La coyuntura encuentra al Gobierno dividido en el propio corazón del Frente de Todos: Cristina contra Alberto.
Futilidades. Cada semana hay novedades. Alberto busca fortalecer su gobierno sobreactuando la ejecutividad e intentando mostrar hechos políticos. La misma sobreactividad le trae dolores de cabeza: el anuncio de Gustavo Beliz para generar limitaciones de las redes sociales por considerarlas “tóxicas” generó el rechazo del 99,9% de la sociedad que vio allí un proyecto para coartar la libertad de expresión. Además, el fin del Consejo Económico Social era en su conformación generar acuerdos entre los actores económicos (empresarios principalmente) y los sociales (sindicatos y movimientos sociales) para que el país pueda salir de su estancamiento secular con el aporte de universidades, investigadores, ONGs y otros actores de la sociedad civil. En cambio, la presentación en sociedad del Consejo desvirtuó su finalidad y preanuncia su propia disolución en el futuro. Luego, las declaraciones de secretario de Comercio, Roberto Feletti, causaron perplejidad: “Milagros no hago” para solucionar la inflación. Hay que reconocer la honestidad intelectual de Feletti que va contra el heroísmo de corto alcance de la clase política cuando está en el poder, pero que muestra con claridad que años de precios acordados y similares no han servido para gran cosa y abre el campo de la pregunta más importante: ¿cómo bajar la inflación?
Alarmas tempranas. La falta de respuesta y sobre todo de soluciones para frenar el aumento de precios debilita al centro político (el macrismo tampoco pudo domar el flagelo de los precios) y comienza a darles juego discursivo a los referentes liberales y libertarios que apuntan a la emisión y curiosamente dicen que no aumentan los precios, sino que el peso vale cada vez menos, pero contra los bienes y servicios ya que el dólar está virtualmente congelado. No por casualidad el principal objetivo del acuerdo con el Fondo Monetario apunta a reducir el déficit fiscal desde el 3% en 2021 al 2,5% del PBI en 2022; 1,9% en 2023; y 0,9% para 2024; para llegar a 0 en 2025. Pero la reducción del déficit no sería nominal, sino que juega con el crecimiento esperado de la economía para esos mismos años, de esta forma se espera un crecimiento del PBI del 3,5 al 4,5 en el corriente año, entre el 2,5% y el 3,5% para 2023 y entre el 2,5% y el 3% en 2024. Pero el más mínimo recorte del gasto social genera conflicto social, el acampe en la Avenida 9 de Julio frente al Ministerio de Desarrollo Social, es apenas una muestra de lo que vendrá.
Viajar para atrás
Pero si nos metemos en la máquina del tiempo (algo no tan difícil para los argentinos), podemos arribar a 1973. El año que viene se cumplirán 50 años del triunfo electoral del FreJuLi que abría el retorno de Juan Perón, luego de 18 años de exilio. En un contexto completamente diferente al actual las discusiones económicas eran equivalentes a lo se puede observar hoy. El 25 de mayo de aquel año asumía Héctor Cámpora, candidatura decidida por el líder justicialista ya que la dictadura de Lanusse con una excusa trivial (y fatídica) no había permitido que el viejo general se presente. “Cámpora al gobierno, Perón al poder” era el extraño lema de aquella elección. Ante la falta de apoyo propio, Cámpora se recuesta en la Tendencia Revolucionaria (hegemonizada por Montoneros), pero el gabinete es prácticamente decidido por Perón con las figuras principales José Bel Gelbard como ministro de Economía y el siniestro José López Rega como ministro de Bienestar Social.
El gran debate de aquellos días era cómo bajar la inflación
En 1972 la IPC había sido 58,5% anual y 60,5% en 1973. La función de Bel Gelbard era construir el Pacto Social entre sindicatos y empresarios para congelar precios y salarios. En plena Guerra Fría, ascenso de los precios del petróleo decidida por la OPEP, salida del patrón oro por parte de EE.UU. en 1971 y la situación social interna por la conflictividad de los sindicatos más duros (ej. Sitrac-Sitram) y por supuesto el accionar guerrillero y la represión que se iba preparando, Gelbard lograba bajar la inflación a 24,2% en 1974. Al año siguiente con la muerte de Perón y el “Rodrigazo” la inflación se disparaba al 182,8% y que ya anticipaba el final de la experiencia democrática. Pero la dictadura de Videla con su plan manufacturado por los Chicago Boys (y represión organizada contra movimiento obrero) tampoco pudo parar la debacle económica. La híper estaba presente en el 76 (444,1%) para mantenerse en alrededor de 176% los años siguientes y para llegar a los 343,3% en 1982 y 433,7% en 1983, en teoría influido por los gastos de la Guerra de las islas Malvinas.
De regreso al futuro
Para regresar a 2022 la primera cláusula para poder realizar un plan antiinflacionario es tener poder político y la segunda es tener un plan. Aquí no se cumple ninguna de las dos cláusulas. La tercera es quizás la más difícil: que ese plan sea multipartidario y por lo menos algunos aspectos como el sistema impositivo tengan carácter de ley y que haga falta mayoría especial para cambiarlo. Se sabe que a la dirigencia política argentina es difícil encorsetarla, el mejor ejemplo fue en la Alta Convertibilidad cuando la recesión arreciaba, las provincias comenzaron a emitir sus monedas, la más recordada fue el Patacón, un bono emitido por la provincia de Buenos Aires en 2001. En esos días ya no se discutían los términos económicos, sino la integridad territorial del país. Hoy en cambio se juega otra desintegración, la social. Cada dato de pobreza (aun con una mejora relativa para fines de 2011) muestra que la falta de recursos económicos, pero también culturales y sociales (asumiendo los tres capitales planteados por Pierre Bourdieu) construye pobreza estructural, en otras palabras, un mundo paralelo (con otros valores, intereses y voluntades) a quienes se encuentran en el menguante espacio social del mundo salarial. Volver a integrar los dos mundos es una tarea ciclópea.
*Sociólogo (@cfdeangelis)