plan de convertibilidad y que el electorado lo sintiera en sus bolsillos pasaron mas de dos meses. Más allá de cómo cada uno juzgue ese plan, fue clavar los frenos de un día para otro. Sabemos que el Gobierno no está pensando en repetir la experiencia Cavallo, ni puede. Pero está obligado a ser sumamente creativo y efectivo. No debería repetir fórmulas que fracasaron ni generar anuncios rimbombantes que no se reflejen en las góndolas.
Si lo hace, se beneficiará, pero por encima de todo beneficiará a los argentinos. Ello no le garantiza que vencerá en 2023, pero lo pone competitivo. Con alta inflación los gobiernos no ganan elecciones.
*Consultor y analista político.