La crueldad de la guerra continúa haciéndose presente a cada momento, a cada metro y a cada paso que damos por la ciudad de Kiev. Hemos sido testigos en estas horas de los enfrentamientos armados y las luchas cuerpo a cuerpo en el barrio de Obolon en las afueras de la capital Ucraniana.
El sábado hubo intensos combates en Yrpin, una especie de suburbio residencial que combina altos edificios con pequeñas casas de ladrillo y madera. Se nota que allí la vida familiar era lo normal en esta parte del territorio que hoy ha quedado desierto.
Claramente la ofensiva rusa continúa. y, lo que es peor aún, continuará. Es un avance destructor no sólo de las vidas humanas sino de todo aquello que sus pobladores han sabido construir. Casas arrasadas, negocios, plazas y todo lo que encuentren a su paso.
La defensa de la ciudad se mantiene con una llamativa convicción que crece con el correr de los días: “Nosotros vamos a ganar. Ucrania seguirá siendo libre”, vocifera un hombre al pasar cerca de los periodistas que aquí realizamos la cobertura.
Esto no deja de ser notable, porque desde el punto de vista de los desplazamientos aún hay mucha gente que opta por quedarse para luchar.
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Teniendo en cuenta como avanza la guerra y el crecimiento de la férrea intención de los ucranianos de resistir, este será un conflicto largo.
Las dificultades de Rusia para seguir avanzando son evidentes y si no se encaminan las negociaciones, el resultado seguirá siendo indefinido.
Si nos remitimos a lo que ocurre en el terreno en materia de estrategia y objetivos militares, Rusia no ha conseguido nada de lo que se propuso.
No ha lograda el dominio completo de ninguna ciudad importante, ni siquiera de Mariúpol, que fue víctima permanente de bombardeos y luchas urbanas.
Allí se ha visto algo brutal que podríamos calificar casi como un genocidio. Una vez que los ataques cesen en esa zona se podrá tomar una real dimensión de lo que ha sucedido. La resistencia de la gente ha sido admirable.
Sin paz
Las posibilidades de negociación de paz han sido absolutamente infructuosas. Desde el punto de vista político Putin no tiene otra alternativa que ganar esta guerra porque una derrota sería su fin no solamente político sino humano y personal con destinos como la cárcel y/o la muerte.
En el terreno, Ucrania continúa defendiéndose en soledad porque la ayuda que ha llegado desde los Estados Unidos y los países de Europa no termina de tener un efecto concreto en el campo de batalla.
Occidente ha enviado mucho armamento pero los que luchan son los soldados y civiles ucranianos.
A esta altura Rusia no quiere que esto se extienda más allá de Ucrania pero nadie puede afirmarlo con seguridad.
Desde el punto de vista geopolítico, si Putin se lleva la victoria tendrá mayores posibilidades de imponer nuevas condiciones a Occidente. La derrota sería el catalizador para un gobierno de características diametralmente opuestas en Moscú.
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Desde el punto de vista profesional, el trabajo se hace cada día más difícil por el aumento en la cantidad de controles y el riesgo que conlleva la intensidad de los combates.
A esta altura, ya no basta con el chaleco de prensa o la credencial con la autorización correspondiente.
Cualquiera puede resultar sospechoso de ser un espía ruso.
Los propios policías nos piden ver en sus celulares las transmisiones en vivo que acrediten que, efectivamente, trabajamos para la prensa argentina.
Pese a todo ello es una experiencia extraordinaria para cualquier periodista.
Somos pocos los colegas que quedamos en Kiev y vivir la guerra desde aquí nos permite tener la real dimensión de la concentración del poderío político y militar y, por supuesto, de la destrucción que produce la guerra.
Una contienda cuyo final todavía es incierto.
*Desde Kiev.