Qué esconde el insistente martillar en medios, discursos y redes sociales con la frase “segundo semestre”, que enarbolaron y enarbolan como mágicas varitas tanto funcionarios del actual gobierno (ahora cada vez menos, por cierto) como del otrora oficialismo y ahora oposición? En verdad, visto su impacto sobre la sociedad, se trata de un mecanismo claro de manipulación que sirve a unos y a otros: al oficialismo y sus seguidores, para realimentar la esperanza en una pronta recuperación de la economía, aun a sabiendas de que ello no va a suceder en los próximos seis meses sino, tal vez, el año próximo; a quienes transitan por la vereda de enfrente, para mofarse de las promesas lanzadas en diciembre y enero y apoyarse en la frase para lanzar críticas en tono irónico.
La pregunta es qué se esconde en uno y otro caso:
En el primero, el del oficialismo, sirve para comunicar expectativas esperanzadas, en una suerte de show informativo que presenta el “segundo semestre” como un árbol de la fe que tapa el bosque de las dificultades reales y de decisiones y medidas que quedan planchadas bajo sus efectos. Por ejemplo, mejor hablar de eso que del decreto conocido hace un par de días que flexibiliza la ley de 2011 que impuso limitaciones a la compra de tierras por parte de extranjeros (compras que, dicho sea de paso, fueron masivas hasta ese año). O que del necesario debate acerca de las presuntas negociaciones entre la Argentina y Estados Unidos para instalar bases militares de aquel país en este territorio.
En el segundo, el de la oposición cristinista, vale para no hablar acerca de la aplanadora judicial que viene jaqueando cada vez más intensamente a los funcionarios del gobierno que encabezó el matrimonio Kirchner, sospechados, imputados, procesados o condenados por actos de corrupción. En las redes sociales, este uso del “segundo semestre” se observa con mayor intensidad y sirve para relativizar las acciones de la Justicia.
Es muy interesante analizar este mecanismo de manipulación basado en una misma frase y funcional a unos y otros con igual intensidad. No es diferente de los ejemplos que este ombudsman utilizó hace dos semanas para transmitir a los lectores –casi como una advertencia necesaria– algunas de las técnicas más empleadas para influir en la opinión pública. El lingüista y filósofo Noam Chomsky, una fuente ineludible cuando se trata de analizar los medios, dijo hace más de veinte años: “En un Estado totalitario no importa lo que la gente piensa, puesto que el gobierno puede controlarla por la fuerza empleando porras. Pero cuando no se puede controlar a la gente por la fuerza, uno tiene que controlar lo que la gente piensa, y el medio típico para hacerlo es mediante la propaganda (manufactura del consenso, creación de ilusiones necesarias), marginalizando al público en general o reduciéndolo a alguna forma de apatía”. Por aquellos tiempos –en mayo de 1994–, un ejemplo bien local sirvió para mostrar de qué manera el empleo de técnicas de manipulación pudo servir para volcar opinión pública a favor de uno de los actos más brutales del terrorismo de Estado: la apropiación de hijos de mujeres y hombres en cautiverio. El llamado primero “Caso Miara” y más tarde “Caso Reggiardo Tolosa” ocupó, algunos días, las pantallas televisivas con un sesgo claramente favorable a sus apropiadores, el matrimonio Miara-Castillo. Bernardo Neustadt y la dupla Longobardi-Hadad mostraron a los adolescentes en cámara, relativizaron la búsqueda de hijos y nietos de desaparecidos, aplicaron frases y movimientos de cámaras, música de fondo, fragmentos de cine, invitados y hasta una clara invitación espuria a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo (Cfr. La Construcción de la noticia, video y cuadernillo de empleo habitual en las carreras de periodismo). Casi no dejaron punto del decálogo del buen manipulador para lograr sus objetivos. Una nota en La Nación, afortunadamente, frustró el operativo pro-Miara. Este y su mujer fueron juzgados y los mellizos ostentan hoy con orgullo su verdadero apellido.
Por cierto, no son casos comparables. Pero la intención de este ombudsman es advertir al lector que una inocente frase puede provocar en el lector desprevenido efectos indeseables para su análisis de la realidad.
Gazapos. Dos lectores, Arturo Billion y Cecilia Pérez, coincidieron en marcar un error cometido el domingo 26 de julio en la página 37, sección Internacional. Se publicó allí que Carlos Melconian es presidente del Banco Central, cuando en verdad lo es del Banco de la Nación Argentina. Pérez, además, registró otra perlita, esta vez en la página 67 (El Observador): están intercambiados sendos epígrafes y se identifica erróneamente a Liliana Kanashiro y Eduardo Guzmán.