La obra de Juan Segantini, que el 15 de enero de 1858 nació en Arco, pueblo del Trentino, parece pintada para confirmar que la realidad es una materia dura. Aunque su familia pertenecía a la nobleza montañesa medieval, la miseria lo rondó durante años. Huyendo del hambre y del dolor de la viudez, su padre cierra el taller de carpintería y se traslada a Milán, donde monta una fábrica de perfumes, que quiebra a los pocos meses y lo obliga a emigrar, entregando al pequeño Juan al cuidado de una media hermana. Pero Dominga María Eloísa sobrevive a duras penas trabajando en casas ajenas, por lo que debe dejar a su sobrino encerrado en la triste y oscura buhardilla donde vivían. El niño escapa. Dos días después es recogido, medio muerto de hambre y escaldado de frío, por una familia de campesinos. Juan regresa con Dominga María Eloísa y un año más tarde huye de nuevo; mintiendo su edad se alista con las tropas de Garibaldi, pero un sargento primero lo envía a su casa. Harta, Dominga lo encierra en el Correccional Marchiondi. Juan se fuga y se refugia en Borgo di Valsugana, en el Trentino, donde otro medio hermano suyo tiene una droguería. Allí tiene su primera experiencia plástica, tan necrofílica como estética. Escucha el llanto de una madre cuya hija acaba de morir y que se lamenta porque ni siquiera cuenta con un retrato de ella. Entra en el cuarto de la pobre mujer y ve: en una cuna de mimbre yace el pequeño cadáver de una niña de poco más de un año. El joven Segantini la dibuja durante horas, y por milagro de la fe o tontera de la esperanza, que es el paño de lágrimas donde se enjuga el dolor más insoportable, la madre busca en esos trazos negros el milagro de una resurrección. Obviamente, él le entrega el apunte a lápiz a la desdichada.
En los años siguientes Segantini pintó, expuso, fue famoso, se casó y tuvo cuatro hijos y se inclinó hacia las ideas del socialismo. Como artista, buscaba las formas más densas y su contraste con la radiación de la luz más pura. Primero la busca en Savognino, en el cantón de los Grisones, y cerca ya del fin de siglo intenta encontrar la verdadera realidad de la cosa pictórica ascendiendo al refugio del Schafberg, a tres mil metros de altura, donde quiere terminar una de sus composiciones: el Tríptico de los Alpes: la vida, la naturaleza, la muerte. No existen los títulos inocentes. Días más tarde, las borrascas de nieve le impiden salir de su refugio. Sufre un ataque de apendicitis que deriva en una peritonitis. Algunos amigos van a buscarlo, pero no pueden bajarlo y nadie se anima a poner sobre la llama el cuchillo para el corte. El 28 de septiembre de 1899 muere a las 15.45. A las 16, el cielo se despeja y un rayo de sol trama su burla en forma de arco iris.
De Segantini se recuerda sobre todo su cuadro El dolor confortado por la fe.