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El poeta y su obra

Eso que le sale mal en las entrevistas, a la inversa, es notable en su poesía.

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En estos días de tristeza y angustia (en mi caso no solo por las evidentes razones de la política de Milei) solo me levanta el ánimo imaginar que voy a publicar en la prestigiosa editorial S.B. Pero no: ni me conocen, no me tienen en su radar, no me hicieron ninguna oferta para publicar algo, no sé, mis artículos sobre John Ashbery, o cualquier otra cosa. Pues, no. No va a ser el caso. Sin embargo, tanto mérito quise hacer que me puse a leer libros para ellos (por supuesto que ni están enterados de eso), con la intención de, al menos, hacer informes de lectura. Informes de lectura de libros que leí, para una editorial que no me conoce, con la que nunca entré en contacto, y que nunca se enterará del trabajo que me tomé. Soy un fracaso en todo (no vean en esa frase ni patetismo ni ironía, tan solo la pura verdad). 

Uno de los libros que leí para ellos (en verdad lo releí, porque lo había leído hace más de veinte años) es Entretiens, de Francis Ponge avec Philippe Sollers, Gallimard/Seuil, París, 1970, hasta donde sé, inédito en castellano. Ponge es uno de mis poetas favoritos, de quien, modesta o inmodestamente, puedo afirmar que leí toda su obra y buena parte de los textos centrales sobre él, como los de Derrida o Bourdieu. Por eso es tan llamativo y decepcionante que las conversaciones con Sollers sean tan ininteresantes, tal vez a la altura del desinterés que me despierta el propio Sollers. Pero el problema, en verdad, es otro. Es un libro absolutamente datado, marcado por la experiencia de Tel Quel, el auge del estructuralismo y la idea de cierta cientificidad de la lingüística, la semiología y demás saberes en torno a la lengua y los discursos, hoy casi sin actualidad (esa es también la influencia sobre el peor Barthes). Entonces, no pudiendo hacerle a esa editorial un informe de lectura positivo, al menos me explayo en este entretenimiento dominical para, por lo menos, amortizar el tiempo de lectura. 

Reproducción de una serie de 13 entrevistas radiales realizadas en 1967, Ponge afirma frases como esta: “Las ciencias humanas, de las que la lingüística forma parte, han hecho grandes progresos (…) me parece que actualmente estamos lejos de considerar que ‘el discurso’ sobre ‘la literatura’, entre comillas, ‘la poesía’, entre comillas, ‘el arte’, entre comillas, será cada vez menos metafísico y cada vez más científico. A mí mismo, en lo que me concierne, ocurre que no soy más en este momento un poeta, sino, si usted me permite la expresión, más bien un antipoeta, más bien alguien que se dedica al trabajo científico”. No importa, un poeta no tiene por qué ser un buen declarante ni un buen analista de su propia obra, incluso cuando es extraordinaria como la de Ponge. Porque tal vez la obra de Francis Ponge pertenezca a la época, a la última época en que la poesía dialogaba con la filosofía, con la crítica, con un modo de la reflexión que iba más allá de ella misma. Y eso que le sale mal en las entrevistas, a la inversa, es notable en su poesía, como ese poema sobre Mallarmé que comienza diciendo: “El lenguaje se rehúsa solo a una cosa, hacer tan poco ruido como el silencio”. Volviendo a Tel Quel, a favor de Ponge, digamos que en el momento de máxima frivolidad intelectual (rasgo permanente en Sollers y también en Kristeva), cuando la revista se vuelve maoísta, él la abandona sin retorno. Ya era demasiado.

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