Francisco. Ex Jorge, ex Mario, ex Bergoglio, ex cardenal. Ex argentino. El Papa, al asumir, cambia el pasaporte de su país de origen por el pasaporte número 1 del Vaticano, un Estado independiente. La misma sorpresa que nos produce ver a un argentino en una posición tan universalista nos impide comprender (y probablemente todavía también a él mismo) que progresivamente el actual obispo de Roma se tendrá que ir desargentinizando.
En cualquier caso, país difícil la Argentina hasta para ser papa. El sábado, PERFIL publicó una encuesta de Management & Fit, donde alrededor del 30% de la población tenía un opinión mala o regular de Bergoglio a pesar de la corriente de afecto que ya había comenzado a generar su elección como papa. No luce casual que ese 30% coincida con el porcentaje de gente que integra el núcleo duro de los votantes del kirchnerismo y se vieran influenciados por la prédica del Gobierno contra él, acusándolo de colaboracionismo con la dictadura. Probablemente, esa opinión negativa de Bergoglio descenderá en igual o mayor proporción en que también descienda ese 30% dispuesto a apoyar al Gobierno en cualquier circunstancia.
En la revista Noticias, Omar Bello, autor del último reportaje a quien hoy es papa y publicado en el diario PERFIL en diciembre de 2012, recuerda que una pareja de homosexuales que reconoció a Bergoglio en el subte le mostró insistentemente su anillo de casamiento mientras le decía: “¡No pudiste! Nos casamos igual”; junto a él estaba sentada una señora mayor a quien supuso solidaria por una cuestión generacional hasta que la mujer remató: “¿Vieron chicos? Estos curas son todos una porquería”. Recordó también que los manifestantes de los últimos 24 de marzo insultaban a Bergoglio.
Por mi propia experiencia personal, pude comprobar que aun habiendo sido víctima de la dictadura, si todo el aparato mediático del Gobierno lo desea, puede instalar públicamente la sospecha de lo opuesto. Y mucha gente lo cree, haciéndolo verosímil hasta para los propios dirigentes políticos que no vivieron aquella época (Victoria Donda, cuando era diputada aliada del kirchnerismo, me insultó para luego disculparse). Una vez que una versión se echa a rodar, cobra vida propia, independientemente de su verosimilitud. Se le agregan chistes –como los de la revista Barcelona (“Bergoglio promete: “Seré un papa colaboracionista y cómplice”. #CompromisoConLaIglesia”)–, y cada medio reproduce como cierto el error del anterior, perdiéndose en la cadena la fuente original. Ayer, el principal programa político del canal brasileño de noticias, Globo, daba por cierto que Bergoglio había sido afín a la dictadura, y el columnista del principal diario de ese país –Folha de Sao Paulo– criticó a Bergoglio por no haberse opuesto a la dictadura.
En su caso, eso tiene ahora progresiva solución, porque el interés periodístico generalizado que provoca un papa permite que aparezcan testimonios de todo tipo de personas recordando que Bergoglio durante la dictadura había ayudado a muchos perseguidos y que no existen evidencias de colaboracionismo en su contra. Pero si no hubiera sido elegido papa, muchos argentinos se habrían quedado con una imagen opuesta.
El kirchnerismo duro, sabiendo que ninguno de quienes acusan tendrá la relevancia actual de Bergoglio y su posibilidad de defensa, usó como arma disuasoria la amenaza de arrojar ese balde de descrédito acusando a cualquiera que haya ejercido su profesión durante la dictadura con un recorte del pasado que dé la idea de colaboracionismo: una foto, un texto, un documento que, descontextualizado, dé la idea opuesta. Así, Magdalena Ruiz Guiñazú fue acusada de ser jefa de prensa de Martínez de Hoz, y Joaquín Morales Solá, de participar de la represión ilegal en Tucumán.
Esas mentiras no quitan que sea verdad que Bergoglio estuvo contra Montoneros y que ideológicamente no haya sido –y no sea– alguien de izquierda en los parámetros y categoría de la izquierda que tiene el kirchnerismo (como también podría valer para Magdalena o Morales Solá). Pero eso nada tiene que ver con haber apoyado la dictadura.
No todos los kirchneristas que repiten acusaciones falsas contra críticos del Gobierno lo hacen cínicamente sabiendo que son mentiras y que están frente a un típico sembrado de un servicio de inteligencia. Muchos caen en la credulidad por comodidad: les sirve que quienes se oponen a ellos en el presente hayan sido malos en el pasado para transitivamente creerlos también malos en el presente pudiendo así los kirchneristas sentirse más legitimados en el bando de los buenos.
Pero el público masivo va a poder tomar conciencia de esta técnica difamatoria al Bergoglio haber sido electo papa. Ahora se enfrentan a un adversario de otro peso. Dicen que Stalin, durante la Segunda Guerra Mundial, irónicamente preguntaba cuántas divisiones tenía el papa mientras éste le respondía que sus divisiones las encontrará en el cielo. Algo parecido podría haberle dicho Bergoglio a Néstor Kirchner.
Tiene razón el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, al preocuparse por la posibilidad de que el nombramiento de Bergoglio puede aparejar una pérdida de la batalla cultural. Por lo pronto, el arma de acusar a alguien de colaboracionista con la dictadura quedó obsoleta.