Por acción, no precisamente de las buenas, se está hablando de Rusia. La guerra invasora perpetrada por el presidente eslavo nos trae al presente a los rusos.
Más allá de los estereotipos de las películas comerciales durante la Guerra Fría, Rusia ha tenido y tiene grandes creadores en las artes, las letras, la música y la ciencia.
El primer satélite espacial ha sido ruso, el Sputnik 1, el mismo nombre que la vacuna que tantas derivaciones trajo a la política argentina.
Es de los rusos la tabla periódica de los elementos (Mendeléyev), como el primer astronauta en salir al espacio exterior, Yuri Gagarin (1961), y dos años después la primera astronauta, Valentina Tereshkova.
El tetris también viene del país siberiano y, yendo a cosas más cotidianas, en España, el filete ruso es una albóndiga algo aplastada o una hamburguesa ovalada que se pide así.
El imperial ruso es un postre inventado en la Argentina por un italiano. Se denomina así porque se sirvió en la inauguración de la Confitería El Molino (la que se está reabriendo en Callao y Rivadavia) en 1917, año de la Revolución Bolchevique.
También en gastronomía, el Servicio Ruso es aquel en el que los platos se presentan en una mesa suplementaria a la principal y allí se trozan.
La ensalada rusa, dice el mito, se ofrendó en el hotel Hermitage de San Petersburgo en 1860 y llega a nuestras tablas.
La ruleta rusa, en realidad, surge de un cuento del norteamericano Georges Surdez, en el que los oficiales eslavos desmoralizados, sentados a la mesa, tomaban un revólver, quitaban todos los cartuchos del tambor, menos uno, lo giraban y apretaban el arma en su cabeza con la posibilidad de uno en seis de dispararse.
Nunca existió el juego entre los soldados rusos y en Estados Unidos mueren unas cincuenta personas al año jugándolo mientras que en Rusia ninguna. En Moscú y alrededores se la llama “ruleta americana”.
Por último, nombramos a las matrioshkas o mamushkas. Son muñecas que, en su interior, poseen otra similar pero más pequeña y esta, a su vez, otra, repitiéndose, al menos, unas cinco muñecas.
No es complicado hacer una analogía entre estas matrioshkas y la realidad argentina.
Tenemos, por ejemplo, la pobreza, arrancamos en los 70 con un 4% de pobres y, poco a poco, la muñeca fue creciendo en tamaño, tapando cada número anterior y cada nueva mamushka-cifra es más descolorida y desnutrida.
O pensemos en el trabajo, mientras la matrioshka inicial registrada decrece, la muñeca siguiente aumenta en precariedad y escasez.
O la muñeca de la inflación, que parece agigantarse cada día. O la de la jubilación, de la inseguridad, del analfabetismo.
O pensemos en el Gobierno: ¿cuál es la muñeca más grande?, ¿qué figura tiene, qué hay debajo de ella?, ¿qué se esconde dentro de las matrioshkas de los nuevos experimentos políticos?
Cada mamushka argentina mayor no puede ser retirada. Parece pegada sobre la pequeña y cuesta, cada vez más, regresar al estado anterior.
Nos falta la montaña rusa. Esos cruces de rieles, de subidas y bajadas, en las que el carro en el que vamos los argentinos está en una de las pendientes más empinadas.
¿Hasta dónde llegará este vértigo, esta caída? Los que integramos cada una de las instituciones, políticas, sociales, educativas, judiciales, económicas, sindicales, empresariales, tenemos el freno, las herramientas y los cambios para volver a subir. Es hora del diálogo, del acuerdo y de la acción, ¿o hablamos en ruso?
*Secretario general de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y convencional nacional UCR.