Hace poco más de un año, en estas mismas columnas, reflexionábamos: “Se dio a conocer que la Argentina descendió a la categoría Standalone, según el índice que elabora Morgan Stanley Capital International (MSCI), Pasó a ser parte del último grupo compartiendo el mismo con un reducido número de países: Trinidad y Tobago, Líbano, Palestina, Zimbabwe, Botswana, etc. (...) El país ya se encuentra fuera de los mercados en función de las políticas actuales, pero esta nueva calificación consolida ese alejamiento, (…) tendrá consecuencias directas en las empresas del sector privado, que se verán muy dificultadas para acceder al crédito en el exterior, lo cual afectará no solo sus hipotéticos planes de inversión, sino su acceso a financiación para insumos importados, imprescindibles para proseguir su actividad productiva. En el país del plano inclinado continuamos descendiendo (…) y desaloja al país del universo financiero. (...) No hay lugar para festejos, a excepción del canto populista que declama “no pagar al FMI”, “no honrar nuestras deudas”, (…) respecto a las terribles consecuencias que a futuro, y también en el presente inmediato, supone este ostracismo del mundo, coherente con el aislamiento político al que nos encamina nuestra política exterior actual, acompañando a países dictatoriales, o con un sistema de instituciones democráticas resquebrajadas…” (PERFIL, 10 de julio de 2021).
Lamentablemente la historia no cesa de repetirse, y para peor.
En los últimos días, la prensa internacional también se ha ocupado de la Argentina, en términos no demasiado honrosos, confirmando el derrotero ya avizorado hace tiempo.
The Economist incluía al país entre aquellos de ingresos medios más en riesgo de un nuevo default. En el artículo titulado “Entre las 53 economías emergentes frágiles que lucen más vulnerables”, ubica a la Argentina en el sexto puesto del ranking de ‘fragilidad’… detrás de Egipto, Angola, El Salvador, Túnez y Ghana (Infobae 25-7-22).
El Financial Times, por su parte, publicó una dura crítica al Gobierno por la economía, y califica al país como el “defaulteador permanente de Sudamérica… Argentina debería estar viviendo un boom, pero en cambio se encamina a uno de sus habituales colapsos”.
“La inflación… podría alcanzar el 90% a fin de año (…) por los problemas generados por el déficit del sector público… Duros controles cambiarios, exportaciones de granos amesetadas, subsidios a la energía y congelamientos de precios impuestos desde el Estado completan un panorama desolador… Frente a un gobierno débil, empeñado en un populismo peronista y políticas económicas fallidas” (La Nación 22-7-22).
A su vez, la agencia Reuters calificaba a la Argentina como el “dueño del récord mundial en default de deuda soberana” y plantea que el país está en camino a “engrosar su palmarés”, en virtud de la evolución de las principales variables macroeconómicas (Reuters 15-7-22).
Al tiempo de redactar estas reflexiones, el país se debate en un mar de incertezas y angustia, con las finanzas públicas destrozadas, un tipo de cambio estallado, en un cepo que aherroja toda la economía, condenándola a la parálisis, industriales inhibidos de importar los insumos necesarios para proseguir su actividad productiva, el agro dificultado de acceder a los fertilizantes que debe importar, lo mismo que a indispensables repuestos para el funcionamiento de sus equipos, y la población angustiada por la espiral ya disparada en materia de precios de los productos esenciales.
En este contexto internacional, el presidente argentino, en la reciente cumbre de países del Mercosur, en una lamentable exposición, oponiéndose al legítimo intento del Uruguay de avanzar en un tratado bilateral con China, intentó asumir un discutible rol docente hacia el resto de sus colegas, intentando explicar la inflación en el mundo desarrollado, aún cuando omitía la propia (La Nación 21-7-22).
La respuesta del mandatario uruguayo, “la mejor manera de protegernos, a mi nación y mi pueblo, es abriéndome al mundo. Y por eso los pasos que toma Uruguay”, resultó ejemplar.
*Economista. Presidente honorario de la Fundación Grameen Argentina.