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economista DE LA SEMANA

El plan no puede ser devaluar

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Estabilidad. Sin ella, no crecerán las inversiones ni las exportaciones. | shutterstock

El Gobierno está cada vez más decidido en que tiene que acelerar el ritmo de devaluación. De a poco empieza a desaparecer la idea que funcionaba como piedra angular del pensamiento de toda la política cambiaria y era que el tipo de cambio real estaba en un nivel competitivo.

Los futuros ya empiezan a descontar un ritmo más acelerado de depreciación del peso oficial y el miedo que aparece ahora no es a una devaluación del dólar oficial, sino que esta se produzca sin un plan detrás. Devaluar per se no va a solucionar ningún problema de la economía argentina. De hecho, todo lo contrario, la devaluación trae aparejados costos redistributivos y costos en términos de actividad. Incluso, dada la estructura de gastos e ingresos fiscales, tiene hasta un potencial costo en término de las cuentas públicas.

Aquí es donde la causalidad es importante, Argentina no tiene que devaluar y que ese sea el plan, ya lo hemos hecho y no funcionó. Primero tiene que diseñar un horizonte y luego seguramente ese horizonte requerirá un tipo de cambio más alto, asumir el costo y perseguir ese norte que esté definido ex ante. No queda opción para un plan devaluar y “vamos viendo”. El tipo de cambio se duplicó de los 20 a los 40, de los 40 a los 80 y puede duplicarse a los 160 y la economía estar cada vez peor como hemos comprobado.

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La dificultad está en construir ese norte que debería tener como premisas básicas la generación de empleo, de divisas, un ritmo de crecimiento de la oferta que acompañe a la demanda y reinstalar a la Argentina como un país competitivo a nivel internacional.

Una simple devaluación y apelar a las ventajas comparativas estáticas lo único que va a generar es puja distributiva y desigualdad. Una política industrial basada en sustitución de importaciones tiene costos para la sociedad y además es muy demandante en divisas. Una apuesta fuerte al sector servicios podría ser insuficiente.

Aquí es donde entra la política justamente, es que es justamente la que necesita comprometerse con un programa pero que no esté diseñado por ninguno de los dos lados de la grieta. Es por ello que no es solo trabajo del ministro de Economía: es de toda la clase política. La idea de un gobierno peronista de coalición podía salir bien. Diálogo con el sector privado, diálogo con medios, diálogo con el ala dura, diálogo con la oposición. Este era el escenario al que apostó mucha gente y hoy se ve desilusionada.

Volviendo a la economía. Decir que no sea tarea únicamente del ministro de Economía no significa que este puede delegar en el resto el diseño del plan. Uno de los pilares para que cualquier norte sea viable es que exista estabilidad macroeconómica. Sin ella, la inversión y las exportaciones serán difíciles de conseguir, las divisas volverán a faltar, la energía volverá a escasear, y nunca tendremos ese desarrollo sostenido que tanto anhelamos.

Quizás el punto que más complique la discusión es el de fomentar políticas de oferta, en nuestro país el escaso crecimiento que tuvo en los últimos 50 años (quitando 2020) tuvo un perfil extensivo, es decir, se dio por acumulación de factores de producción, no por productividad. Reinstalar el discurso de la productividad en un país que se denigra la meritocracia es casi contradictorio.

El punto a discutir es el de repensar el Estado como un actor más en la economía, uno grande. Uno que debe también salir a competir al mundo y ganar relativamente productividad, sino necesariamente siempre nos veremos obligados a devaluar la moneda para compensar la falta de productividad.

Los países pobres tienen un tipo de cambio más alto estructuralmente que los países ricos. La justificación fue estudiada en la teoría y se conoce como efecto Balassa-Samuelson. Cuando la productividad de los bienes transables relativa a los no transables de un país crece a un ritmo muy lento, se deprecia la moneda doméstica y los países se abaratan, sus monedas tienen menos poder adquisitivo.

En Argentina hay que repensar al Estado como un sector que compite con el resto del mundo y el foco para el modelo de desarrollo debe pasar por un eje central de volver eficiente al mismo, no chico, sino competitivo. No se trata de reducir el gasto y nada más, se puede reducir el gasto y tener un Estado improductivo. Necesitamos que los impuestos que viajan dentro de los productos que exporta el país se vean retribuidos en gasto público productivo dentro del país.

Hay que dejar de pensar al Estado solo desde el punto de vista de la demanda, sino entender que este puede funcionar como un sostén del crecimiento pero vía la complementariedad que produce con el resto de los factores productivos, no por el mero hecho de gastar.

De lo contrario, el desequilibrio entre oferta y demanda se hará latente nuevamente en la falta de divisas, la inflación y el desabastecimiento.