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Espacios libres

Ese microfascismo neoliberal, es tan peligroso o más que el fascismo neoliberal “grande”.

16-4-2023-Logo Perfil
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El espíritu de la época reside en la alianza entre neofascismo y neoliberalismo. O mejor dicho: el neofascismo es la etapa superior del neolibera-lismo, su despliegue necesario. Por lo tanto, es crucial caracterizar al neoliberalismo como el totalitarismo de nuestro tiempo. El neoliberalismo en tanto neofascismo no es (solo) una política económica sino, ante todo, un modo de estar en el mundo. Una forma de vida. Un sistema de valores, creencias, discursos, vínculos y, por supuesto, conflictos: neoliberal es el nombre encubridor de la guerra civil en la que estamos inmensos sin siquiera saberlo (o sabiéndolo de un modo difuso). Es la guerra del capital contra inmensas poblaciones. Esas poblaciones, esas multitudes son, hoy, lo que sobra, lo que está demás.

Aparece, entonces, un pensamiento de la resistencia. La resistencia pasa también, y tal vez sobre todo, por la lengua. No solo el fascismo nos habla, sino que, también y en especial, somos hablados por él. El habla fascista, el de los medios de comunicación, el de buena parte de la política, el del empresariado y la burocracia sindical, el de las redes sociales y de las grandes corporaciones y sus diversos brazos laborales (Poder Judicial, economistas, etc.), el habla de la época nos atraviesa, nos constituye, nos perfora, porque, incluso en la resistencia, no hay forma de no pertenecer a nuestra época. Resistir llama, primero, a una comprensión cabal del fenómeno. La liviandad, cuando no la frivolidad, intelectual y política del (autopercibido) progresismo es parte nodal del horizonte ominoso en el que nos encontramos. La literatura del progresismo no es ajena a este escenario.

La resistencia llama a asuntos grandes, macro: la calle. La movilización. La lucha. La solidaridad. La denuncia. Pero también es imprescindible la creación de un segundo espacio, complementario y amplificador del primero: la creación de espacios libres de fascismo. Se trata de una micropolítica de comunidades que se rigen por otra lengua: la de la introducción a la vida no fascista. Estas zonas están por venir, por inventarse, y parten siempre de una pregunta fundante: ¿cómo hacer para no volverse fascista? ¿Cómo hacer para no ser hablado por el fascismo? ¿Cómo rechazar al fascismo cuando ya forma parte de nuestros deseos, de nuestras políticas, de nuestras escrituras, de nuestra conversación cotidiana? 

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Ese microfascismo neoliberal, es tan peligroso o más que el fascismo neoliberal “grande”, el que vemos a diario en el poder político, el que nos gobierna formalmente desde hace poco y realmente desde hace mucho. No estoy proponiendo repetir trivialidades de efectos autocomplacienes antes que políticos, como la “micromilitancia” que el progresismo propuso como método en la reciente campaña electoral. Sino un combate teórico, un combate en la lengua, que repiense las nobles palabras que han Óido atravesadas por el fascismo (deseo, igualdad, Justicia, emancipación) para reinventar espacios liberados de fascismo en nuestra propia habla. La construcción, desde abajo, de un tejido, de una conversación, de un nuevo sentido de la lengua que, haciéndose cargo de las grandes y, como decíamos, nobles tradiciones emancipadoras, repiense los lazos sociales y la construcción de poder popular por afuera de la lengua del fascismo.

Esa es la gran tarea política que nos espera.