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Existen dólares a medida

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Bendito verde. Los mercados le suman presión en torno a los distintos tipos de cambio. | cedoc

En su visita a Washington, Sergio Massa recibió preguntas de esas que se formulan a viejos conocidos. Tanto la directora del Fondo Monetario Internacional como el staff técnico de la institución repasaron los números con relación a lo comprometido en su momento por su antecesor Martín Guzmán, ratificado por el Congreso. Pero, sobre todo, la capacidad de ejecutar un programa para llegar a fin de año con las metas proyectadas.

Es que, a diferencia de todos los funcionarios anteriores que ocuparon el Palacio de Hacienda, Massa presentó como activo más importante su capacidad política para mediar y negociar frente a propios y ajenos. Además, con el soporte “técnico” conseguido tras el aval hacia su viceministro, Gabriel Rubinstein, las preguntas no debieron sorprender a la delegación argentina porque mucho antes se las formularon los actores económicos.

El problema que se detecta como acuciante es la escasez de reservas internacionales en el Banco Central, luego de un semestre en que las importaciones se dispararon por el doble efecto de precios internacionales en alza y un esquema tarifario que viene impulsando el consumo interno y desalentando la oferta local, simultáneamente.

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Dentro de este contexto, también marca una señal de alerta la inflación, que este año subió un escalón para situarse entre 6% y 7% mensual, proyectando un IPC que terminaría subiendo entre 90% y 100% durante este año.

La salida para enfrentar esta escasez fue la de una versión más atractiva del “dólar soja”, que viene recuperando para septiembre lo que dejaron de ingresar en agosto. Una resignación que contradice la apreciación que en su momento hiciera el presidente del Banco Central y que repitiera cuanto funcionario tuviera un micrófono a mano: el tipo de cambio no está retrasado, pero sufre un ataque especulativo buscando una devaluación.

Las cifras para respaldar tal afirmación contundente no aparecían y la realidad parece haber desmentido tanto empeño dialéctico. El cepo se fue ajustando desde que, a fin de junio, el exministro Guzmán tuvo que mostrar una foto “prolija” a los auditores del FMI. La escasez afecta el normal abastecimiento de insumos en sectores industriales, que ven interferida su cadena de producción. Cada semana aparece una nueva restricción: las últimas fueron un encarecimiento adicional del “dólar turista” (en prevención de la fiebre mundialista en Qatar) y la prohibición para acceder al dólar ahorro a las personas que pidieron seguir con los subsidios energéticos. En definitiva, una rareza más en el eufemísticamente denominado “mercado único y libre de cambios” (MULC), que no es ni una cosa ni la otra.

De igual manera, el proclamado “dólar soja” pronto sufrirá dos presiones simultáneas. La primera es la de extender el plazo de un mes para su liquidación, en principio, prevista hasta el 30 de septiembre. La segunda, mucho más amplia, es ir incorporando más productos ante la inequidad de que solo la denostada soja (otrora llamada “el yuyito”) tenga el privilegio de compensar con un tipo de cambio diferencial lo que se le quita con retenciones. Pronto podría haber otros “dólares” que se sumen así a otras especies de tipos de cambio diferenciales para importar o exportar, además de combinarlo con retenciones o gravámenes específicos par encarecer su compra en el exterior (bienes “suntuarios”), que multiplica el abanico de ofertas en el menú disponible. Dólar malbec (por el pedido de las bodegas), del conocimiento (por los exportadores de servicios vinculados con lo que se llama “economía del conocimiento”), productos de economías regionales, importación de insumos críticos para ampliar la capacidad de exportación de gas, para romper el bloqueo sindical a la producción de neumáticos, etc. Todos justifican su esencialidad para conseguir ese dólar a un precio inferior al que proyectan y poder vender lo obtenido a un precio más realista. Un tipo de cambio a la carta que muestra, sobre todo, el poder de negociación de cada sector y también el efecto en la canasta familiar de cualquier cambio en el IPC.

Quedará para más adelante la corrección de los precios relativos, que tantos meses de uso y abuso de instrumentos de corto plazo terminaron distorsionando. Es que la pluralidad de señales aumenta la confusión y elimina el efecto principal de los precios en la economía de mercado: la asignación de recursos y la optimización de las decisiones de consumo e inversión. Un recurso demasiado importante para dejarse seducir por el lobby y la arbitrariedad.