En un artículo titulado “El retorno del aislacionismo” y publicado por PERFIL en enero de 2014, propuse que el retroceso de Washington en Medio Oriente, que se evidenciaba en la no intervención en Siria y el acuerdo nuclear con Irán, dejaría un vacío de poder en la región que sería ocupado por nuevos actores. Mi artículo vaticinaba que esto permitiría a Washington enfocarse en América Latina, pero terminaba con la pregunta: “¿Quién y cuándo llamará a la puerta [de los Estados Unidos] esta vez?”. Hoy sabemos la respuesta. Más adelante en ese mismo enero, aquello que conocemos hoy como Estado Islámico tomó control de Faluya en Irak y Rusia se dispuso a invadir Crimea. Desde entonces, la crisis ha sido constante. El vacío de poder en Medio Oriente ha provocando una ola de refugiados que ha desbaratado el castillo de naipes europeo, desde Turquía hasta Gran Bretaña, y ha sacudido a los propios Estados Unidos, que como muchos de sus aliados occidentales han sucumbido a los encantos del populismo.
Muchos se preguntan hoy cuál será la política exterior de Washington de ganar Donald Trump o Hillary Clinton. En América Latina, la pregunta es más específica: ¿cómo saldrá parada la región? Como es tradición, las especulaciones sobre lo que sucederá al 8 de noviembre estarán basadas en las plataformas de los candidatos y sus declaraciones pasadas y futuras. Mi propuesta es algo diferente. Nada de lo que estos candidatos digan es tan importante como aquello que, inevitablemente, ambos deberán hacer: poner fin al espléndido aislamiento de Obama. La política exterior estadounidense se ha mecido históricamente entre momentos de mayor y menor intervención más allá del hemisferio occidental. Este péndulo se ha retrotraído en momentos de relativa estabilidad global y ha avanzado a otras regiones del mundo como Europa y el Medio Oriente, cuando los acontecimientos políticos amenazaron la seguridad y los intereses de las elites norteamericanas. El aislacionismo actual claramente ha alcanzado sus límites, y el péndulo se dirige hacia el Atlántico otra vez. Clinton se ha mostrado desde siempre en contra de esta retrotracción –que comenzó poco después de que ella dejó la Secretaría de Estado– y Donald Trump, muy a su pesar, reconoció sus falencias en la convención republicana de Cleveland.
¿Qué significa esto para América Latina? Que los Estados Unidos, cuyos ojos bajaron hacia la región en los últimos dos años, volverán a apartarlos. La noticia es sin dudas positiva para los partidarios de una agenda poshegemónica en la región, pero gobiernos como el de Mauricio Macri pagarán el precio de esta desatención, perdiendo un aliado político capital. Como sea, enero de 2017 nos encontrará libres y olvidados. ¿Estaremos preparados?
*Estudiante de doctorado en la Universidad de Notre Dame, Estados Unidos.